Tiene 26 años y ya estuvo preso 2 veces
El joven brasileño fue traído por su hermana a Bolivia para que se “tranquilice” y reencamine su vida.
19 de agosto de 2018 (18:01 h.)
Luce una polera colorida. Usa un gorro rastafari para proteger su larga cabellera. Es alto y delgado. Parece un joven muy tranquilo. Es brasileño, pero habla muy bien español, seguro es porque hace más de 15 años vive en el país.
Tiene 26 años y ya estuvo preso dos veces. La primera vez fue detenido en el penal cruceño de Palmasola.
Juan, nombre ficticio para mantener su identidad en reserva, fue acusado de participar en un atraco a una librecambista.
“Estuve un año y dos meses en Palmasola. Luego, las autoridades me dejaron libre”.
Dijo que durante ese tiempo las autoridades de su consulado estuvieron pendientes de su proceso y le ayudaban con una mensualidad de 100 dólares.
La seguna vez fue acusado de robo una motocicleta. Las autoridades judiciales lo sentenciaron a cuatro años. Ya cumplió tres y espera dejar el penal en 2019.
La historia de Juan se comenzó a gestar en su natal Brasil. Tenía solo 11 años cuando comenzó a “portarse mal” y a no cumplir con sus obligaciones.
Su mamá y sus hermanos estaban intranquilos con su comportamiento y no sabían qué acciones tomar para frenarlo y evitar que se meta en problemas.
Tenía una hermana mayor que vivía en Bolivia, en Santa Cruz. Fue la solución al problema. Un buen día llamó a su mamá y le dijo que se lo traería al país para que corrija su conducta.
Llegó a la ciudad del oriente, pero, las cosas no fueron como él pensaba.
Fueron pasando los años y Juan decidió estudiar mecánica.
Estaba tratando de encaminar su vida, pero, una mala decisión lo llevó a involucrarse en el primer delito que cometió.
La sanción fue “pequeña” y salió de la cárcel con la idea de rehacer su vida.
Conoció a una cruceña y, a los 19 años, tuvo su primera hija. Al poco tiempo nació la segunda.
No quiere que sus pequeñas se enteren de su situación para evitar que sean estigmatizadas por su familia y amigos.
COCHABAMBA
Si bien tenía un trabajo en Santa Cruz, tomó la decisión de venir a la Llajta, buscó un empleo y su vida se proyectaba sin problemas, según el interno.
“Un día unos amigos me prestaron una moto. No me imaginé que era robada. La usaba para trasladarme, pero una tarde unos policías me detuvieron”, indicó el brasileño.
Lo llevaron ante un juez y lo envió con detención preventiva.
“Hasta ahora me preguntó qué fue lo que pasó. Creó que me siguieron por mucho tiempo para detenerme”.
ABANDONADO
A diferencia de lo que le pasó cuando estaba preso en Palmasola, ahora, su familia lo tiene casi abandonado, al igual que las autoridades de su consulado.
“Solo vinieron una vez a ver cómo estaba. Ahora, desaparecieron. No me ayudan con dinero. Mi familia ni me llama”.
Añadió que su mamá, hermana y pareja saben que está detenido, pero poco o nada hacen por él.
Al igual que la mayoría de los reclusos extranjeros, Juan también hace de todo para ganarse unos pesos y solventar sus necesidades básicas.
Indicó que los 240 bolivianos del prediario no le alcanzan ni para el alimento del mes.
Hace de todo, principalmente, realiza las tareas de otros reclusos a cambio de una monedas.
Ayuda a controlar las cabinas telefónicas y por eso recibe unos 20 bolivianos al día, las veces que puede hacer esa tarea, que no es siempre, ya que hay otros que también quieren ese trabajo.
Cuando no tiene ninguna actividad duerme, ya que no participa del trabajo en talleres o de las otras actividades que cumple el resto de los internos que son bolivianos. Indicó que se levanta a las 6:00 horas para pasar lista (control de la Policía). Luego toma desayuno y, si tiene trabajo en la cabina telefónica o necesitan sus servicios para limpiar celdas o lavar ropa, se dedica a esas tareas, si no tiene nada, se dedica a descansar.
A diferencia de otros internos que dedican su tiempo a la oración o a leer la Biblia, Juan prefiere buscar un espacio en el penal y dormir.
2 Hijas
Tiene 26 años y ya estuvo preso dos veces. La primera vez fue detenido en el penal cruceño de Palmasola.
Juan, nombre ficticio para mantener su identidad en reserva, fue acusado de participar en un atraco a una librecambista.
“Estuve un año y dos meses en Palmasola. Luego, las autoridades me dejaron libre”.
Dijo que durante ese tiempo las autoridades de su consulado estuvieron pendientes de su proceso y le ayudaban con una mensualidad de 100 dólares.
La seguna vez fue acusado de robo una motocicleta. Las autoridades judiciales lo sentenciaron a cuatro años. Ya cumplió tres y espera dejar el penal en 2019.
La historia de Juan se comenzó a gestar en su natal Brasil. Tenía solo 11 años cuando comenzó a “portarse mal” y a no cumplir con sus obligaciones.
Su mamá y sus hermanos estaban intranquilos con su comportamiento y no sabían qué acciones tomar para frenarlo y evitar que se meta en problemas.
Tenía una hermana mayor que vivía en Bolivia, en Santa Cruz. Fue la solución al problema. Un buen día llamó a su mamá y le dijo que se lo traería al país para que corrija su conducta.
Llegó a la ciudad del oriente, pero, las cosas no fueron como él pensaba.
Fueron pasando los años y Juan decidió estudiar mecánica.
Estaba tratando de encaminar su vida, pero, una mala decisión lo llevó a involucrarse en el primer delito que cometió.
La sanción fue “pequeña” y salió de la cárcel con la idea de rehacer su vida.
Conoció a una cruceña y, a los 19 años, tuvo su primera hija. Al poco tiempo nació la segunda.
No quiere que sus pequeñas se enteren de su situación para evitar que sean estigmatizadas por su familia y amigos.
COCHABAMBA
Si bien tenía un trabajo en Santa Cruz, tomó la decisión de venir a la Llajta, buscó un empleo y su vida se proyectaba sin problemas, según el interno.
“Un día unos amigos me prestaron una moto. No me imaginé que era robada. La usaba para trasladarme, pero una tarde unos policías me detuvieron”, indicó el brasileño.
Lo llevaron ante un juez y lo envió con detención preventiva.
“Hasta ahora me preguntó qué fue lo que pasó. Creó que me siguieron por mucho tiempo para detenerme”.
ABANDONADO
A diferencia de lo que le pasó cuando estaba preso en Palmasola, ahora, su familia lo tiene casi abandonado, al igual que las autoridades de su consulado.
“Solo vinieron una vez a ver cómo estaba. Ahora, desaparecieron. No me ayudan con dinero. Mi familia ni me llama”.
Añadió que su mamá, hermana y pareja saben que está detenido, pero poco o nada hacen por él.
Al igual que la mayoría de los reclusos extranjeros, Juan también hace de todo para ganarse unos pesos y solventar sus necesidades básicas.
Indicó que los 240 bolivianos del prediario no le alcanzan ni para el alimento del mes.
Hace de todo, principalmente, realiza las tareas de otros reclusos a cambio de una monedas.
Ayuda a controlar las cabinas telefónicas y por eso recibe unos 20 bolivianos al día, las veces que puede hacer esa tarea, que no es siempre, ya que hay otros que también quieren ese trabajo.
Cuando no tiene ninguna actividad duerme, ya que no participa del trabajo en talleres o de las otras actividades que cumple el resto de los internos que son bolivianos. Indicó que se levanta a las 6:00 horas para pasar lista (control de la Policía). Luego toma desayuno y, si tiene trabajo en la cabina telefónica o necesitan sus servicios para limpiar celdas o lavar ropa, se dedica a esas tareas, si no tiene nada, se dedica a descansar.
A diferencia de otros internos que dedican su tiempo a la oración o a leer la Biblia, Juan prefiere buscar un espacio en el penal y dormir.
Si bien le faltan apenas 12 meses para salir de la cárcel, no ha pensado en lo que hará y qué giro le dará a su nueva vida. “No tengo nada planificado. Ni siquiera pienso en eso”.
2 Hijas
El interno brasileño tiene dos hijas, una de siete años y la otra de cinco. Viven con su mamá en Santa Cruz. No quiere que sepan que está preso.