Molina: Crímenes ocurren porque se incumple la ley y no hay policías adentro
Planificar el traslado de los jefes de las mafias que se forman en las cárceles bolivianas parece una cuestión de firmar una orden y viabilizar el viaje, pero no es tan fácil. Tomás Molina, quien fue director de Régimen Penitenciario durante las presidencias de Carlos D. Mesa y Eduardo Rodríguez Veltzé, de noviembre de 2013 a enero de 2006, relató que a los pocos días que asumió el cargo fue asesinada Jessika Borda.
“Era la única hija de la cónsul de Estados Unidos en Bolivia Rhea Borda. Se sabía que la ola de atracos y muertes en Santa Cruz se gestaba desde Palmasola, pero no había ni un juez de Ejecución Penal que quiera firmar una orden de traslado de los jefes de las principales mafias. Temían por sus vidas y sus familias. Preferían renunciar”, recordó.
Un comité interinstitucional efectuó la lista de los jefes. Por altoparlantes se dijo que el Director Nacional de Régimen quería entrevistarse con algunos y 16 jefes fueron convocados, uno a uno. Luego, se los hizo esperar en otra habitación y de allí fueron trasladados a Chonchocoro en un avión que prestó la DEA. “Así lo conocí a Chichuriru, él estaba entre los trasladados, pero no sabíamos que en la lista estaban solamente dos de sus guardaespaldas, y el resto eran enemigos suyos. Nunca se planeó eso. Fue una fatal coincidencia. Después supe que este hombre había hecho matar a mucha gente, que se hizo odiar por sus métodos de tortura y porque violaba a los internos que se rebelaban ante él. Además, se habían loteado la ciudad de Santa Cruz por anillos. Las bandas solo podían operar dentro de esos límites y le daban parte al Chichuriru”.
Una revelación que el exdirector de Régimen le hizo a OPINIÓN es que, tras el asesinato de Chichuriru, su viuda habría reclamado “su derecho” a seguir administrando el Primer Anillo de la ciudad.
“Parece una historia de ficción, pero fue así. Para ella era como una sucesión hereditaria. Los presos ‘perjudicados’ por esta situación me lo contaron”.
Molina añade que, para los presos cruceños, ir a Chonchocoro es el peor castigo porque el recinto está emplazado en una pampa carente de vegetación y muy fría. “Los pulmones reclaman oxígeno, el corazón late con intensidad. Todos los presos de piel blanca tienen cáncer por la alta radiación”.
LOS AJUSTES
Según Tomás Molina y una revisión hemerográfica, durante la primera década del 2000, en Bolivia fueron asesinados 68 reclusos en distintas cárceles.
El 23 de agosto de 2013, un enfrentamiento entre reos del pabellón B de Palmasola, que irrumpieron con cuchillos, machetes y garrafas de gas encendidas en el pabellón A del sector de Chonchocorito, causó la muerte de 35 personas, entre ellas un niño de dos años.
Otros ajustes de cuentas registrados en la prensa son los de Guido Benavides; Ronald Monasterios; Omar Cassis; Ángel Paredes; César Llusco; Alberto Rubín de Celis, alias El Petas, Félix Braulio Flores Catacora, Johnny Chambi Quispe y el de Rolando Eliseo Copatiti. Este último fue informado como si hubiera sido un suicidio, pero había otras hipótesis.
Lo cierto es que Chonchocoro se ha convertido en el sepulcro de los jefes de las mafias bolivianas que operan en los diferentes departamentos del país. Todos temen ser enviados allí porque saben que están expuestos a perder la vida en cualquier momento.
Lejos de los sistemas de protección y de los guardaespaldas que pagaban en las cárceles donde estaban antes, los jefes de bandas se sienten vulnerables en Chonchocoro, y aunque se apuran en armar nuevas cuadrillas de defensa, la competencia con otros rivales es mayor en el penal paceño.
En la mayoría de los casos de asesinatos de jefes, se trata de ajustes de cuentas por negocios mal distribuidos, disputas por el control de penales, venganzas por otras muertes o, simplemente, crímenes por encargo.
“Los enemigos que se enteran que un jefe ha sido enviado a Chonchocoro se comunican con ese penal para buscar ‘perros’ dispuestos a ganarse miles de bolivianos, o de dólares, por la cabeza de ese jefe”, cuenta un recluso de El Abra que estuvo en Chonchocoro por unas semanas.
El exdirector de Régimen Penitenciario Tomás Molina asegura que “todo” les sirve para matar. “He visto cómo destruyen columnas de ladrillo para sacar barras metálicas del hormigón armado y las afilan para convertirlas en armas mortales”.
También se pelean por estar cerca de la cocina para poder hurtar cuchillos, trinches y varillas. La mayoría de los asesinatos ha ocurrido en el comedor general, cuando los internos recogen sus alimentos y están desprevenidos. “Saben dónde herir. Van directo a la yugular”. También hubo crímenes en las celdas de aislamiento. Muchas veces, la traición se compra. Han habido casos de jefes cuyos guardaespaldas de confianza han sido comprados con grandes sumas de dinero para ayudar en las ejecuciones de sus amos”.
SE INCUMPLE LEY
Para Tomás Molina, todo esto sucede por la ausencia de policías en el interior de los penales. La Ley de Supervisión y Ejecución Penal establece que debe existir una seguridad externa y una seguridad interna a cargo de la Policía. “En los hechos, esto no se cumple. En todos los penales, los policías están afuera, junto a la puerta de ingreso a la población. Quizás estas muertes se hubieran evitado si la ley se cumpliera”. Una de las razones por las que esta normativa no se ejecuta es porque la misma prevé que los policías de la seguridad interna deben estar desarmados, lo cual pone en alto riesgo sus vidas.
Otro factor que incide en los asesinatos en Chonchocoro es la falta de una Policía especializada. “En todos los países, la Policía penitenciaria es diferente de la Policía ordinaria”.
En Chile, por ejemplo, la Policía común son los carabineros, pero la Policía penitenciaria se llama Gendarmería Nacional, que tiene otro uniforme, tiene su propia universidad penitenciaria y se especializan en varias áreas como la conducción de reos a tribunales. Además, tienen sueldos diferenciados, precisamente por su especialización.
En Bolivia, el mismo policía que hace de varita en las avenidas es el mismo que puede ser destinado a una prisión, como castigo por alguna falta disciplinaria, y eso no es correcto.
Pese a todo, Tomás Molina hace notar que, si se efectúa una comparación con otros países, se comprobará que el número de reclusos asesinados en Bolivia es ínfimo. “Por ejemplo, mientras en Bolivia mueren 10 presos al año, en Venezuela son asesinados más de 400”, dice, mientras exhibe unos cuadros del país boricua.
La exautoridad cree que esta diferencia se debe a una característica criticada por las instituciones de defensa de derechos. “Aunque no lo crean, el hecho de que los reclusos vivan con esposas e hijos en las cárceles se convierte en un freno de la violencia en el interior de esos recintos. En Chonchocoro no se permiten mujeres y niños, y el índice de violencia en una población de hombres tan pequeña, es mucho más alta”, opina.
Jueces tiemblan
Los jueces que deben firmar órdenes de traslado de jefes de mafias temen por sus vidas y sus familias. Prefieren renunciar.
Todo les sirve
Los reos fabrican armas de las barras metálicas de hormigón armado que extraen destrozando las paredes.