Todo inició con un graffiti pintado por colegiales contra Al Assad
¿Recuerda al grupo de estudiantes del colegio Ayacucho de La Paz apedreando el Palacio Quemado, el 12 de febrero de 2003, contra el Gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada? La agrupación se sumaba a las primeras expresiones de la protesta que fue dispersada con gases lacrimógenos por la guardia militar. Se anunció una investigación para dar con los “revoltosos”, pero el asunto quedó ahí.
En La Paz, Bolivia, ocho años antes, las protestas se habían desatado exigiendo al Gobierno de Sánchez de Lozada que levante un proyecto de impuestazo, es decir el pago de impuesto al salario.
En la ciudad de Daara, en Siria, en 2011, los estudiantes utilizaron unas pinturas para escribir en un muro: "Tu turno, doctor".
“Normalmente, en la mayoría de los casos y en la mayoría de lugares del mundo, semejante comportamiento merecería un cachete en la muñeca —o, lo mismo, en el peor de los casos, una espartana visita de la Policía. En Bolivia, solo fue una advertencia. Sin embargo, en la ciudad de Daara, en Siria, aquellas palabras bastaban para matarte”, dice Avi Asher-Schapiro, periodista de news-old-origin.vice.com.
La detención de los estudiantes provocó la reacción de los padres de familia, de los vecinos y otros ciudadanos que salieron a las calles. Desde entonces, la protesta no para y ha costado la vida de más de medio millón de personas.
El periodista buscó a los colegiales protagonistas de esa historia, a los jóvenes que desataron la revolución siria. Aquí un resumen.
La primera vez que Omar escuchó la historia del graffiti fue durante un descanso matutino. Era invierno, tenía 14 años y recién arrancaba la secundaria. Sus amigos le dijeron que el graffiti era una broma. El día antes, al salir del colegio, un puñado de amigos de Omar descubrieron unos restos de pintura roja y garabatearon la leyenda "Tu turno, doctor", en las paredes de la escuela.
El "doctor" al que se refería el graffiti no era otro que Bashar Al Assad, el presidente sirio, un hombre que, además, se había formado como oftalmólogo. En ese año, dos de los homólogos de Assad, otros dos dictadores, el general Hosni Mubarak, en Egipto; y Ben Ali, en Túnez, fueron arrancados de sus respectivos despachos presidenciales por el clamor de sus pueblos respectivos.
En semejante clima de tensión declarado a lo largo y ancho del mundo árabe, la OTAN resolvió intervenir en Libia. Las fuerzas de la Alianza Atlántica (OTAN) se pusieron del lado de los rebeldes, quienes conseguirían, también, derrocar al dictador que llevaba décadas masacrándoles, el coronel Moammar Gaddafi. Ante la caída de los dos presidentes, los amigos de Omar lo tuvieron bien claro: el siguiente tenía que ser Bashar.
Lo que empezó como un movimiento local contra la política autoritaria y neofascista de la dinastía de los Assad, se fue convirtiendo, lentamente, en una guerra atomizada, a la que se han sumado Estados Unidos, Rusia, Irán y casi todos los vecinos de Siria.
Nadie sabe cuándo terminará el conflicto. Pero todos recuerdan el 15 de marzo de 2011, aunque el autor de la nota señala que fue en febrero. Y fueron Omar, sus amigos y el graffiti que los menores osaron pintar en los muros del patio de su colegio que se ha convertido en el mítico origen del trágico conflicto sirio.
Si bien es cierto que todos tenían la atención puesta en Egipto y en Túnez, Omar insiste en que si se decidieron a intervenir las paredes de su escuela con aquel graffiti, fue, puramente, porque eran adolescentes y porque les pareció un comportamiento rebelde. Sin embargo, como cuenta el mismo Omar, él y sus amigos eran de todo, menos revolucionarios radicales.
Al final, no importó que Omar y su pandilla fueran radicales, o que fueran solo cuatro adolescentes con ganas de gastar una broma. El día después a la aparición del graffiti, el 16 de marzo de 2011, la Policía empezó a patrullar las calles de Daraa en busca de colegiales.
“DOCTOR, SU TURNO”
Omar consiguió evitar que le detuvieran. Sin embargo, su amigo Yacoub, que también tenía 14 años y, que, al igual que él, recién arrancaba la secundaria, no tuvo la misma suerte. Yacoub reconoce que aquel día estaba con el grupo de chicos que pintó el graffiti. Claro que la Policía se lo terminó llevando por delante por haber prendido fuego a la caseta policial. "Simplemente estábamos jugando. Nunca pensamos en las repercusiones de lo que estábamos haciendo", cuenta Yacoub a VICE News, durante una conversación mantenida vía WhatsApp.
Las fuerzas de seguridad sirias son conocidas por sus sofisticados métodos de tortura. Yacoub descubrió la brutalidad de los cuerpos de seguridad de su país a los 14 años. Le obligaron a dormir desnudo en un colchón húmedo, le colgaron de las paredes y le dejaron así, con los músculos estirados hasta la extenuación, durante horas. Y también le electrocutaron con instrumentos metálicos afilados.
Yacoub recuerda cómo sus torturadores le insistían sin cesar para que admitiera que había sido él quien había incendiado la caseta policial —algo que, asegura, se resistió a hacer—. Yacoub relata, además, que durante las interminables sesiones de tortura escuchó cómo los guardas del centro de reclusión decían que las preguntas y órdenes venían de Atef Najib.
Najib era primo de Al Assad, jefe de seguridad de los tropas de Daara.
Los tratos vejatorios y abusivos con que Najib y sus hombres se despacharon con los niños que tenían bajo su custodia —y el trato que Najib deparó a los padres—. Pidieron clemencia, pero lejos de mostrarse misericordioso, Najib les respondió de manera imperturbable y escalofriante: les emplazó a que se olvidaran de sus hijos detenidos y a que consideraran tener más —por lo visto aquí el discurso de Najib pasó de oscuro a siniestro—. Incluso les dijo que si no conseguían embarazar de nuevo a sus esposas, que las mandaran hasta la comisaría, donde sus agentes se encargarían de fecundarlas.
El régimen de Al Assad estaba en su momento más crítico en Damasco y Alepo, dos ciudades de Siria, pero en realidad, fue en Daara donde se fraguó y sucedió todo, una ciudad de mayoría suní, que hasta entonces era conocida por sus familias acaudaladas y por sus estrechos vínculos militares y financieros con el Estado sirio y con la familia de Assad.
Así se declaró la primera gran rebelión.
80 Kilómetros
Daara está a solo 80 kilómetros de Damasco.
Las fuerzas militares de Assad resolvieron en los albores de la guerra que jamás consentirían que nadie les arrebatara el control de aquel estratégico enclave.