Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 25 de abril de 2024
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LA “PRIMERA SANTA” DE BOLIVIA

Nazaria Ignacia, una monja sindicalista

Vida de servicio. Tuvieron que pasar 52 años para que el Vaticano dé “luz verde” a la canonización de la fundadora de la congregación Misioneras Cruzadas de la Iglesia, quien dedicó su vida a los más necesitados.<BR>
Nazaria Ignacia, una monja sindicalista



Comedores para los pobres, casas de acogida para los huérfanos y un inédito sindicato obrero femenino creado una década antes de que se formaran los primeros gremios en Bolivia son parte del legado de la beata española Nazaria Ignacia de Santa Teresa de Jesús March Mesa, que irradió desde Bolivia su cruzada por los más necesitados.

Nacida en Madrid en 1889, es considerada una “visionaria” para su época, ya que postulaba que la Iglesia católica vaya al encuentro de la gente, tres décadas antes de que el Concilio Vaticano II lo planteara, según afirma el politólogo Carlos Cordero, devoto de la religiosa.

La beata promovió estas ideas desde la ciudad de Oruro y lo hizo siendo mujer “en una sociedad que hace 70 u 80 años atrás era tres veces más machista de lo que es hoy”, resalta Cordero, quien es un colaborador de las Misioneras Cruzadas en Bolivia y ha escrito un libro sobre su vida.

Y es que, aunque fue madrileña de nacimiento, se la considera la primera beata boliviana porque vino "a servir a los bolivianos" y desde este país irradió su obra al mundo. Y pronto, quizá en octubre, se convierta en la “primera santa” del país.

Cuando aquella niña de nueve años respondió: “te seguiré lo más cerca que pueda...”, su destino ya estaba trazado, allí donde la distancia entre el cielo y la tierra es más corta.

Nazaria Ignacia, una de los 12 hijos de José March y Nazaria Mesa mostró desde niña un carácter piadoso. Y según relató ella, años después, el día de su primera comunión sintió el llamado de Dios: “Tú, Nazaria, sígueme”. Pasaría una década, antes de que su destino tomará forma.

En 1908, por problemas económicos, su familia decidió trasladarse a México. En alguno de los tantos días que duraba -en esa época- un viaje de Europa a Amé-rica, la joven Nazaria conoció a un grupo de monjas de la orden Hermanas de los Ancianos desamparados que cumplía su misión en tierras mexicanas.

Se sintió atraída hacia la vida religiosa y, ya en ese país, ingresó al noviciado. A los cuatro años hizo sus votos y fue destinada –junto a 10 hermanas- a la ciudad de Oruro, para crear un asilo para personas de la tercera edad.

Cuánta sería su sorpresa al llegar su nuevo destino… un lugar árido, de temperaturas gélidas y donde la pobreza se percibía a cada paso. El desafío estaba aceptado y solo quedaba trabajar por los ancianos desamparados.

A veces no es bien visto el cambio de una agrupación a otra; en el caso de la hermana ocurrió lo mismo, pero, los beneficios fueron muchos más grandes e imperecederos.

Durante los 12 años que perteneció a las Hermanas de los Ancianos Desamparados,

Nazaria Ignacia sintió que no solo

necesitaban su ayuda las personas

de la tercera edad, sino también niños

y mujeres.

Un día, mientras visitaba el Beaterio, donde antes se reunían mujeres para rezar a Cristo y donde ahora es la casa espiritual de las Misioneras Cruzadas de la Iglesia en Oruro, sintió el segundo llamado de Jesús Nazareno: “Nazaria, tú serás fundadora y esta casa tu primer convento”. Después de esa experiencia y luego de meditar mucho, habló con los obispos de Oruro y La Paz para pedir autorización para dejar su congregación y crear una nueva.

Es así como el 16 de junio de 1925, Nazaria salió de las Hermanitas, para iniciar en el Beaterio la fundación de la nueva Congregación. Diez jóvenes bolivianas de distintos lugares fueron sus primeras compañeras.

Dos años después se consolida la creación de las Misioneras Cruzadas Pontificias.

Como sostiene el reportaje de EFE, a partir de la fundación de la orden, el trabajo de Nazaria Ignacia y de las primeras misioneras fue incansable y se desarrolló sobre todo en la periferia de Oruro y en las zonas mineras rurales.

La religiosa asistió a desempleados, trabajó con organizaciones campesinas y mineras, creó centros profesionales de formación técnica para mujeres, casas de acogida para niños huérfanos, comedores populares y una revista llamada "Adalid de Cristo Rey".

Una de las hazañas de la española fue organizar en 1933 a las mujeres de los mercados y comercios orureños para formar el que fue el primer sindicato obrero femenino de Bolivia.

También creó la llamada "Olla del pobre", que actualmente sigue vigente y ofrece entre 150 y 200 almuerzos a diario, de lunes a viernes, a personas de escasos recursos.

En los diarios de la beata, hay una narración sobre un cumpleaños de quien fue el nuncio apostólico en Bolivia en los años 30, que fue celebrado por las misioneras con un almuerzo para más de mil pobres en la casa sede que tenían por entonces en La Paz.

A Nazaria Ignacia le tocó vivir los efectos de “cuatro grandes conflagraciones”, incluidas las dos guerras mundiales y la Guerra del Chaco (1932-1935), en la que se enfrentaron Bolivia y Paraguay.

Precisamente una de las obras de las misioneras fue atender a las víctimas de esa contienda, sobre todo a huérfanos y enfermos.

En vida, la incansable religiosa desem- peñó una labor misionera en Bolivia, Uruguay, España y Argentina, donde falleció el 6 de julio de 1943.

Sus restos fueron trasladados a Oruro en 1972 y desde entonces permanecen en esa ciudad boliviana, como lo pidió Nazaria Ignacia antes de morir.

La española fue beatificada en 1992 por el papa Juan Pablo II y en enero de este año se aprobó su canonización.

Existen realidades totalmente impredecibles. De tanto buscar las pruebas, María Victoria terminó convirtiéndose en el milagro viviente, aquel que faltaba y acortaba los tiempos...

“Buen día, estoy buscando a la hermana Victoria, le hablo desde Bolivia”, preguntó sin pausa, un tanto acelerada como siempre y sin recordar que, en Madrid, España, ya va poniéndose el sol por la diferencia horaria. “Pero, venga, que yo soy Victoria. En qué la puedo servir”, responde amablemente una mujer.

Si no supiera que la religiosa tiene 90 años, habría jurado -por el tono y la claridad de dicción- que aquella voz le pertenecía a una persona mucho más joven, más aún, a sabiendas de que gran parte de los sobrevivientes de un derrame cerebral queda con secuelas en el lenguaje verbal.

A grandes rasgos le explico el motivo de la llamada: saber cómo ocurrió el suceso donde ella pasó de ser la recopiladora de los testimonios para el proceso de canonización de la madre Nazaria Ignacia, a la prueba viviente para que la Junta de Médicos en el Vaticano apruebe su curación sin explicación científica, en otras palabras, reconozca un milagro.

Si muchos son como Santo Tomás… “ver para creer”, esta historia puede hacerles cambiar de opinión. Era el 13 de octubre del 2010, un día antes, la hermana María Victoria Azuara, de 82 años y de origen español, había llegado a la ciudad de La Paz de visita con una sobrina. De un rato para el otro, comenzó a sentirse mareada y a perder el sentido de las distancias; a los pocos minutos, ya no podía hablar con normalidad. La internaron de urgencia. El diagnóstico: derrame con coágulo cerebral, con poca probabilidad de recuperación.

Ante el cuadro tan poco alentador, las hermanas de la congregación Misioneras Cruzadas de la Iglesia de Cochabamba, donde María Victoria pertenecía hace más de cuatro décadas, tomaron la decisión de trasladarla –en contra de las recomendaciones médicas- a la ciudad que se había convertido en su segundo hogar. 

Estuvo internada cuatro días en la Clínica Los Olivos bajo el cuidado de un equipo médico, a la cabeza de un neurólogo. Durante todo ese tiempo, se realizaron cadenas de oración entre las Misioneras de todo el país, pidiendo a Dios por su recuperación, a través de la intersección de la beata Nazaria Ignacia.

Y aquel suceso extraordinario que no puede explicarse por las leyes regulares de la naturaleza llegó el momento menos pensado y con un pedido que dejó pasmados a todos los presentes en la sala….

Una mañana, ante la presencia del médico y otras personas, la enferma despertó y pronunció las siguientes palabras: “Pásenme la mantequilla, por favor”. Nadie podía salir del asombro, el resultado de la resonancia magnética confirmaba el diagnóstico inicial y la poca esperanza de sanación. De ahí para adelante, la recuperación fue viento en popa. Ahora, ocho años después, sor María Victoria Azuara sigue dedicando su tiempo a la vida religiosa.

Hasta el año pasado, coadyuvó con el proceso de investigación de las instancias pertinentes en Bolivia, España e Italia para que el Vaticano reconociera su curación como un milagro de la beata Nazaria Ignacia.

Después de escuchar su testimonio y sin mucha esperanza de lograr obte-ner una fotografía actual, para conocerla visualmente, le consulto si hay alguna persona cerca de ella que pudiera sacarle una y que la mandara por algún medio digital.

Nuevamente, la respuesta no es usual para alguien de su edad: “Tengo Whats- App, pero ahora estoy sola. Hoy será imposible, en unos días se la envío”. Ante esa promesa, lo que quedó fue rescatar la fotografía de su perfil, que es la que presentamos en esta nota.