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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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GASTRONOMÍA

Mirar el mundo en todos sus sabores y colores

El pasado viernes el mundo lamentó el suicidio del chef y escritor estadounidense Anthony Bourdain, a los 61 años. Publicamos un texto del fallecido, traducido en exclusiva por el escritor chileno Bartolomé Leal. 
Mirar el mundo en todos sus sabores y colores



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El 8 de junio me levanté con la mala noticia de la muerte de Anthony Bourdain a los 61 años de edad. Un tipo entretenido y entusiasta, vaya uno a saber qué demonios lo corroían por dentro. Por años disfruté de sus programas de comida a través del mundo y luego de sus viajes a lugares extraños y otros no tanto. Siempre ameno, irreverente y divertido. Una figura que salvaba a la repugnante TV con un aporte en el ámbito de la cultura; aunque original y diferente. Recuerdo de memoria una frase suya: “Después de la comida de casa, la mejor es la de la calle”. De los vegetarianos dijo: “Malos turistas, malos anfitriones, alejados del goce y por lo general flatulentos”. Bourdain también fue escritor en lo suyo y de los mejores. He traducido para los lectores de la RAMONA un texto que prologa una antología de escritos de viajes, inédito en castellano seguramente. Un agridulce exposición de su visión de la vida. (Bartolomé Leal)

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Se ha dicho que mientras más uno viaja, más vuelve la atención hacia el interior de uno mismo. Esto es verdad en mi propia experiencia, ya que eventualmente –tras años de cuartos de hotel, hostales, albergues en la selva, trenes, aviones, barcos y automóviles de todo tipo–, después de haber visto mucho del mundo, incluso las vistas más peculiares, a veces vuelo sin mirar a través de la ventana, sumido en un monstruoso lapso de egoísmo. Los escritores de viajes parecen buscar a veces no sólo lugares diferentes, sino su propio lugar –como si trataran de posicionarse ellos mismos en un amplio y siempre cambiante paisaje.

Cuando el viaje se hace habitual, cuando se hace para ganarse la vida, provoca en uno cambios a veces buenos y a veces malos. Por una parte es el más grande privilegio que uno puede imaginar: mirar el mundo en todos sus sabores, colores y aparentemente infinita variedad; descubrir de primera mano las diferencias entre nosotros en este enorme y complejo planeta –así como también las cosas que compartimos. Por otra parte, el viaje puede llegar a ser una compulsión que nos aleja de los amigos y los seres queridos. Cuando estoy afuera, a menudo añoro el hogar. Cuando estoy en casa, me siento desubicado. La historia y la literatura están plenas de personajes que han visitado Asia o Venecia, y que no pueden volver nunca más a ser lo que eran.

También hay dimensiones morales resbaladizas. Algunas de las historias en esta colección ilustran la intranquila tregua que se debe hacer con uno mismo para mirar y entender el mundo. “Siguiente Parada, Miseria”, de John Lancaster, es un recuento del creciente auge del “turismo de la pobreza” –en este caso una visita a un asentamiento marginal en Mumbai–, un ejemplo de cómo uno se hace cómplice al mirar o, de manera aún más inconfortable, al reconocer la propia complicidad en algo muy siniestro. ¿Cómo puede uno tomar el modernísimo nuevo tren al Tibet, como Pankaj Mishra lo hace en su relato, y no contribuir en cierta manera a un sistema que oprime a sus súbditos? Phnom Penh, hermosamente captado por Ian Buruma en su texto, es un ejemplo de un lugar que uno debería visitar de todas maneras, pero hay que estar preparados para ser selectivos con cada salida fuera del hotel. Uno debería preguntarse: “¿A cuál de estas personas podría o debería ayudar? ¿A cuáles tendría que ignorar? ¿Quién elegir para que me lleve en su motocicleta a mi confortable comilona? ¿A quién, si es que a alguien, debería darle un dólar? ¿O una pierna artificial?”

¿Hay algún tema en esta recopilación de escritos? No lo sé. Aunque estoy bastante seguro de que tras todas las historias que he leído (muchas, muchas más de las que están incluidas en este libro), aquellas que me hablan más fuerte y más poderosamente han sido por lo general las evocadoras de los aspectos más oscuros, esos momentos temibles, sublimes y absurdos; las pequeñas epifanías familiares para el viajero a tiempo completo, entremezcladas con una sensación de quiebre –y lo que es extraño, una infame necesidad de registrar la experiencia...

En mi peculiar modo de viajar, debo hacer frente al hecho inevitable de que estoy, en algún modo, destruyendo lo que amo. Mi “trabajo” consiste en encontrar auténticos comederos “fuera de los caminos trillados”, no descubiertos por los turistas en sus feos shorts, para preferir los carros ambulantes de Papá y Mamá, los puestos del tipo un chef/un guiso, y los boliches locales manejados por una familia. Son los que realmente amo, el tipo de lugares descritos por Calvin Trilling en “Los Tres Palillos Chinos”, la vibrante cultura del carro ambulante en un Singapur loco por la comida.

Si soy exitoso en mi trabajo, encuentro un lugar pequeño y perfecto. Escribo sobre mi descubrimiento. Lo pongo en televisión. En el mejor de los casos, un programa o un libro o un artículo exitoso, es visto y disfrutado por muchas personas, y quizás inspire a otros a viajar. Y a la siguiente vez me toca rodar por un pueblo saturado de americanos. Hay un Starbucks en la puerta siguiente –y el barrio completo se está yendo derecho al infierno.

De esta manera, los autores somos, como lo sugería Henry Miller, traidores a la raza humana. Podemos de tanto en tanto lanzar algo de luz sobre la inequidad, la injusticia y la opresión; pero regularmente matamos lo que amamos de un modo artero. Tal como el escorpión en relación a la rana, no podemos hacer nada. Es nuestra naturaleza. Cambiamos lo que es encantador y puro al visitarlo y contárselo a otros.

En un libro del mismo nombre, Gary Shteyngart –cuyo excelente texto sobre la temporada de matrimonios en San Petersburgo, “A Rusia por Amor”, aparece en estas páginas– escribió de manera hilarante acerca de la ficticia aunque todavía demasiado real, República Soviética de “Absurdistán”. Como cualquier cualquier escritor de viajes veterano lo sabe, el absurdo es un rasgo habitual y a menudo terrorífico de la vida de muchos de los que exploran fuera de los senderos batidos. Hay una razón por la cual los dictadores y déspotas, desde temprano en sus purgas, siempre han ejecutado a los escritores y satiristas, y a cualquiera con sentido del humor. La risa –y particularmente el ridículo– son peligrosos. Reconocer el absurdo de una situación es reconocer que simplemente no es bueno, que no funciona, que algo tiene que cambiar. Y ese puede ser un modo de pensar bastante mal visto en lugares como Costa de Marfil, descrito dramáticamente y con tanta atmósfera por Peter Chilson en “La Frontera”, o en el extraño Dubai de Seth Stevenson en “Buscando a Mammón en el Mundo Musulmán”.

El absurdo del sistema político de Togo y su familia real son divertidos de leer desde lejos, en “Mientras el Rey duerme”, de Mathew Teague, pero no tan divertidos, uno lo sospecha, vistos desde cerca. Y mientras ciertamente parece absurdo que un grupo de jeques árabes se prodiguen regularmente en el presunto vecindario de Osama Bin Laden, practicando la caza con halcón en una zona de guerra, como es descrito por Annie Nocent en su “El Viaje Terrestre más caro del Mundo”, se siente como que el chiste es respecto a nosotros.

Es correcto entonces el esfuerzo que le tomó al tal vez al más grande los escritores de viajes, Paul Theroux, captar la amenaza y el terror detrás del supremamente absurdo “Hombre Dorado” de Turquestán, Suparmurat Niyazov. El texto sugiere que el 1984 de Orwell parece absurdo, pero sólo hasta que sucede.

Dentro de las culturas hay subculturas, a menudo grupos que no reconocen ninguna nación ni frontera como propias. Tal como algunos autores de esta recopilación, hay viajeros frecuentes o expatriados, gente que que dejó un lugar y nunca volvió. Muchas de las personas que encontraron un hogar en la subcultura pirata del Estrecho de Malacca, son marineros mercantes de procedencias variadas. Peter Gwin en su “Pasaje Oscuro”, hace de sus vidas y oficios, a la vez emocionantes y conmovedores, un colorido retrato de un mundo que pocos han visto…

La escritura de viajes tradicional sigue al autor en un viaje con un comienzo, un medio y un final. Entremedio hay comidas, encuentros, contratiempos divertidos, incomprensiones y sugerencias útiles de hospedaje accesible. Me gusta pensar que las historias en esta recopilación han evitado agresivamente esa fórmula.

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(Introducción al libro The Best American Travel Writing 2008, por Anthony Bourdain (editor), traducción y adaptación de Bartolomé Leal).

Chef y escritor