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FERLIA LIBRE

Tesoro en la basura

Tesoro en la basura
Encontré un libro en un basural de la Vega Central en Santiago, un mercado mayorista de hortalizas, frutas, verduras y afines. Yacía entremedio de un variado surtido de podredumbres y, por cierto, junto a sus parientes: diarios viejos, papeles pringados, revistas desechadas y embalajes de cartón. ¿Robado a algún gringo despistado? El libro se titula Seeing Through Clothes (Mirando a través de la ropa), fue publicado en 1978 en Nueva York, autoría de la historiadora Anne Hollander. Tapa dura. 500 páginas, 330 ilustraciones en B&N. Un festín de información, reflexión y belleza. Lo he limpiado de mugre, aunque mientras escribo encuentro adheridas roñas tenaces. No resisto señalar sus capítulos, cada cual un programa: Paños/Mantos (referido sobre todo a la antigüedad), Desnudos, Desvestidos, Disfraces/Ropajes, Vestimentas y Espejos. Lo importarte para la autora es lo que hay debajo de la ropa; es decir, gente, costumbres, épocas, tabúes y gustos.

Dice Ms. Hollander en el prólogo: “Este libro trata de cómo la ropa en las obras de arte trata, a su vez, de la ropa en la vida real, durante un período de 2.500 años en la historia de Occidente, donde el objetivo del arte ha sido representar el mundo visible con la máxima convicción”. Ha habido cambios significativos en el influjo que la imagen artística ha mostrado para influenciar con sus representaciones. La autora menciona la fotografía y el cine en nuestra época, que han acercado aún más la realidad a su imagen. Por cierto, si hoy ampliamos a los derivados de la fotografía y el cine hasta llegar, no sé, a los teléfonos inteligentes y los hologramas, el fenómeno se ha acentuado aunque no ha cambiado demasiado. Esto mientras el arte anda en otra desde el siglo XX.

Pero en otros tiempos circulaban por las calles las corporeidades de los bellos y famosos, la realeza o los hombres de armas, para que la gente se enterara de cómo eran. Y los copiara. Copiara sus vestimentas, peinados y gestos, una forma de ascender socialmente. Una manera más práctica que la observación “en vivo” fue entonces asumida por el arte en todas sus formas: escultura, mosaico, icono, pintura, dibujo, grabado, daguerrotipo, fotografía, imagen en movimiento... Arte, sí, pero también base de datos, como se diría ahora.

En palabras de la autora: “En cada capítulo del libro se explora la idea de que, en la civilización occidental, la figura vestida se hace más convincente e inteligible en el arte que en la realidad”. El arte recoge los cambios en las formas de vestir y los hace evidentes, visibles, en muchos casos frente a la relativa transparencia de la vida cotidiana. A su vez el arte, al ir cambiando en su estética, proporciona una visión de la vestimenta que refleja conceptos de belleza propios de una época.

A medida que las artes pictóricas evolucionaron junto a los inventos técnicos, desde la imprenta a la imagen fotográfica, cada vez en mayor medida la gente de la calle tuvo acceso a los rasgos y portes de actrices, criminales, políticos y otras celebridades, a precios cada vez menores. Añadamos la ilustración de obras de ficción, incluida la Biblia, permeables a las modas y adaptables a los gustos, aunque siempre procurando poner naturales a los ciudadanos o prototipos, sea en la foto de una revista o un vaso de cerámica griega.

La tesis más importante de la autora es que la obra de arte, por mucho que transforme, estilice o tergiverse la forma de vestir de una época, no oscurece sino más bien ilumina aspectos ocultos. Alguien decía que el hábito sí hace al monje y no su forma de pensar, su creencia o su autoestima, perdidos a nivel íntimo con la muerte de la corporeidad. Para reflexionar: como vestimos nos ven y, en el límite, somos o fuimos.

Escritor chileno - [email protected]