Migra la gente más capaz y pone en riesgo la biodiversidad de la región
Los pueblos de Cochabamba que están en pleno éxodo no pierden únicamente recursos humanos, “se están quedando sin potencialidades”.
El docente investigador del Centro de Estudios de Población (CEP) de la Universidad Mayor de San Simón (UMSS) Jorge Miguel Veizaga explicó que quienes dejan el área rural son, generalmente, los campesinos con más habilidades. Es decir, todos aquellos que no están en la etapa de la infancia ni en la tercera edad. Ese segmento, comprendido por jóvenes y adultos, migra a la ciudad de Cochabamba o al Trópico y se establece en dos ámbitos laborales: la albañilería o el comerciantado informal.
Al partir, dejan en manos de los más vulnerables de sus poblados una actividad que garantiza la biodiversidad departamental: la agricultura.
El docente investigador explicó que la mayor riqueza de estas comunidades es que conservan conocimientos suficientes para producir diferentes variedades de una misma especie vegetal. Por ejemplo, de papa. Conocen el tubérculo llamado imilla, runa, waych´a y demás, que son cultivados de acuerdo a las estaciones del año.
Los que quedan en los pueblos, sobre todo niños y ancianos, no pueden reproducir esta práctica agrícola porque sus condiciones físicas les impiden. Aunque, en Izata aún se ve a personas que superan los 80 años labrando la tierra durante jornadas completas, a sabiendas de que las posibilidades de que las plantas germinen son mínimas, debido a que hay escasez de agua.
El ocaso de la agricultura en esos pueblos, abre la posibilidad de que, con el transcurso del tiempo, la variedad de vegetales nativos reduzca en Cochabamba. Aunque, Veizaga aclaró que, desde ya, la producción de los pueblos que están casi en el abandono es ínfima.
ASPECTOS POSITIVOS
El docente investigador hizo notar que la migración del campo a la ciudad también desencadena efectos positivos, siempre y cuando sea una partida con retorno.
De acuerdo con las investigaciones realizadas, los campesinos que se van a los centros urbanos de Cochabamba o al exterior del país, ahorran todos los ingresos económicos que perciben y, cuando tienen el capital suficiente, retornan a sus pueblos.
A su regreso, invierten en actividades productivas sobre todo. Mejoran sus campos de cultivo, aplican algunas destrezas aprendidas mientras estaban lejos, establecen nuevas formas de producir, en fin, “sus condiciones de vida mejoran”. No obstante, eso sucede si el retorno está garantizado.
Hoy por hoy, en los pueblos abandonados que OPINIÓN recorrió, la noción general de los pocos jóvenes que quedan es irse para no volver.
Hay viviendas en las que las que solo moran adultos mayores que fueron abandonados por sus hijos. Con suerte, reciben visitas ocasionalmente, pero pasan la mayor parte del tiempo en el olvido y valiéndose por sí solos.
SITUACIÓN
A criterio de Veizaga, las acciones ejecutadas por las autoridades no funcionan o, bien, no llegaron aún a los poblados que están siendo azotados por la migración, como la zona Andina o el Cono Sur.
“No hay condiciones para producir”, opinó.
Y, si el contexto sería apto, con abundantes lluvias que hagan los terrenos más fértiles, la remuneración que los campesinos obtienen por las cosechas no son razonables y ese es otro factor que los motiva a irse.
Se debe pensar en proyectos de desarrollo integrales que incluyan capacitaciones a los agricultores, otorgación de préstamos para que inviertan en sus cultivos, entre otras políticas. De lo contrario, la tendencia es que el proceso migratorio del campo a la ciudad de Cochabamba se acentúe más y, en pocos años, los pueblos se conviertan en “fantasmas”.
Dos regiones
El altiplano y los valles concentran a la mayoría de las unidades productivas agropecuarias de Bolivia y son encabezadas por familias campesinas.
Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO)