Opinión Bolivia

  • Diario Digital | martes, 19 de marzo de 2024
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[LA LENGUA POPULAR]

El Mercado es Sucre

Ofrecemos una mirada reivindicatoria de la construcción de espacios culturales en los entornos urbanos, con un ejemplo notable en la capital del Estado.
El Mercado es Sucre



Algo se gestaba, algo en Sucre no coincidía con sus muros blancos. Algo sucio, real. El movimiento “feministas callejeras” tenía un espacio que aprovecharon para permitir la formación de “El mercado, contracultura y resistencia”. Emularon este espacio urbano y rural, eminentemente femenino, donde las “caseras” conviven con la contradicción tanto de clase como de todo. En un mercado conviven ricos, pobres, intelectuales y no tanto; pero lo principal es que allí se construyen alegrías y desdichas. Y así, hace tres años y un poco más, se abrió “El mercado”; pero más que abrir creo que lo correcto es decir que vio la luz.

El espacio, administrado por Carmen Julia Heredia y José Alberto, cada vez crecía y se comportaba como lo que es un mercado: un ente vivo que tiene sus tiempos y sus ritmos. Un aglutinador de los llokallas y de quienes no lo son, de todos los que de alguna manera se sintieron “incivilizados”. Esa fuerza de autenticidad sirvió para que se sumen artistas, pensadores, personas mágicas que pasan por esta ciudad. En otras palabras, lo que realmente se fundó es vitalidad.

Al igual que un árbol que extiende sus raíces y se asienta en el espacio chuquisaqueño, se encuentra establecido en la Ollantay 277 y Destacamento 111, en una encrucijada donde el diablo también se queda a tocar.

Sin exagerar, este lugar es una esquinita del mundo donde puedes estarte, sentarte frente a tu jarra y dejar que te cuente sus historias y sus proyectos. Es imposible no dejarse llevar por sus raíces y por sus ramificaciones, que son muchas y cada vez crecen más.

Desde un boletín hasta exposiciones de fotografía, una galería de arte en miniatura, múltiples talleres que van de la escritura creativa al tejido típico y artesanal, se entrama en el viento con volantines que surcan el cielo, a un k’aj con garapiña los domingos. Un lugar que tiene el almita de su gente, el alma de las chicherías, donde la sangre amarilla de las ciudades de Bolivia ha corrido y dado vida a la cultura.

Talvez es por este motivo que el mercado se asienta en una casa que se dispone como lo hacían las viejas chicherías. Es probable que algo de su herencia de pueblo se manifieste. Es fácil imaginarte en un festival de cine, como en medio de un recital de concertina, de escucharte un rockcito, o una cueca, ver el Capitán Futuro y recordar tu infancia, o escuchar a las warmis cantar “los mineros volveremos”.

La Ollantay, al parecer, antes estaba adornada por tres molles, y por eso se llamaba “quinsa molle”. Había, además, una fuente de agua donde se improvisaba un mercadito popular. Aun ahora, en las mañanas de Noche Buena, las “caseras” se ponen a vender musgo para los nacimientos. Parte de esta historia ha quedado en el lugar, pues, como dice Carmen Julia, “creo que el deber de todo espacio cultural es recuperar su memoria, su huella, su ser en este mundo”.

Y ahora le queda seguir adelante, tomar cada retazo de la casa para visibilizar ese pasado, pero con mirada al futuro. “El mercado, contracultura y resistencia” fue el primer espacio donde se tomaron los hermosos balcones de la Ciudad Blanca para exponer obras de arte devolviendo su función de palestra a este lugar.

Usando los muros como camisas donde se cuelgan los galardones el mercado ha expuesto la obra de muchos artistas, mientras en el espacio resuena el eco de lecturas de música: la memoria se construye y nos construye. El Mercado es este intrincado y abigarrado ser donde todos podemos tener el agrado de ser cobijados.

Ahora sigue siendo ese lugar maravilloso donde uno puede estarse, quedarse sentado frente a su “caserita” comiendo el corazón endiablado de la noche, o dejarse envolver por la propuesta que nos den. Donde puedes discutir o tertuliar, chuparte hasta las patas o ver una exposición de cuadros, hacerte chiquitito y recorrer la historia en primera persona, o admirarte en la galería de las miniaturas.

Yo quiero que El Mercado y todo lo que encierra me cobije siempre, que me encuentre con los amigos, chuparme con los llokallas y comer en los ñaupa domingos, saber que la chichería sigue viva y evoluciona, que todo q’atu tiene, pues, su caserita que sabe hablarte siempre desde lo más cálido del cariño, que tiene su gente de siempre y, al ver a los que llegan por primera vez, saber que no se van a ir pronto, ni rápido, sino que van a permanecer siempre y que el alma de las ciudades está allí, donde la gente es nomás eso.

Y, bueno, espero encontrarme allá pronto con ustedes.

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