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  • Diario Digital | martes, 19 de marzo de 2024
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Porque ellos son el fútbol

Sobre el clásico futbolero más grande de todos los tiempos.
Porque ellos son el fútbol



Buenos Aires, 1905. Barrio de La Boca. Un grupo de muchachos, reunidos en la Plaza Solís, delibera sobre los colores del club de fútbol que acaban de fundar. Alguno propone blanco y negro, otro el rosa. Juan Brichetto, trabajador del puerto, señala en el horizonte las oriflamas de un barco sueco que está arribando, destino: azul y oro serán los colores de la camiseta. Cuatro años antes, en el mismo barrio, otros muchachos fundaban River Plate. Bernardo Messina propuso los colores y el nombre, además -excepcional caso- era jugador del plantel que lo llevará a la primera y, por si poco fuera, será el futuro arquitecto de los tres estadios “millonarios”, desde su humilde cuna de barrio hasta su traslado a la aristocrática zona de Palermo. ¿Habrían imaginado aquellos muchachos, sentados en una banca, en los albores del siglo, que fundando esos clubes rivales daban así origen a la pasión más grande del pueblo argentino? Este sábado 10 de noviembre el mundo entero volcó la mirada hacia el sur para presenciar un acontecimiento inaudito, de esos que ocurren cada cien años, cuando Boca y River saltaron a la cancha para jugarse la final de la Copa Libertadores de América, nada menos, aunque en el alma de sus abuelos no se juegue sino el sentimiento potrero por vencer al eterno rival del barrio…

Desde sus inicios River y Boca escribirán una novela donde uno no retorna si no es para devolverle al otro una amarga cachetada. Boca sería el primer ganador de la era profesional del fútbol argentino, en 1932, saliendo campeón justamente en la cancha de River. Pero River será el que triunfe, al año siguiente, cuando registre la primera de las grandes contrataciones “millonarias” incorporando en sus filas a la “fiera” Bernabé Ferreyra. Como cuenta Juvenal, el gran periodista futbolero de las páginas de El Gráfico: “La Fiera revolucionó todo. Su fútbol tenía estruendo, drama, agresividad, contundencia. Sus goles no se gustaban: se sufrían con un nudo en la garganta y el corazón al galope”. Muchos, muchísimos años después, Palermo, eterno verdugo de River, repetiría el gesto de la fiera Ferreyra con goles agonizantes sobre la hora, cuando el corazón es una bomba a punto de estallar. Cuentan que River pagó por el pase de Bernabé Ferreyra la estrepitosa suma de 9.000 dólares, una locura para la época, con esa suma podían comprarse por ese entonces 11 automóviles Opel o el equivalente a 514 trajes casimir inglés, 516.000 kilos de trigo, 5.600 pares de zapatos de la “Casa Harrods”, 14.000 discos de la RCA Víctor y 70.000 entradas para ver precisamente en acción a la fiera Bernabé…

“Y acuden a la mente los nombres de las grandes figuras de antaño: Peucelle y Varallo, el exquisito Walter Gómez o la saeta rubia de Di Stéfano (sí señor, la máxima gloria del Real Madrid de España), y los integrantes de la ‘máquina de River’ que inventó el cuadrado mágico, el fútbol-tango, cuando Pedernera era el mariscal de campo del quinteto sinfónico de Labruna, Loustau, Muñoz y el gran José Manuel Moreno, aquel nueve pintón y bohemio que estrellaba goles de palomita sin despeinarse el cabello engominado, habiéndose trasnochado día antes junto a su amigo Lucio Demore, el creador del tango ‘Malena’…”.

En 1940 se estrenaba el mítico estadio de Boca, La Bombonera, pero a pesar de perder por 7 a 1 frente al Independiente de los maravillosos Erico y Sastre, el público boquense despide a su equipo con un conmovedor aliento, de esos que te calan los huesos, que te derrumban de lágrimas. Al siguiente domingo Boca da increíblemente vuelta el partido, en Avellaneda, con el rugido permanente de sus hinchas, y logra salir campeón. Nace así la proverbial fidelidad del hincha boquense. Un valor moral por excelencia. Creo que la primera impresión que cualquiera tiene, aquí o más allá, de la hinchada de Boca, es esa: la increíble fidelidad para con su equipo, fidelidad que alcanza proporciones del delirio. Yo aprendí más valores morales de la hinchada de Boca que de cualquier tratado filosófico sobre la ética.

Y recuerdo ahora la primera vez que vi un Boca-River. Era muy niñito y jugaba en mi cuarto. Viene mi padre y me dice: “Ven a ver esto, no te lo puedes perder.” Lo pasaban por canal 7. Era de noche. Llovía torrencialmente en la cancha de Boca, el campo era un barro. De pronto Córdoba la agarra por la punta derecha, se va, se detiene y hace un centro al área, la toma en el aire un zurdito de negros rulos, la agarra y la baja como acariciándola, hace dos amagues frente al arquero de River, frente al monstruo de los arqueros, ante el Pato Fillol, lo bailotea y lo hace gatear, lo desparrama, viene Tarantini desesperado a cubrir la raya de cal y el zurdito se toma todo el tiempo del mundo, en fracciones de segundos que duran años, gira el cuerpo de un lado al otro, responde como Edipo ante la esfinge de Tebas, desploma a Tarantini y mete el balón en el último rincón del arco. Golazo, una obra de arte, maravilla para los ojos. Ese zurdito era Maradona. ¡Gracias papá! Cómo quisiera que estuvieras a mi lado este sábado para ver juntos, como tantas otras tardes, un clásico de Boca-River, ¿sabías que jugarán la final de la copa Libertadores? Sí, lo sabes, me acompañas todo el tiempo…

“Y otros grandes nombres acuden a la mente: Onega, Sívori, el chapa Suñé, Rattin, Mastrángelo, Mouzo, Sanabria, el puma Morete, Artime, el negro J.J. López, Luque, Kempes, Brindisi, Passarella, el Pinino Más y sobre todo los nombres de estos arquerazos, el del gran Amadeo Carrizo, el tipo que reinventó el puesto de arquero al ser un atacante más con pases-gol desde su área, con esa estampa galana de puro guapo, o el Loco Gatti que cuando atajaba para el Lobo de Gimnasia se subía la chaqueta para que todos vean que debajo llevaba los colores de Boca, o cuando en el clásico, en el Monumental, le arrojaron una escoba y se puso a barrer en su área mientras le llovían insultos de la tribuna de River, y atajó todo, como barriendo…”.

No hay club de fútbol si no lleva un máximo ídolo por delante. Creo que en el caso de River es Alonso (con perdón del gran Enzo Francescoli, ídolo de Zidane, el uruguayo que era el sumun de la elegancia y la clase, del toqueteo fino y la estampa de lord), como en Boca lo es Riquelme (con perdón de Maradona… es que él jugó nada más que un año en el club de La Ribera). Cuando el técnico Didí (sí, el brasileño que salió campeón mundial jugando con Pelé y Garrincha) le dice al flaquito de 18 años “Vocé joga bonito, vaya”, Alonso debuta y juega lindo esa tarde y jugará lindo durante otros quince años. Con Alonso, River no solamente volvería a salir campeón, tras una sequía de 18 años, con sus golazos de tiro libre, con sus pases lujosos, con sus inventos virtuosos, sino que logrará por primera vez la Copa Libertadores de América. Una simple jugada pinta el gesto del Beto Alonso, hizo el gol que no pudo Pelé ante Uruguay en el Mundial 70: era ante Peñarol por Copa Libertadores, gambeteó al arquero sin pelota y luego la recogió para meterla en las redes. Alonso había dicho: “Vine para ser campeón y me iré siendo campeón”. Lo cumplió.

Pero si de jugadas increíbles se trata, una palabra aparte son las de Riquelme. El “torero” la agarra en media cancha y espera de espaldas, vienen tres de River a robarle la pelota, entonces gira sobre su eje y en un amague se come a dos, que pasan de largo, vuelve a girar sobre su eje y entonces, poniéndose otra vez de espaldas, la pasa de taquito y con pisada por ¡entre las piernas del paraguayo Cáceres! Era una jugada fantástica, uno se restregaba los ojos de no creer semejante maravilla. ¡Olé! La tribuna de Boca se venía abajo ante monumental jugada, nunca antes vista. ¡Torero! Con Riquelme, que le dio dos títulos de Libertadores seguidos a Boca, y un baile estrepitoso al Real Madrid en la Intercontinental, cuando a sus defensas los bailó a su gusto, con gambetas, caños y moños durante todo el partido, se cerró la época de un jugador en verdad único, del máximo ídolo de la historia del club. Es viendo a Riquelme que uno puede decir esto: la gambeta es un invento sudamericano, en la gambeta se sintetiza el sentimiento del hombre del sur, que ya nada puede hacer frente al destino, y al cual sin embargo modifica en un acto de locura, con alegría y juego, apelando con todas sus fuerzas al baile. Eso es la gambeta, la sudamericana, la de Riquelme…

“Y otros nombres vienen a la mente: Latorre, Aimar, el conejito Saviola, Córdoba, el patrón Bermúdez, Ibarra, el Beto Márcico, Schelotto, Batistuta, Caniggia (“el hijo del viento”), el burrito Ortega, Schiavi, el pato Abbondanzieri... ¡O Tévez! ¿Cómo olvidar aquel gol de Carlitos Tévez en semifinal de Libertadores en el Monumental ante River, y su subsecuente expulsión por haber festejado su gol bailando la “gallinita”?... Tantos, tantos nombres, tantas imágenes, que no me caben en la mente…”.

Este sábado hubo una explosión de papeles, banderas, bombos y murga, 57.000 almas cantando al unísono para la celebración del clásico más grande de todos los tiempos. Porque ellos son y serán el fútbol.

Filósofo y músico – [email protected]