Opinión Bolivia

  • Diario Digital | martes, 19 de marzo de 2024
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Juan Carlos Valdivia: “Después de Zona Sur, ¿por qué no Zona Norte”

El destacado cineasta paceño estrenó el jueves Søren, su más reciente película, en salas del país.
Juan Carlos Valdivia: “Después de Zona Sur, ¿por qué no Zona Norte”



No sin razón, suelen cuidarse mucho los creadores de anunciar sus futuros proyectos. No ha sido tanto el caso del cineasta paceño Juan Carlos Valdivia, quien adelantó desde hace unos años la hechura de su trabajo “más autoral”. Ese es Søren, y ha sido estrenado el pasado jueves en las salas de cine del país (en Cochabamba, en las del Prime y Center).

Justifico el primer apunte de este texto a medio camino entre la reseña y la entrevista: a partir de los anuncios, los seguidores de las obras del realizador de American Visa (2005), Zona Sur (2009) e Yvy Maraey (2013) esperábamos ahora la consagración definitiva del cineasta. Pero suele suceder que cuando la vara está muy alta es difícil satisfacer expectativas.

Así las cosas, señalaré que, aunque el segundo largometraje citado seguirá siendo el mejor del paceño hasta nuevo aviso, mucho se puede rescatar -y criticar- de su más reciente filme. Y es que, planteado por el mismo director como una continuidad, no narrativa, de Zona Sur, Søren vuelve a ser una mirada sobre la Bolivia del momento, en teoría, con menor ambición como con más frescura.

La trama es simple, se trata de las relaciones afectivas de tres jóvenes: Søren (Willy Cartier), Paloma (Pamela Peró) y Amaru (Romel Vargas). Son los tres los estereotipos del trotamundos extranjero, la jailona y, cómo no, el indígena empoderado (“cholo masista”, se define él mismo en la cinta). Hasta ahí todo cabe en lugares comunes, pero, a medida que avanza el metraje, la complejización de las interacciones, de tan insistente en sus idas y venidas, introduce al espectador en las pretendidas preguntas. ¿Cuánto influye la movilidad social en la pareja, más si esta es cliché? ¿Cómo la burguesía aymara afronta taras conservadoras de género tan extendidas? ¿Es el amor un punto de llegada o de partida? ¿Son en efecto los jóvenes protagonistas de un “nuevo” país? Esas son algunas interrogantes que me surgieron y que se agradecen junto a las pistas de las probables respuestas.

La historia transcurre en escenarios de postal: el cholet, el salar, la selva; lo que a mí no me molesta en sí, pues no anda mal que como pueblo nos sigamos reconociendo también mirándonos el ombligo, muy fotografiable, por cierto. A ello se suman parajes sonoros notablemente editados y que se constituyen en otro lenguaje.

Ahora bien, en la siguiente entrevista, Valdivia señala que siente que vivimos en una suerte de hedonismo colectivo. Y mucho de eso se refleja en el filme (en la comida, en el sexo, en el viaje). Pero, como pasa con todo placer, este suele bordear el exceso. Por ello, si bien algunos contienen guiños filosóficos y artísticos (hay alusiones que van de Kierkegaard a Kuitca), son excesivos varios de los diálogos que configuran un extraño tono de autoayuda, que se profundiza más cuando los actores no dan la talla. Y llega a ser ampuloso asimismo el paneo turístico que, por otro lado, desnaturaliza algo que pensábamos Valdivia hacía con maestría: retratar el mundo indígena.

Lo anterior es parte de lo que se puede criticar a un filme que sin embargo vale mucho la pena ver, más si aborda nuestra identidad y excesos, en el último tiempo embarcados en tan vertiginosas transformaciones.

-Desde Yvy Maraey, adelantó que venía trabajando en su proyecto más personal e íntimo. Tras el resultado final, ¿cree que terminó siendo así? ¿Llegó a tomar alguna decisión que no tuvo que ver con un criterio autoral eminentemente artístico?

Las tres películas presentan una visión íntima y personalizada del mundo. En el caso de Søren, la película se enfoca en la vida íntima de una pareja y, como en las otras dos, está inspirada en vivencias propias. En las tres películas hay una especie de relato testimonial de primera mano. Eso y la mirada sobre el contexto boliviano actual es lo que las hermana.

-Con algo de sorna, tras la función de prensa de Søren en Cochabamba y consultado al respecto, señaló que su reciente película es la continuación de Zona Sur y que en este nuevo escenario se muestra una suerte de imbricación de clases. ¿Piensa que, pese a divisiones aún infranqueables en el país, ya hay espacios de convivencia armónicos que, como en su cinta, han trascendido las pugnas económicas y racistas?

¿Sorna o sentido del humor? Después de Zona Sur, ¿por qué no Zona Norte? No soy sociólogo ni historiador, yo me limito a expresar lo que percibo. Creo que los bolivianos hemos superado muchos traumas en los últimos años. Es más, estamos viviendo una especie de hedonismo colectivo -que haya resabios de discriminación racismo y muchas otras calamidades, no lo dudo, pero la película propone y mira hacia delante-. Muchos pueden considerar que me equivoco en mi apuesta. Existe siempre un riesgo y eso hace que las películas tengan vida. A la vez conlleva una responsabilidad porque la agenda de un país la ponen, queramos o no, los políticos y los artistas e intelectuales, pero sobre todo los jóvenes, y Søren es una película para un público joven que creció en un mundo mucho más amable y tiene una visión muy diferente de la vida.

-Ha señalado que su película trata de representar las posibilidades del amor en el siglo XXI. ¿Cuáles son las nuevas características del amor en este siglo y cuáles cree haber reflejado en su película?

Søren es un cuestionar sobre el amor; te deja con preguntas abiertas para reflexionar. Lo segundo es que quise hacer una película sobre el amor y terminé haciendo una sobre la libertad en el amor. El amor es un tema muy amplio y muy trillado; lo segundo es más manejable y más específico. Los paradigmas están cambiando y cada época necesita redefinir los conceptos de amor y libertad. Hoy la gente tiene muchas opciones de vida para elegir. De hecho, ahí viene un poco Kierkegaard (Søren): fue el primer filósofo en introducir la idea de que las personas pueden ser dueñas de su destino y que no tenían por qué acatar lo que la sociedad les impone.

-En mayor medida en Zona Sur y luego en Yvy Maraey utilizó el plano secuencia para hablar de lo indígena. Ese recurso ha desaparecido en Søren y, si algo es visible en la forma a primera vista, es el cambio del tamaño de pantalla. ¿A qué se debe esta discontinuidad?

No me interesa ser el hombre del plano secuencia ni esclavo de ningún estilo que me haya funcionado antes. La película necesitaba otro lenguaje. Quería hacer algo más libre y menos consciente de su forma, una estructura más musical. Sin embargo, si miras la película con atención, verás que hay muchos planos largos y algunos planos secuencia. Solo que están cuando se necesitan y no como una imposición estilística. De hecho, he dejado de trabajar el plano-contraplano desde American Visa; me gusta ir diseñando los planos momento a momento y no cubrir una escena en función a un control editorial posterior.

-Una nota del diario La Razón ha abundado en las deudas que tiene usted con personas que trabajaron en sus filmes. ¿Están las cuentas saldadas en el caso de Søren?

No hay cuentas pendientes con las películas anteriores. En cuanto a esta, se necesita un tiempo para entrar en números verdes. La producción ha sido siempre accesible y transparente con la gente involucrada. Hoy estamos lanzando una película hecha con el apoyo, esfuerzo y consenso de muchísima gente e instituciones que quieren ver el fruto de su trabajo y su convicción. Hoy estamos para celebrar y para entregar la película al público y por supuesto para conseguir el mejor desempeño económico posible.

-Es estas páginas y en alguna conferencia suya, afirmé que Valdivia era el cineasta del actual proceso político, sin que usted expresara mayor desacuerdo. Dado que al escenario electoral acaba de entrar Carlos Mesa, con quien tiene una relación muy cercana, ¿a quién apoyará?

Que cada quien discierna lo que cree que le conviene al país. Yo solo hago cine. No soy nadie para influir en las opiniones de la gente. Creo que los bolivianos tenemos una cultura política muy desarrollada, no necesitamos a cineastas diciéndonos qué hacer. Tengo un respeto y admiración por el presidente Morales, y Carlos Mesa es un amigo muy querido desde hace más de 20 años. No tengo ningún interés en hacer campaña por nadie. Más allá de los afectos hay que ser libre.

-Se ha adelantado que finalmente el país tendrá una nueva Ley del Cine. ¿Qué debe establecer esta norma para que las salas comerciales respalden debidamente la producción nacional y para que el Estado fomente la formación de públicos y la investigación?

El Gobierno tiene una deuda pendiente con el cine y la cultura en general, pero finalmente se han dado cuenta de la importancia del fomento para que la actividad se desarrolle, y la ley está entrando ya a la plenaria para su aprobación. Muchos hemos trabajado incansablemente para que esto se concrete. Los cineastas debemos dejar de pedir dádivas. Tenemos que tomarnos en serio y saber que somos capaces de crear una industria que genere contenidos de calidad, empleos con valor agregado y una actividad económica que pague impuestos y sirva a la sociedad que la sostiene. Necesitamos fuentes de financiamiento y mecanismos claros para hacerle frente y competir con la avalancha de contenidos externos, sin prohibir ni decirle a la gente lo que tiene que ver.

Periodista - [email protected]