El histórico premio Cervantes de Ida Vitale
Llovía en casi todo el territorio español a las dos de la tarde, cuando el ministro de cultura, José Guirao, anunció que la ganadora del premio Cervantes de este año es la poeta uruguaya Ida Vitale, que el día 2 de este mes cumplió 95 años.
Los otoños lluviosos como el que estamos viviendo está muy presente en su obra. El ministro ha leído el poema “Gotas” (que comienza con los versos: “¿Se hieren y se funden? / Acaban de dejar de ser la lluvia”); yo prefiero el poema “Otoño”: “Otoño, perro / de cariñosa pata impertinente, / mueve las hojas de los libros”.
En el origen de la poesía de Ida Vitale hay un poema de Gabriela Mistral, “Cima”. Lo leyó de niña, no lo entendió, pero le abrió en la cabeza una interrogante que aún sigue queriendo responder.
Descendiente de inmigrantes italianos, alumna de José Bergamín, autora de un libro titulado El ejemplo de Antonio Machado, exiliada en México, periodista cultural y traductora y docente además de poeta, emigrante en Texas: en la vida de Vitale confluyen algunas de las tensiones fundamentales que atraviesan la cultura del siglo XX en América Latina.
Su biografía intelectual, con interlocutores como Ángel Rama, Octavio Paz, Idea Vilariño o Enrique Fierro, ensarta en un único hilo varias de las instituciones culturales que han definido la cultura en nuestra lengua.
Se formó en las páginas culturales de publicaciones periódicas uruguayas como Marcha o Época; durante su exilio mexicano colaboró en la revista Vuelta, dio clases en el Colegio de México y tradujo para el Fondo de Cultura Económica; sus libros de poemas han sido publicados en España por sellos como Pretextos, Visor o Tusquets (donde encontramos su Poesía reunida).
Su obra poética, a menudo calificada como simbolista o esencialista, hija de la de Juan Ramón Jiménez (a quien conoció), ha trabajado siempre la alquimia del lenguaje y la potencia metafórica de la naturaleza.
En los ensayos de De plantas y animales: acercamientos literarios —uno de sus libros más extraños—, la botánica, la zoología y los poetas dialogan inesperadamente en un único volumen. Pero los cactus, las mariposas, los lagartos, los jardines o las hojas que caen están dispersos en toda su poesía, con una sensibilidad ecológica difícil de encontrar en sus contemporáneos: “En sus tiestos, las plantas/ desconocidas, nuevas, /me miraron de pronto / como seres benignos /que pedían respeto/ dándome su cariño”, leemos en “Invernadero”.
Pero también hay una importante dimensión política en parte de sus exigentes versos. En “Cultura del palimpsesto” pensó Uruguay en clave de superposición de planos contradictorios, en conflicto: “Todo aquí es palimpsesto, / pasión del palimpsesto: a la deriva […] Cuidado: / no se pierde sin castigo el pasado, / no se pisa en el aire”. Y en “Exilios” describió la lógica histórica de un país de migraciones políticas y económicas. Acaba así: “La mirada se acuesta o retrocede, / se pulveriza por el aire / si nadie la devuelve. / No regresa a la sangre ni alcanza / a quien debiera. / Se disuelve, tan solo”.
El premio es histórico por varios motivos: es la primera vez que lo gana una escritora uruguaya; es —aunque parezca mentira— la quinta vez que lo gana una escritora en más de cuarenta ediciones; Ida Vitale ha sido además galardonada con el premio de la Feria del Libro de Guadalajara de este año, lo que supone —con el Cervantes— su consagración definitiva (hasta el grado que eso puede existir); y, por último, con ella se ha roto la alternancia anual del galardón: según una regla no escrita, un año lo ganaba un autor español y al siguiente un latinoamericano.
Escritor y crítico literario