Opinión Bolivia

  • Diario Digital | martes, 19 de marzo de 2024
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[EL NIDO DEL CUERVO]

Nido para tres

Nido para tres



Como cada año, la Feria del Libro se realizó a comienzos de octubre, y como cada año me di cita para visitarla y derrochar todos mis ingresos para posteriormente padecer remordimiento de comprador al no tener con qué comprar comida. Imagino que a todos nos pasó alguna vez, aunque no siempre sea con libros, pero todos tenemos algo que nos apasiona y que a veces nos hace perder la cuenta de lo que invertimos. Como cada año, también opté por comprar tres libros de tres autores nacionales de los que no conocía absolutamente nada; es un pequeño ritual que suelo hacer, una microaventura por conocer cosas nuevas y también por apoyar a los autores nacionales. Este será un “Nido” para las tres autoras que elegí.

Este año escogí el ambiente de La Hoguera para realizar mi ritual, ante todo por la oferta de tres libros por 50 bolivianos que me pareció atractiva. El primer libro que escogí fue de una autora llamada Rosario Arzabe y titula El lado oscuro de mi luna. Me interesó ante todo por el comentario de Homero Carvalho en la contratapa y el prólogo de Giovanna Rivero; al final, el libro no me pareció tan bueno como ellos insinuaban. Al terminarlo, me di cuenta de que su estructura y su presentación eran más adecuadas a un producto de consumo que una obra artística, quizás ideado así por la publicista Arzabe y no por la poeta. Gran parte de las páginas están “decoradas” con fotografías de modelos reconocidos en nuestro medio y que fueron tomadas por Manzoni; eso lastimosamente, en vez de ayudar a visualizar mejor las imágenes los poemas, dio la impresión de estar frente a un catálogo de modelos o de alguna empresa fabricante de pinturas látex. A pesar de que Rivero ya advierte sobre los clichés y lo poco cultivados que pueden parecer los poemas, lo que disgusta son esos versos cuya sintaxis o ritmo a veces dejan que desear y donde los clichés se anuncian como descubrimientos profundos, productos de incontables días de meditación; de nuevo la publicista. Sin embargo, uno puede pasear por las páginas, demorándose en los versos y releyendo los poemas, entonces se vislumbra el impulso poético primigenio que comparten todos los autores, desde los mejores hasta los menos hábiles, todos buscan formas de expresar esos momentos idílicos que marcan las vidas de los humanos; esos momentos de extrema soledad (“Tu vacío ocupa demasiado espacio”) o de extrema felicidad (“Los oídos no me dejan respirar cuando tus besos suenan a orquesta”) y es entonces que, desde el lado oscuro de esa luna, amanece Arzabe, la poeta.

El siguiente libro que escogí fue uno de Emma Villazón, titulado Lumbre de ciervos. Aun sentía el gusto del anterior poemario mientras leía el prólogo de Cé Mendizábal y esperaba una calidad similar de esta obra, puesto que ambas eran parte de la colección de poesía de La Hoguera, Fue una grata sorpresa encontrarme con Emma y su poesía. No me avergüenza decir que, durante mi primera incursión por ese mar, naufragué, no entendí casi nada de lo que decía la autora, pero aun así sentí la necesidad seguir navegando porque las sirenas no atraen a los navegantes por ser agradables a la vista, sino por ser su canto bello a los oídos. Los versos dibujan imágenes que se superponen unas a otras sin comas ni subordinaciones que estorbarían la melodía, cambian gracias al movimiento vital que no se detiene como en los ríos de Heráclito; frente a mí se dibujan paisajes joviales, tiernos, eufóricos, un sinfín de adjetivos que no alcanzan para esta magra columna. Triste fue enterarme de que había fallecido hace ya un tiempo, algo del cerebro según lo que dijo una amiga cuando le comentaba mi reciente fascinación con Villazón; y los versos que ella había escrito mucho antes, serían, pienso, un agradable epitafio para esa sirena que canta, pero ya no se encuentra: “No se aleja quien nunca se va/ sale por la puerta real o irreal/ y se despide en tono de lluvia ascendente o de pájaro”.

Del último libro no puedo hablar porque aún no pude leer Los vagidos del gato de Rosse Marie Caballero, pero como el “Nido” está grande y aún hay espacio en esta casa, hablaré de una poeta colombiana llamada Diana Gutiérrez. Su poemario titulado “Ese delirio” llegó a mis manos por iniciativa de Camilo De Fex, escritor colombiano también, que estuvo impartiendo talleres gracias a un programa impulsado por la Secretaría de Cultura de Medellín y el Proyecto Martadero. El lenguaje que usa es ameno, pero al mismo tiempo rebelde, contestatario; alterna entre la reflexión existencial (“Me cansan los cuerpos/Me cansa el mío/ camino con la sensación de haber olvidado algo fundamental”), artística (“Me lanzo a un clímax ignoto, como si no tuviera otra opción que la verdad;/ ¡la mía!”), social (“Destruye con humor el odio/ Destruye con amor los cuerpos vacuos/ Destrúyelo todo, sin compasión alguna, más que hacer perdurar la existencia de lo bello”) para dejar una sonrisa corta, serenidad en el alma y un gracias por lo que entrega; pues, como ella dice, “Al final está el poema, y eso basta”.

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