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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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[EL NIDO DEL CUERVO]

El poema de Parménides

El poema de Parménides

Dejando atrás los dominios de la Noche, el viajero entusiasta que protagoniza el poema del filósofo griego Parménides se deja guiar “hacia todo cuanto el corazón desearía”. Sin caminar, se presta a que lo conduzcan. Un par de yeguas arrastra su cuerpo, erguido al interior de una carroza antigua. Las “doncellas solares”, que son dos, dirigen la yunta de animales, a quienes encaminan con prisa en dirección a la luz. Más allá, el umbral de unas puertas custodiadas por la Justicia los espera, los caminos de la Noche y del Día se esconden tras ellas. Cruzando este límite, una diosa recibe al peregrino. Cuando lo tiene enfrente, toma su mano con benevolencia y firmeza, y así se dispone a proferir su discurso. Su premisa es simple: se debe prestar la debida atención no sólo a la verdad, sino también a las opiniones de los hombres, aunque éstas a menudo sean tomadas como irrelevantes o inviables del todo por no ser verdaderas. Bajo el rótulo de mera falsedad, el opinar queda frecuentemente desechado en beneficio de una verdad pura, absoluta e indudable, con la cual la opinión no tiene nada que hacer; perdurando esta dicotomía en nosotros a lo largo de los años, tanto en nuestro lenguaje como en nuestro pensamiento.

Ahora bien, cuando la diosa del poema sugiere que pongamos nuestra atención en ambos elementos: la rotunda verdad y las opiniones mortales (opiniones que integran el campo de lo que aparece y desaparece), por más dispares que estos extremos sean, ella señala un orden nuevo en el cual la contraposición no implica la exclusión de uno de sus términos, sino una diferencia, que, si bien los distingue entre sí, no anonada a ninguno de los dos. Y es que, en efecto, la propia realidad se compone no sólo de verdad, sino también de opiniones. Esta doble contribución que permite constituir lo real es forzosa, e inscribe, a su vez, una lógica que no separa entre sí a los opuestos (verdad y opiniones; verdad permanente y cosas perecederas), sino que los reconoce como partes de un sistema íntegro e inmenso: lo que es. Así, se desecha el razonamiento según el cual la opinión se corresponde con el no ser y la verdad con el ser, y se incluye a la opinión dentro de lo que es, es decir dentro de un ámbito donde ella y la verdad están o concurren. La explicación de este proceder es simple: no se puede hablar de lo que no es, pretender abordarlo resulta un “camino impensable” y “anónimo” que no nos es posible transitar, pues ni siquiera existe un acceso hacia él. Y es que “sin lo que es” no se hallará el pensar. En otras palabras, no podemos pensar en ausencia de ser: el pensamiento se halla sujeto al ser, en cuya realidad encuentra el objeto sobre el cual somatizar sus destrezas, el lugar donde se permite desplegar y anclar su accionar; lo que es posibilita al pensamiento fluir a través de él, le otorga continuidad, vitalidad y corporalidad, algo que, por lo demás, no sucede cuando nos volvemos hacia lo que no es, cuya incidencia real no representa un recinto para el pensamiento, dada su nulidad. Consiguientemente, lo que no es es inexplicable, y aún más lo es el hecho de pensar “cómo no sea”, o cómo es posible que algo no fuera. Por eso, de “las únicas vías de búsqueda pensables” se preferirá la que revela que no es no ser y cómo sea esto (aquello que no es no ser). Así, en vez de decir qué sea el no ser, Parménides prefiere que centremos nuestra atención más bien en lo que no sería el no ser, o, lo que es igual, el ser, el ser rotundo, “íntegro y sin temblor y eterno”, y el ser que deviene.

Imperecedero, inengendrado, indivisible, homogéneo, eterno y atemporal son algunos de los predicados que nombra la diosa, y que caracterizan al ser de manera notable y esencial. A través de él transcurren variados elementos, que destacan por la complementariedad que entre ellos se suscita muy a pesar de las distinciones que cada cual, como particular, posea. “Por lo demás ya que todas las cosas han sido llamadas luz y noche/ según las potencias propias de unas y otras, / todo queda lleno a la vez de luz y de noche invisible, / de ambas por igual, porque ninguna de las dos participa de la nada.” El no ser, relegado a la indiferencia, es abandonado por el lenguaje de la diosa del poema, dada la absurda tarea que conlleva su búsqueda.

Filósofa - [email protected]