Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
  • Actualizado 00:01

Historias de viudos “Continuar” la vida sin su otra mitad y con sus hijos

Formar una pareja y luego una familia es un proyecto de vida que a veces se ve coartado por la muerte temprana de uno de los cónyuges, dejando vacíos, miedos y retos, para la pareja que queda. Acá tres historias de vida.<BR>
Historias de viudos “Continuar” la vida sin su otra mitad y con sus hijos



El amor surgió a primera vista. Y fue el destino, que después de separarlos por motivos de estudio, el artífice de que Luis Laredo y Gabriela Oviedo unieran sus vidas en matrimonio, un vínculo que duró 12 años y que fue abruptamente separado por una enfermedad.

La historia de esta pareja se inició en Argentina, cuando por motivos de profesionalización ambos dejaron Bolivia y se inscribieron en la Universidad Nacional de Córdova; él en la carrera de ingeniería Mecánica y Electricidad y ella en Odontología. “A primera vista me enamoré de su sonrisa”, confiesa Luis. Tras varias salidas en grupo y otras en solitario decidieron comenzar a enamorar.

La pareja inició su romance en 1987, pero tuvo que separarse físicamente cuando Luis concluyó su carrera y tuvo que retornar al país, con el compromiso de mantener el contacto y seguir con su amor a distancia.

No tuvo que soportar mucho tiempo de lejanía, ya que Gabriela retornó al Bolivia para ver dónde podría continuar con sus estudios.

“La Universidad Mayor de San Simón de Cochabamba era la única que le convalidaba más materias y, por eso, llegó a esta ciudad, y continuamos enamorando”, recuerda Laredo. En 1995, tras ocho años de enamoramiento, Gabriela le dio el sí frente al altar.

Fijaron su residencia en Cochabamba, porque ambos estaban con trabajos establecidos. La vida de la joven pareja se vio completa con la llegada de su primogénito, Luis y, años más tarde, con la de Nicolás.

“No todo era color de rosa, evidentemente, teníamos nuestras altas y bajas; pero, ambos sabíamos sobrellevar. Había mucha química”, recuerda con nostalgia.

En 2006, Gabriela comenzó a presentar algunos síntomas de enfermedad y tras varias consultas médicas, análisis y estudios, se determinó que padecía cáncer.

“Recurrimos a varios especialistas, nacionales e internacionales; pero, no pudimos hacer nada. Ella nos dejó en 2007 y mi vida parecía finalizar”, recuerda.

Para él y sus hijos fue doloroso retomar el ritmo de su vida sin ella, pero tenían que hacerlo. “Mis hijos fueron el motor que me obligaba cada día a levantarme y empezar de nuevo. Los primeros años fueron terribles, sino hubiera contado con la ayuda de mi familia habría sido más difícil salir adelante”, dice.

A partir de entonces, Luis Laredo dedicó su vida a sus hijos y ese es uno de los motivos por los que él no volvió a contraer nupcias, aunque el amor si tocó nuevamente sus puertas.

Luis, de 21 años, está en la universidad y Nicolás de 14Í cursa la secundaria y aunque ya están grandes, para su padre, todavía queda mucho camino por recorrer juntos.

FLORECIMIENTO DE UNA NUEVA VIDA

Es duro perder la pareja tras un periodo de enfermedad, pero verse sola de un momento a otro es trágico, más si se está gestando un nuevo miembro para la familia.

Este es el caso de María del Pilar Mejía, pues, la parca llegó sin previo aviso y tras un golpe certero, la separó de su esposo Joaquín Padilla, quien perdió la vida en un accidente de tránsito el 2006, en las inmediaciones del mercado de frutas del Circuito Bolivia.

“Teníamos tantos planes. Estábamos esperando a nuestra niña y la vida se truncó en un instante”, relata Mejía.

La historia de este matrimonio nació en 1989, cuando ella, estudiante de tercer año de Medicina en la Universidad Mayor de San Simón, conoció al auxiliar de Contabilidad Joaquín Padilla de 27 años. En ese momento, la chispa se encendió y tras, breves pero intensos, seis meses de noviazgo, él pidió la mano de Pilar en matrimonio.

Al tiempo de casados llegaron su mellizos, Daniel y Sergio, con los que la pareja aprendió a ser padres. Un rol que estaban desempeñando cuando nació Luciano. Finalmente, cuando creían que solo tendrían niños, un examen doppler anunciaba la llegada de Renata.

“Mi padre estaba loco de alegría y también se preocupaba por que, por fin, llegaría una niña a nuestro hogar”, recuerda Sergio.

Tras el entierro de su marido, María del Pilar sintió que su mundo se derrumbaba y que ella ya no sabía qué más hacer; pero, la llegada de su niña le otorgó más fuerza y coraje para enfrentar la vida.

“Mi marido siempre pensaba en nosotros, es por eso que él dejó todo lo necesario para poder mantener a sus hijos”, asegura Mejía.

Después de la muerte de su pareja, María del Pilar, con siete meses de gestación, inició un juicio contra el autor de la muerte y lo ganó. Desde entonces, ella se volcó a ser madre y padre de sus hijos.

Con mucho esfuerzo y ahorro Pilar pudo sacar adelante a sus hijos. 

A la fecha Daniel ya se tituló de la carrera de Administración de Empresas en la Universidad Privada Boliviana (UPB), Sergio se graduó de la Univalle como médico general, Luciano se encuentra en el tercer semestre de Ingeniería Civil en la UPB. “Todos me ayudaron consiguiendo becas de estudio”, cuenta. Finalmente, Renata “la niña de sus ojos” está en secundaria.

María del Pilar asegura que en estos 12 años de viudez, ella no pensó en volver a buscar pareja, ya que considera que Joaquín era y será el gran amor de su vida.

TRES FLORES EN EL JARDÍN

Embrujados por la magia que rodea al Cerro Rico de Potosí, ubicado al sur de Bolivia, Julio Romay e Ivanna Isaías vieron florecer su romance. Ella era una mujer de ascendencia árabe, que por cuestión de negocios familiares radicaba en Potosí.

En ese entonces, 1981, ella estaba divorciada y tenía bajo su cuidado a dos hijos pequeños. Sin que ninguno de los dos se proponga surgió el amor y tras un periodo de convivencia, el matrimonio llegó sorpresivamente.

“No planificamos nada, para nosotros era solo un papel porque nuestro compromiso ya estaba pactado”, asegura Romay.

Meses más tarde, la unión de esta joven pareja fue bendecida con el nacimiento de Andrea, primogénita de Julio, quien llegó a convertirse en el centro del hogar.

En 1993, llegó Julia Alejandra y a los cinco años, Fernanda. En el ínterin del nacimiento de sus hijas, la familia Romay Isaías, cambió de residencia a Cochabamba, donde comenzarían a construir su casa.

La familia llevaba una vida singular, porque Ivana era muy sociable y le gustaba destinar algunas de sus tardes al juego de cartas con sus amigas, mientras Julio prefería quedarse en casa en compañía de sus ya no tan niñas.

Tras 17 años de vida juntos, Ivana se enfermó y no pudo vencer al cáncer, dejando a su cónyuge al cuidado de sus tres hijas.

“Fue complicado, de la noche a la mañana estaba solo y yo solo pensaba en proteger a mis tres niñas”, afirma Julio.

Desde entonces, este hombre solitario que se refugió en el interior de su hogar para crear una y mil maneras para que no se note la ausencia de su pareja. “Creo que lo hice bien. No tenía tiempo de nada y quizá esa fue la razón para no pensar en una nueva pareja. Ellas son mi prioridad”, finaliza Romay, quien a la fecha sacó profesionales a dos de sus tres grandes amores.