Pierden la memoria, la noción del tiempo y se vuelven irritables
Martín (nombre que reserva su identidad) no pierde la paciencia ni la esperanza. Cada día, cuando el reloj marca las 17:15 horas, se hace presente en el centro en el que su esposa, de 89 años, se encuentra internada. Esta mujer sufre de alzhéimer en su tercera etapa y ha olvidado hasta el nombre de sus hijos.
Su esposo, quien tiene 90 años, goza de buena salud, por lo que no pierde la oportunidad de visitarla con el fin de alentarla.
Una fisioterapeuta que trabaja en esta entidad relata que el nonagenario llega casi siempre a la misma hora, y es recibido con mucho cariño por su esposa. Sin embargo, la mujer cree que la persona que la saluda es su papá y por eso le dice, cariñosamente: “Hola papito”.
El esposo tiene tal fortaleza, según la fisioterapeuta de este centro, que no se desanima y, al contrario, le sigue la corriente para no contrariarla.
Le habla de su familia y le muestra las fotos de sus hijas. Entonces, providencialmente, la mujer recuerda que en realidad el hombre que está junto a ella no es su papá, sino su esposo, la pareja con la que ha compartido gran parte de su vida.
Juntos recuerdan episodios de sus vidas, realizan videoconferencias a sus hijas y la mujer les comenta que ha recibido la visita de su esposo.
Al terminar la hora de visita, los dos esposos se despiden con un beso en la mejilla y un abrazo. Sin embargo, la historia empieza de cero cuando Martín visita a su esposa al día siguiente y ella lo recibe como si se tratara de su padre.
EL OLVIDO
El día en que su padre no regresó a casa para cenar, como era su costumbre, Manuel T. presintió que algo estaba mal. Inmediatamente, junto con su esposa y sus dos hijos, salió en su búsqueda por las calles adyacentes de su barrio, en la zona norte de la ciudad.
Al cabo de dos horas, los cuatro regresaron sin ninguna noticia. Decidieron colocar un mensaje en sus grupos de WhatsApp, describiendo la ropa con la que estaba vestido el adulto mayor de 73 años y sus rasgos físicos.
Uno de sus contactos alertó que había visto a una persona parecida a la descrita, vagando por el parque Lincoln, pero sin el saco café que mencionaban en el mensaje.
La familia salió hasta el lugar indicado y, efectivamente, encontraron al hombre con la ropa empapada, porque había llovido al final de la tarde.
Ernesto parecía desorientado y al principio, aparentemente, no reconoció a sus familiares, posiblemente porque ya era de noche. Cuando le hablaron, dubitó, pero después sonrió a sus nietos.
Desde ese día, la vida de Ernesto cambió radicalmente. Un diagnóstico médico confirmó lo que Manuel temía, su padre perdería la memoria y otras facultades. Lo mejor era iniciar un tratamiento con especialistas para intentar ralentizar el avance de la enfermedad.
En los primeros meses, tras ser diagnosticada la enfermedad, Ernesto olvidaba el lugar donde había colocado las llaves de su casa, no apagaba el televisor de su cuarto y en más de una ocasión prendía la hornilla sin darse cuenta.
Lo más doloroso para la familia fue cuando el adulto mayor empezó a olvidar los nombres de sus familiares y se volvía cada vez más irritable.
Cuando la enfermedad se agravó, Ernesto, según rememora su hijo Manuel, hacía la misma pregunta cada cinco minutos. Por ejemplo, preguntaba si sus nietos estaban en casa o si ya habían comido.
Por las mañanas, después de haber desayunado, volvía a pedir sus alimentos porque aseguraba que no los había tomado todavía. Cuando su hijo le explicaba que no era así, él se enojaba y llegaba a tirar los vasos.
Actualmente, Ernesto es llevado a un centro en el día donde otros pacientes con alzhéimer reciben atención especializada, pero el mal, según su hijo, avanza inexorablemente.
En su hogar, la nuera de Ernesto lleva la mayor carga en el cuidado del paciente con alzhéimer, y ante su evidente cansancio tuvieron que contratar a una enfermera que ayuda por las noches.
La esposa de Manuel dejó su trabajo de secretaria para dedicarse al cuidado de su suegro, a pedido de Ernesto.
El caso de Norah (nombre cambiado), de 59 años, llama la atención en un centro de día que se ocupa de atender a personas con alzhéimer.
La directora de esta entidad afirma que Norah era una autoridad en una provincia de Beni, pero sufrió un infarto cerebral y empezó a perder la memoria. Fue diagnosticada con alzhéimer y trasladada a Cochabamba por sus familiares.
La mujer se olvidó de casi todo después de sufrir el accidente, hasta de hablar, y su situación se mantiene igual, pese a que recibe tratamiento.
La responsable de este centro recuerda que el alzhéimer es una enfermedad que no se puede curar, pero sí controlar para que no avance mucho.
HISTORIAS DE VIDA
Alicia tiene 87 años y dice que proviene del “País de las Maravillas”, como el personaje del escritor conocido con el seudónimo de Lewis Carroll.
Bastante locuaz, Alicia afirma que nació en 1928 (si fuera así tendría 90 años), que trabajó de modista en Oruro, su tierra natal, y que sus padres eran de La Paz.
De su padre, dice que era un hombre alhajito, al punto de que sus amigas le decían que si él hubiera sido más joven se habrían enamorado fácilmente.
“Él era muy atento y caballeroso. Trabajaba en las oficinas del ferrocarril en Oruro, como jefe de estación”, afirma.
El silbato de los trenes, cuando partían de la estación, es uno de los recuerdos que no se ha borrado de la memoria de Alicia, mientras que otros, como los nombres de sus familiares no los recuerda.
La terapia que recibe en el centro al que asiste le ayudó para que pueda recordar detalles que había olvidado, afirma la responsable del centro.
Alicia es ahora una de las más aplicadas, la que “recuerda casi todo” y la que más animada está.
Ricardo es otro ejemplo de recuperación. De pocas palabras y sin desviar su mirada del dibujo que pinta, asegura que trabajó en una empresa que construyó la vía Quillacollo-Confital.
Este paciente puede tocar la guitarra y sabe muchas canciones, pero no recuerda eventos recientes como qué almorzó o quién lo vino a visitar.
Extravíos
Las personas que sufren alzhéimer tienden a extraviarse cuando salen a la calle porque pierden la noción del tiempo y del espacio.
Agresividad
Cuando un paciente que tiene este mal se da cuenta de ello, se vuelve agresivo porque siente impotencia por no poder hacer nada.