Opinión Bolivia

  • Diario Digital | martes, 19 de marzo de 2024
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El problema Paz Soldán, un esquema seudosociológico

Un ensayo sobre el lugar que ocupa en las letras bolivianas la obra del destacado escritor cochabambino.
El problema Paz Soldán, un esquema seudosociológico



Según ciertas lecturas, hay dos formas opuestas de oficialización de la obra de arte. Entiendo como “oficialización” el proceso por el cual la sociedad o al menos la esfera pública reconoce la calidad artística de una obra o un conjunto de obras artísticas. Esas dos formas serían, en términos que Peter Burke usa para otro caso, la del “rentista”, es decir el sistémico, y la del “francotirador”, el antisistémico. Hay que empezar diciendo que, contrariamente a lo que se cree, tanto el rentista como el francotirador son oficializados por la institución del arte en algún momento. Es decir, si el francotirador no fuera oficializado, no lo conoceríamos y no tendría ningún interés. Es por eso que se puede considerar (y así lo hace Burke), que todo se reduce a una eterna lucha entre francotiradores y rentistas, al cabo de la que los primeros se convierten en los segundos. Entonces la oposición entre ambos radicaría, según esas lecturas, en la sincronía o la diacronía cronológica del reconocimiento oficial. Es decir, mientras al rentista lo oficializan en vida quienes detentan el poder de opinión, al francotirador lo oficializan una vez muerto. Aunque a primera vista esa diferencia parece casi banal, recae en un hecho trascendente: si la obra del rentista es oficializada por gente que lo conoce y reconoce en vida, puede que la decisión de oficializarla se deba no tanto a la calidad de la obra sino a razones extra artísticas, favores políticos, solidaridad de clase o de grupo, subordinación laboral, etc., etc. Mientras tanto el francotirador se salvaría de esa posibilidad, porque al ser reconocido solo muerto, el reconocimiento que se hace de su obra se debería exclusivamente a su calidad artística.

Sobre la distinción previa se puede hacer varias anotaciones. En primer lugar, es desde ya difícil hacer una separación tan taxativa entre los artistas y la “esfera pública” que los oficializa. En el caso de un artista individual resulta relativamente sencillo imaginarlo, pero la situación cambia si de lo que se trata es de un grupo de artistas (un movimiento artístico, una tendencia, un nuevo género, etc.), que, al mismo tiempo que produce su obra artística, influye en la esfera pública a partir de su aparataje, llámense medios de comunicación masiva, divulgación y validación académica, etc. Además, así como es difícil determinar la separación entre individuos y esfera pública, es aún más difícil determinar la misma unidad de la esfera pública. Lo que pasa siempre es que la esfera pública está dividida en distintos grupos de intereses que se solapan, o que a veces se oponen frontalmente. En otras palabras, ¿qué significa que una obra sea oficial? ¿oficial para quién? ¿para quienes no?, ¿cómo se puede medir la “oficialidad” de una obra? Por ejemplo, en el campo de la literatura, los académicos a menudo intentan establecer con mayor o menor claridad el canon, sin embargo, es muy común que el canon literario de una sociedad no se corresponda con la representatividad de esas obras en la esfera pública. Por otro lado, ¿es la cantidad de plays que tiene una canción en Youtube índice de su oficialidad?

Teniendo en cuenta todo eso, la figura del francotirador también se vuelve un poco elusiva. Existe hoy un cierto revisionismo popular respecto a los íconos francotiradores, que tiende a verlos de forma menos romántica. Se dice que, si bien Van Gogh no vendió muchos cuadros en vida, su hermano Theo, que era merchante de profesión, movió bastante bien sus contactos para oficializar la obra de su hermano después de muerto. Es decir, un artista francotirador puede no “venderse” a quienes detentan el poder de oficialización de su tiempo, pero eso no significa que sus herederos o incluso los especialistas en su obra no lo hagan en el futuro para proveerse también de algún beneficio (cosa que en nuestro medio viene pasando hace tiempo con la obra de Jaime Saenz). A eso se suma por ejemplo la pregunta de si quien rechaza negociar con cierto sector de la esfera pública, pero, al mismo tiempo, negocia o es oficializado por otro sector ¿puede ser considerado francotirador? Se me viene a la mente el caso de Arturo Borda, a quien siempre se consideró un francotirador, pero que, si leemos bien su biografía, buscó claramente negociar con cierto sector de la esfera pública, el afín a Hernando Siles, rechazando al otro, el afín a Bautista Saavedra. Y también está el caso del artista que es oficializado en vida, pero que desea mantenerse anónimo o aislado de los grupos que detentan poder de influencia en la esfera pública, lo que garantizaría el hecho de que su obra ha sido oficializada por sus méritos propios y no por asuntos extra artísticos, por ejemplo el caso de Pynchon, o, en Bolivia, el de Alison Speeding.

Pero la pregunta principal recae en la obra misma. ¿Qué se oficializa cuando se oficializa una obra? ¿Se oficializa al autor como individuo?, ¿la obra individual? Personalmente, creo que la “oficialización” de una obra es en realidad la oficialización de un posible modelo de literatura. Un modelo literario determinado tanto por variables meramente estéticas como por formas específicas de distribución de las sensibilidades que permiten apreciar esas obras (factores económicos, logísticos, políticos, etc.). Modelos literarios que además sirven para entender la tradición previa y la tradición que esa obra instaura. Este pequeño esquema seudo sociológico en realidad parte de un tema al que vuelvo todo el tiempo, y es que en la tradición boliviana el caso de la obra de Edmundo Paz Soldán, por distintas razones, es anómalo. No corresponde muy evidentemente a ninguna tradición local previa -se adscribe más bien a tradiciones “universales”- y es, a la vez, un autor oficial que tiene bastante representación en la esfera pública. Por otro lado, es un autor que, por primera vez en la historia cultural boliviana reciente, fue “impuesto” en el mercado literario nacional, en pleno contexto del neoliberalismo, como símbolo de cosmopolitismo y modernidad literaria a través del “aparataje” de esa esfera (medios, editoriales, premios, cierta academia). Y, sin embargo, él y muchos autores de su generación, particularmente los autores de la antología McOndo, desde un inicio se consideraron a sí mismos francotiradores. Para ellos los rentistas eran los autores del Boom, que, paradójicamente, fueron un fenómeno patrocinado por editoriales extranjeras (Seix Barral, Planeta, etc.) en la misma medida en la que ellos iban a ser patrocinados por Alfaguara.

Pero mi intensión acá no es desestimativa, sino lo contrario. Pienso que el gran mérito de la obra de Paz Soldán y los autores de su generación y su entorno es el haber logrado, implícitamente, que se oficialice un nuevo modelo literario en sus países, que hoy se encuentra plenamente vigente. Puede que su literatura no guste a algunos: la esfera pública que ha oficializado la obra de Paz Soldán todavía se encuentra profundamente tensionada y por lo tanto sigue siendo un campo de lucha estético. Pero quienes en Bolivia critican de forma acérrima la oficialidad de la obra de Paz Soldán, basándose en tradiciones aparentemente contrarias a ella, a las que adjudican cierta moral francotiradora, se olvidan de que esas tradiciones han requerido también la oficialización de los modelos literarios que posibilitaron su florecimiento. Es curioso, pero hoy ya no se puede volver a la obra de Paz Soldán, particularmente la de los 90 o inicios de los 2000, sin hacer un ejercicio no retrospectivo, sino prospectivo. No se puede leer esas obras sin pensar en el modelo desarrollado luego por obras como las de Giovanna Rivero, Rodrigo Hasbún o Liliana Colanzi, por nombrar algunas. ¿Qué autor boliviano vivo puede arrogarse haber hecho algo parecido?

Historiador y crítico - [email protected]