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La poesía como barniz: Soundtrack de Camila Urioste

Sobre la obra de la escritora paceña ganadora del Premio Nacional de Novela 2017.
La poesía como barniz: Soundtrack de Camila Urioste



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Hace unos días estaba escuchando un compilado de rancheras antiguas del mexicano Cuco Sánchez, y, aunque no puedo dejar de reconocer la belleza de su música, la masculinidad desde donde enuncian las voces poéticas de esas canciones me resultaba, al menos cómica, por no decir patética. Es decir, entiendo el contexto desde donde surgen, pero creo que ese tipo de masculinidad tan dramática, tan francamente irresponsable, resulta algo ajena a alguien de mi edad. Obviamente no quiero decir que hoy, igual que ayer, los varones no sigamos siendo medio estúpidos, que los chicos de ahora no dediquen rancheras a sus novias, pero el punto es que eso que se puede llamar feminismo en un sentido lato ha cambiado nomás las formas de cómo los varones y las mujeres de ahora entendemos los roles de género.

Por otro lado, algo que me parece reprochable de la crítica que le hacen algunas personas al hecho de que haya feministas admiradoras de Frida Kahlo es que no tienen en cuenta que el feminismo no es una simple cuestión de aspiración moderna. Es decir, Kahlo, me parece, representa para el imaginario social latinoamericano el lugar donde justamente entra en conflicto el amor romántico machista. El lugar complejo en el que las formas tradicionales de relación amorosa machista ya no son funcionales, el lugar en que esas formas arraigadas en las “estructuras de sentimiento” de nuestras sociedades se chocan con los afectos, el deseo, los imperativos familiares, sociales, etc. Ya en los 80 la académica india Chandra Talpade desató una gran polémica con las feministas gringas, porque ellas, en su creencia de un feminismo liberal universal y modernizante, no entendían que el hijab, el velo musulmán, pudiera ser un arma de resistencia del feminismo árabe.

Pero ya ha pasado mas de medio siglo desde Frida Kahlo. En sus cuadros hay una narrativa nítida en la que Diego Rivera es un personaje construido para ajustarse cabalmente al rol de amante tirano, de patriarca macho al que se debe idolatría. Es decir, esa narrativa está construida por Kahlo en torno a la estupidez y tiranía de Rivera, no tanto porque él haya sido ambas cosas (que lo era), sino porque ella quería que así fuese. En su narrativa pictórica es ella quien le da esos roles, dejando nula agencia al Diego Rivera real. En Soundtrack de Camila Urioste pasa exactamente lo mismo, casi sin una añadidura de coma. La novela cuenta la historia amorosa de Alicia, la narradora en primera persona, y Martín, su mejor amigo, de quien ha estado enamorada toda la vida y al que solo conocemos por voz de ella. Al igual que Rivera en la narrativa de Kahlo, Martín es casi una marioneta del aparato narrativo de la novela, un personaje sin agencia al que textualmente Alicia idolatra. Martín es admirado como artista (tiene una banda de rock) y como amigo, pero al mismo tiempo es un conquistador irresponsable que nunca se ha hecho cargo de sus vínculos sentimentales con Alicia. Eso, como al personaje de Kahlo, le causa a ella un profundo conflicto sentimental que enfatiza el deseo de ser aprobada por el amante tirano y le hace dudar de su propio valor como persona.

Ha pasado más de medio siglo desde Frida Kahlo, y, si estas últimas décadas el feminismo ha modificado realmente nuestras formas de entender los roles de género, es expectable que una narrativa como la de la pintora no se repita, al menos no sin prácticamente ninguna modificación. No se trata de un asunto solamente histórico o político. Es decir, no creo en el desarrollo lineal del tiempo histórico. Se trata más bien de un asunto literario: el acto de repetir una misma narrativa después de todos los cambios que se han dado en la sociedad solo puede llevarnos a dos conclusiones, o se trata de una narrativa anticuada y conservadora o se trata de una parodia. Ya saben, lo de la primera vez como tragedia y la segunda vez como farsa. Y Soundtrack no tiene trazos de ser lo segundo…

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Desde hace mucho tiempo se ha descartado la idea de que una buena obra de ficción requiera necesariamente de un argumento ingenioso o muy elaborado. El argumento de Soundtrack es sencillísimo y hasta parece caer en lo banal: Alicia, como ya dijimos, siempre estuvo enamorada de su mejor amigo Martín. Como nunca se atreve a decirlo y él nunca se atreve a asumirlo, Alicia, ya de adulta, se casa con un médico con problemas de alcohol y tienen dos hijos. En cierto momento su esposo, Antonio, la engaña y deciden divorciarse. Martín tiene una novia y, sin embargo, en una fiesta, Alicia y Martín se dan un beso. Tiempo después tienen sexo, pero Martín se va de su lado al llamado de su novia.

Una alternativa literaria a la ausencia de un argumento ingenioso es un mayor trabajo con la forma y el lenguaje. Ganadora del Premio Nacional de Poesía Yolanda Bedregal del 2006, en Soundtrack Urioste apuesta por lo segundo y usa varias estrategias literarias con el fin de equilibrar la falta de complejidad del argumento. Para empezar, la novela está pensada como un glosario. Como la misma narradora cuenta, la idea la tomó de La insoportable levedad de Kundera. Pero, al mismo tiempo, la narradora también plantea que la novela es una misiva dirigida a Martín. Ese hecho parece interesante, dado que una de las líneas fundamentales de la “escritura femenina” en nuestra tradición es la de la novela epistolar. Además, el hecho también explicaría el insólito énfasis puesto por la narradora en el sentimiento de admiración que tiene por Martín y que, en cierta medida, funciona en contra de su misma integridad. Se trataría, como ella dice en la novela, de una “danza de apareamiento”. Sin embargo, teniendo en cuenta esto último, primero me pregunto, ¿qué significa en términos estéticos una declaración amorosa tan autodestructiva? Y, en segundo lugar, también se podría observar el hecho de que, para el receptor de una carta de amor, es un poco excesivo el que, además, esta sea un “glosario de términos relacionados”.

Pero me quedo con la primera de las anteriores observaciones. En términos estéticos, como señalé, esta autodestructividad tendría que ver con esa poética estereotipada del amor tirano al que, sin dudas, estamos acostumbrados cuando nos remitimos al imaginario de lo latinoamericano (cf. “Corazoncito tirano” de Cuco Sánchez). Pero al lado de esa poética, en Soundtrack hay otra distinta, mas cercana a la de cierto tipo de películas, que tal vez pueda rastrearse hasta la nouvelle vague francesa, y que probablemente explique la sencillez de su argumento. Se trata de una poética de los detalles, de los pequeños matices cotidianos, de la construcción del yo y el proceso de asunción de la adultez, de la edificación inadvertida de imágenes potentes. De hecho, Soundtrack se construye como un guiño al argumento de dos de los filmes de Before, el ciclo de Richard Linklater, sobre los que Alicia pone mucho énfasis: dos jóvenes que se han conocido de forma accidental y que se han enamorado intensamente sin decidir estar juntos, que se vuelven a encontrar después de años cuando cada uno ha hecho su vida por separado. El primer beso, los silencios entre ambos, las referencias culturales sutiles, las dudas y las inseguridades personales, todo eso se repite en Soundtrack y nos remite a esa poética.

Personalmente considero que el trabajo estético en esa segunda línea es un mérito de la novela, y tiene consonancia con cierto nuevo tipo de narrativa que se está produciendo en Bolivia. Hay imágenes bien acabadas, como la del hijo de Alicia llorando por la extinción de las ballenas azules, o algunas de las imágenes de la amistad con Martín en la infancia, o las imágenes relacionadas con la época de la dictadura… Sin embargo, la voluntad de sostener la novela sobre imágenes poéticas a menudo parece ser más grande que los resultados. No basta, me parece, con querer hacer un Before Sunset versión boliviana, aunque para justificar la cohesión del proyecto se lo barnice de poesía o de discurso feminista. Aunque no quisiera, mi memoria lectora se queda por ejemplo con la insolvencia conceptual y la dudosa poesía de la definición de “feminismo” de Alicia:

“Feminismo: Regla número uno: no participarás de la destrucción de otra mujer. Regla número dos: no pondrás excusas para romper la regla número uno […]. Regla número tres: no llamarás a ninguna mujer maldita zorra. Regla número cuatro: no te comportaras tú como una maldita zorra. Ni como una mosquita muerta. […] Regla número siete: rechazarás el amor romántico viéndolo por lo que es […]. Regla número ocho: aun cuando suene exagerado decir que el amor romántico es un instrumento de dominación patriarcal, aun cuando las palabras dominación patriarcal te suenen estúpidas y trilladas, recordarás que es verdad y rechazarás diligentemente el amor romántico […]”.

Crítico - [email protected]