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  • Diario Digital | lunes, 18 de marzo de 2024
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Eternidad en los Andes: Memorias de Marina Núñez del Prado

La autobiografía de una de las artistas y escultoras más prominentes de la historia boliviana guía un recorrido por sus orígenes y las vicisitudes de su oficio.
Eternidad en los Andes: Memorias de Marina Núñez del Prado



Hace meses atrás encontré un curioso libro intitulado Eternidad en los Andes (Editorial Lord Cochrane, Santiago, 1973). Este curioso texto tiene una particularidad singular, pues, resulta ser nada menos que las memorias de la escultora Marina Núñez del Prado (1908-1995). La autobiografía de la artista inicia retratando su propia vida existencial: “Nací bajo el signo de Libra en el barrio de Caja del Agua de la ciudad de La Paz (…). Heredé de mis antepasados una marcada inclinación por las bellas artes. Mi bisabuelo, el famoso arquitecto José Núñez del Prado, egresado de la Escuela de Ingeniería, fue mi inspiración”.

La formación artística de Marina Núñez del Prado empezó cuando realizó sus primeras armas en la recién fundada Academia de Bellas Artes de la ciudad de La Paz en el año de 1927. El contexto sociocultural que le tocó vivir estuvo influenciado por los vientos del indigenismo que comenzaba a soplar con fuerza en América Latina. Esta resonancia fue fomentada a través del movimiento europeo que “descubriría” valores del arte primitivo en todo el mundo.

Sobre todo fue México el impulsor de un tipo de arte que aspiraba a reflejar y revalorizar su antepasado autóctono. A raíz de esta creciente moda cultural, Marina fue parte del movimiento indigenista de artistas de la urbe paceña.

Los múltiples trabajos de la escultora representan la mirada estética de la corriente filosófica telúrica. En distintos pasajes de sus memorias, la autora reiterativamente indica las impresiones que le produjeron los paisajes y los pobladores de los Andes: “Las montañas parecen gigantes paralizados por el poder de Dios (…). Las montañas bolivianas parecen que nos están hablando día y noche con la elocuencia de sus volúmenes (…). El Illimani es el más acabado milagro de arquitectura y de escultura (…). Mis maestros son los genios tutelares del milenario Tiawanaku”. Posteriormente, Núñez del Prado evolucionó de un arte indigenista hacia una estilización formal rayana en la abstracción.

La labor artística de Marina Núñez del Prado alcanzó notoriedad en el ámbito cultural. Fue reconocida como una de las personalidades bolivianas de mayor proyección nacional e internacional. Por ejemplo, la prensa argentina –en los años treinta– se refería de manera favorable con las siguientes palabras: “La presencia fascinante del tema indígena en toda la obra de Marina (…). La obra es realista, siendo una expresión del ámbito geográfico de los Andes y de la prole mágica del altiplano: hombres, mujeres y niños”.

Pero, a pesar de tener éxito, la artista del Ande no recibió apoyo de parte de las esferas del poder.

Al respecto, es ilustrativa la anécdota que cuenta Marina cuando fue personalmente a una entrevista con el Ministro de Hacienda para solicitar ayuda económica para realizar una exposición de sus trabajos en Argentina: “La antesala estaba concurrida por personas que pretendían lo mismo que yo. Para ver al ministro se entraba por turno y de dos en dos; me tocó entrar con un joven. Ya frente al ministro, el joven, haciendo como si yo no existiera, atropelladamente e interrumpiendo mis primeras palabras expuso al ministro la necesidad de obtener diez mil dólares para el viaje de un equipo de fútbol. Muy jovialmente fue aceptada y le concedieron el dinero solicitado. Yo pensé: –si conceden tamaña suma para el fútbol, me será a mí más fácil conseguir la décima parte de esa suma, con fines artísticos. Expuse al ministro mis planes de exposiciones y le pedí me concediera mil dólares en divisas. ¡Qué equivocada que estaba! –El señor ministro me dijo: señorita, esas exposiciones de arte son suyas y muy personales, nada reportan a Bolivia, y por lo tanto no podemos conceder lo que usted pide. –Pregunté al señor ministro si estimaba el arte menos que el fútbol, en respuesta me dijo: –hay que estimular a los muchachos. –Y mi respuesta fue: señor ministro, lamento no haber nacido futbolista”.

Otro capítulo llamativo que le tocó vivir a la artista fue el de las críticas que recibió por su labor artística. El llamado “padre” del indianismo, Fausto ReInaga (1906-1994), dijo sobre ella que: “cosecha aplausos y dólares, en su grotesca imitación del arte indio, y que para el cholaje blanco-mestizo es la boliviana genial. No esculpe su obra; hace esculpir con el indio Agustín Callisaya. La Núñez del Prado adquiere renombre con obra ajena”. Según esta burda percepción reinaguista nadie tendría la “dignidad” de escribir, esculpir y pintar sobre la temática indígena, ya que esta sería una tergiversación, incomprensión y malinterpretación de este tópico. Esta visión autoritaria y acrítica fue adoptada discursivamente en el plano político por el actual gobierno que amplificó cándidamente la tesis de Reinaga.

Los trabajos de Marina –en su etapa telúrica del arte– reflejan en todo momento una profunda inspiración de raigambre andina: “Los mitos, el empuje telúrico, fuerzas ocultas y misteriosas, sedimentos culturales prehistóricos, presencias cósmicas invisibles son elementos de la naturaleza en que vivo y mi obra escultórica quiere ser el resultado y el reflejo de todos ellos”, enfatiza.

En la actualidad, se puede advertir que la artista fue perdiendo relevancia en el campo artístico y cultural, pero sus esculturas en piedra son el legado que resisten los avatares del tiempo, la indiferencia y la memoria corta del pueblo boliviano.

En el epílogo de sus memorias, Marina Núñez del Prado no presintió la indiferencia que sufrirían sus obras y expresó de modo optimista: “Como toda obra de arte en que se pone emoción, verdad y sinceridad, la mía ha de perdurar porque la siento y la creo como el mensaje de un alma para las actuales y posteriores generaciones”.

Literato - [email protected]