Abandonan poblados en 3 regiones de la Llajta y se van a Cercado y el Trópico
– Queremos un camino que nos una con la "ciudad".
– No se puede conectar la "ciudad" con un lugar donde ya no vive nadie. Ahí solo hay cabras y ovejas.
¿Nadie? Si bien a primera vista hay más animales -sobre todo rumiantes que no dejan de rasgar con los dientes la poca cobertura vegetal que queda en las montañas-, en ese sitio aún sobreviven seres humanos, cuyas necesidades superan en número a las "cabras y ovejas". Solo una de entre todas sus urgencias es la construcción de caminos que los vinculen con lo que para ellos es la máxima expresión de urbe: Tarata, un pueblo colonial que está a 35 kilómetros de la ciudad de Cochabamba y al que ellos acceden a pie.
¿No son “nadie”? Son, por ahora, todo, pues de ellos depende la existencia de ocho comunidades que forman parte de un cantón tarateño ubicado en la frontera con Potosí (a 59 kilómetros de la ciudad de Cochabamba).
Sin esa gente, esos terruños ahora serían un vestigio. Pero su castigo es ser pocos, su densidad poblacional es tan baja que su miseria se tornó invisible para algunas autoridades, son “pueblos abandonados”.
CIFRAS
Antes, ese cantón era ocupado por más de 4 mil personas, ahora solo hay, en promedio, 500, de acuerdo con cifras que dieron los dirigentes, en base al último Censo Nacional de Población y Vivienda que realizó el Instituto Nacional de Estadística (INE).
Los “sobrevivientes” de la miseria ocupan ocho comunidades tarateñas: Loqosga, Yana Rumi, Tucman Viscachani, Tunasani, Izata, Potrero, Cala Cala y Monte Punta.
Los aproximadamente 3.500 pobladores que migraron lo hicieron "por hambre", "por trabajo", "por temor a que los hijos pasen lo mismo" y por otras circunstancias más. Los que quedan, subsisten infrahumanamente, pero continúan ahí, esperando días mejores que parecen no llegar.
Y es que, a medida que el tiempo transcurre, la situación en ese cantón tiende a empeorar. Los fenómenos climatológicos, por ejemplo, son muy crudos últimamente, como las sequías, que parecen anunciar el ocaso de los pueblos.
A LA DERIVA
Los campesinos que partieron dejaron sus moradas a la deriva y en manos del peor enemigo: el tiempo, que se está encargando de suprimirlas lentamente, arrancando con ráfagas de viento algunos trozos de paja de sus techos, sepultando con polvo sus pertenencias y acartonando sus tierras de cultivo que jamás dieron fruto.
Migraron, principalmente, a Potosí, Oruro, la zona sur y el Trópico de Cochabamba, de acuerdo con los reportes de dirigentes de ese cantón de Tarata.
SIN NADA
El desangramiento poblacional que atraviesan los pueblos de ese cantón se replica en otras comunidades fronterizas de Cochabamba, donde la llegada de servicios tan básicos como el agua potable parece una quimera, así como la electricidad, el transporte, los caminos que al menos conecten con ciudades intermedias, los hospitales que funcionen más allá de los horarios de oficina, en fin. Ahí casi nada llega y esa situación forza a que la gente se desplace a otros puntos para tener “alguito al menos”.
SITUACIÓN
El fenómeno de la migración del campo a la ciudad está provocando el decrecimiento poblacional, principalmente, de la zona Andina, Cono Sur y Valles; tres de la cinco regiones que componen el departamento.
Las personas que se van de esas tres regiones invaden las dos áreas restantes: Metropolitana y Trópico, de acuerdo con un informe de la Secretaría Departamental de Planificación de la Gobernación.
Para frenar este éxodo, la Gobernación está enfocada en “descentralizar las infraestructuras públicas y los servicios productivos y sociales”. Aunque, últimamente, ni la llegada de algunos servicios básicos impide que los pobladores tomen la decisión de dejarlo todo -lo inmaterial, especialmente- e irse.
En Cala Cala (Tarata) se proyectó un imponente tanque de agua para los comunarios. Con esa obra, se aproximaba una época en la que algunos campesinos dejarían de cavar huecos en la tierra para cosechar agua de lluvia; ya no tendrían que dejar reposar durante varias horas el líquido colectado, hasta que la tierra que contenía se asentara, el recurso se cristalinizara y sea más tolerable al ser bebido -aunque, si bien el proceso permite que la arena, pajas y otros restos toquen fondo, el agua “tomable” mantiene un tono café claro-.
El tanque haría su vida un poco más digna porque cada día sería como aquellas escasas veces en las que refrescaron sus quebrantados labios con agua potable de la “ciudad”, de su Tarata.
Los materiales de construcción para el tanque fueron trasladados hasta ahí bajo riesgo: en movilidades que recorrieron caminos circundantes a barrancos, sin señalética, sin asfalto, empedrado o, al menos, un ligero aplanado.
El tanque llegó, pero por las condiciones obvias demoró tanto que, cuando estaba listo, ya no benefició a casi nadie.
Un pequeño poblado conformado por no más de una decena de casas en Cala Cala está a unos metros del tanque, pero ahí ya no moran campesinos.
SITUACIÓN
Aún en ausencia de gente, ese pedacito de pueblo abandonado tiene la capacidad de tejer la historia de cada uno de los que fueron dueños de las casas.
En ese poblado hay herramientas de agricultura ensarradas. Carretillas de esas que ya no venden, con llantas esculpidas íntegramente en metal, como para resistir la labor del campesinado; también se ven azadones y palas. Todo está ahí, a la vista, nadie de pueblos aledaños toma algo porque la agricultura ya no es rentable desde que las precipitaciones pluviales escasean.
Dentro, en los mono ambientes que hace algunos años usaban como dormitorio, sala y cocina queda algo de ropa. Dejaron polleras, abarcas y otras prendas autóctonas colmadas de coloridos bordados. “Es que la ciudad no es como el pueblo. Allá hay que vestirse bien para conseguir trabajo, para que no te maltraten ni te miren feo”. Así piensa un joven de un pueblo de la zona Andina de Cochabamba que actualmente vive en un cuarto en alquiler en la zona sur.
Dejó su pueblo para estudiar. Ingresó a la carrera de Comunicación Social de la Universidad Mayor de San Simón (UMSS) y, a pesar de que su lengua de origen, quechua, dificultó su aprendizaje, se graduó.
Al principio, su intención era retornar a su comunidad para promover la creación de una radio con contenido que sea “útil” para los habitantes, pero su partida fue sin retorno desde que consiguió un empleo en el área metropolitana.
Él consideró volver, al menos al inicio, porque, según los relatos de comunarios que quedan en ese cantón, los jóvenes y adolescentes son los que más quieren irse.
LO QUE DEJARON
En las casas abandonadas de Cala Cala también se observan múltiples encendedores, una herramienta primordial, considerando que la gente vive sin energía eléctrica ni gas. Hay restos de cera de las velas que iluminaban sus noches en penumbras y permitían encender fogatas para cocinar.
En los alrededores también hay sembradíos de trigo, cuyas plantas se secaron sin superar los 10 centímetros de alto.
Lo que queda, es poco, pero denota que los campesinos hicieron todo por no partir. Pasaron horas removiendo la tierra con arado para sembrar, se conformaron con velas en vez de electricidad, no les importó beber escasa agua de lluvia y no líquido potable; pero, las condiciones de la naturaleza los pusieron en jaque. La sequía les impidió desarrollar lo que mejor saben hacer: cultivar la tierra.
67.3 por ciento
De la población de Bolivia está en el área urbana, el porcentaje restante está en el campo, de acuerdo con el Censo Nacional de Población y Vivienda de 2012, realizado por el Instituto Nacional de Estadística (INE).
11 años
El Censo de 2012 registró a más de un millón de nuevos habitantes en las zonas urbanas de Bolivia, en comparación al Censo de 2001. Significa que el ritmo de crecimiento de la población urbana fue de 2.4 por ciento cada año.
Educación
“Los profesores van a las escuelas por unos cuantos niños. Y, casi siempre, es con condiciones, que les den bidones de agua, por ejemplo”.
CARLOS ROCHA
Propietario de tierras en izata (tarata)