Opinión Bolivia

  • Diario Digital | lunes, 18 de marzo de 2024
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FERIA LIBRE

José Leal-Cocharcas

José Leal-Cocharcas
En mi primera visita a Lima, hace varias décadas, quedé sorprendido al ver circular unos buses de color verde y plomo, ñatos y medio destartalados, que señalaban en su frontis el recorrido que servían: las barriadas opuestas de José Leal y Cocharcas. Recuerdo la marca del vehículo: GMC. Bueno, la imagen me sirvió para crear un personaje de novela, pero no es de eso que quiero ocuparme ahora. En aquella ocasión pregunté quién era aquel José Leal que merecía dar su nombre a una avenida (o jirón) que formaba parte del distrito de Lince, reducto de clase media. Un área comercial y residencial, no exenta de atractivo para intelectuales y artistas. Pues por allí vivió el poeta y dramaturgo Sebastián Salazar Bondy, autor de un libro bello aunque de título mordaz: “Lima, la horrible”. Un libro que celebra la ciudad, por cierto, no la denigra. Lo horrible puede ser un imán también, ¿no?

Pero bueno, más me interesaba saber entonces quién era aquel José Leal. Llegué hasta el parque El Bombero, terminal de la línea autobusera sobre la avenida homónima. Nadie del barrio supo ilustrarme sobre el personaje. Más de alguien aventuró: fue un héroe de la guerra del Pacífico. ¿Peruano? Que sí, era la respuesta más recurrida. Mucho después supe que José Leal había sido un coronel neogranadino que comandó el batallón Caracas, formado sobre todo por compatriotas suyos y ciudadanos venezolanos; y que participó en la batalla de Ayacucho, aquella que significó la liberación del Perú (y por ende de Bolivia) de la dominación española. Leal peleó heroicamente en esa batalla testimoniada como sangrienta, quedó gravemente herido y poco más he podido averiguar sobre él.

¿Neogranadino? Pues sí, de Nueva Granada, un país que ya no existe. Estaba formado por las actuales Colombia y Panamá, más la costa de los Mosquitos, parte de la actual Nicaragua, por entonces en disputa con otro país extinto: la República Federal de Centro América. José Leal comandaba el batallón llamado Caracas pero no era venezolano, al menos así se puede deducir de la poca información disponible. Nada de raro, se podría decir, porque la gesta libertadora fue un esfuerzo colectivo y fraterno que se alimentó del sudor y sangre de argentinos, bolivianos, chilenos, colombianos, ecuatorianos, neogranadinos, paraguayos, peruanos, uruguayos y venezolanos, más una variedad de europeos, españoles incluidos. Uno de éstos, Víctor Tur, combatió contra un hermano suyo enrolado en el ejército realista, el adversario.

¿Qué puede significar para alguien pertenecer, o haber pertenecido, como el coronel José Leal, a un país inexistente? Si uno vive para contarlo, puede ser traumático. Conocí en Punta Arenas a un viejo que decía: soy yugoslavo. Especificó: mi madre era serbia, mi padre croata y nací en Montenegro. ¿Qué soy? Además, añadió, fui y sigo siendo partidario del mariscal Tito y su plan de una república federal como Yugoslavia, grande, rica en recursos y cultura, multirracial y geográficamente diversa. ¿Qué me queda?, continuaba el hombrón, tras la pulverización de su nación ¿Adoptar la patria de mi padre, la de mi madre, la mía donde nací o aquella donde vivo? ¿Dónde vive?, le pregunté. En las Malvinas, me dijo. Estaba bien jodido el compadre, qué duda cabe.

Volviendo a la avenida José Leal del distrito Lince, allí pernoctó en un hotelucho, durante un número desconocido de noches, nada menos que Mr. William Burroughs. El año: 1953. Tal vez llegó en un autobús José Leal-Cocharcas y tal vez tuvo algún encuentro erótico homosexual, como le placían. Son sólo conjeturas, pero en su libro Las cartas de la ayahuasca quedan algunos textos de sus decepciones limeñas, de raterías sufridas y malos olores soportados. Luego vendrían guiños en sus obras mayores, el mito y la consagración.

Escritor chileno