Opinión Bolivia

  • Diario Digital | martes, 23 de abril de 2024
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[NIDO DEL CUERVO]

Hace un millón de años…

Hace un millón de años…



Érase una vez un hombre que vivía en la pequeña y sobrepoblada isla que aún en nuestros días continúa llamándose Manhattan, y aunque nació en Indianápolis hace como un millón de años, más o menos por 1922, por motivos indeterminados, quizás empujado por su destino, terminó viviendo en New York. Aún con todo el progreso científico y tecnológico que se ha alcanzado en nuestro tiempo, tristemente no se pudo salvar a nuestro héroe de una muerte repentina ocasionado por un trauma severo en la cabeza, este, a su vez, ocasionado por una caída que sufrió en la casa que pueden ver en la fotografía. El nombre de este hombre era Kurt y era un escritor de ciencia ficción, entre otras cosas y digo esto debido a que no todas sus obras fueron de ciencia ficción, como es el caso de la siguiente.

Aparentemente, entre haber estado en el frente durante la Segunda Guerra Mundial, ser hecho prisionero, y haber estudiado, sin concluir la mayoría, más de tres carreras en diferentes universidades, pudo hacer un viaje en crucero por las Islas Galápagos, al este del Ecuador continental. Este viaje lo inspiró a escribir una novela sobre el origen de una nueva etapa de la humanidad después de una serie de sucesos que la llevará al borde de su extinción. La novela se llamaría Galápagos y fue publicada en un tiempo más próximo al nuestro, hace miles de años, allá por 1985.

El narrador de la historia es el hijo del Sr. Kilgore Trout, un alter-ego recurrente en las novelas del Sr. Kurt Vonnegut, el cual, si mi dominio de un inglés tan antiguo no falla, dijo: “He escrito estas palabras en el aire – con la punta del dedo índice de mi mano izquierda, que también es aire”. La historia del Sr. Trout se centra en las experiencias y reflexiones de un grupo de personas atrapadas en “el Crucero Natural del Siglo” justo en el momento que inicia una guerra entre Ecuador y Perú por las Islas Galápagos, pero la historia se narra mucho después de haberse desarrollados esos eventos y que ese mundo en guerra desapareciera.

En esta novela fantástica (pues no hay naves espaciales ni alienígenas ni viajes en el tiempo ni nada de eso que caracteriza a la ciencia ficción, solo un solitario fantasma que cuenta la historia de cómo los humanos terminaron por convertirse en delfines) se hace una valoración maestra, con un tono humorístico y cínico aunque no desprovisto de pesimismo, de todos los conflictos inherentes a la humanidad en la actualidad: la guerra, el hambre, el medio ambiente, la evolución y el progreso, la muerte, la historia y la fragilidad de la memoria. “¿Me molesta escribir tan insustancialmente con aire sobre aire? Bueno – mis palabras serán tan duraderas como cualquier cosa que mi padre escribió, o que Shakespeare escribió, o Beethoven escribió o que Darwin escribió” dijo el espíritu de Trout al borde del camino de la historia humana en un mundo en que la muerte ya no se piensa en la mente de sus habitantes con aletas porque la historia, la memoria colectiva que nuestros grandes-cerebros crearon para desafiar a lo efímero de nuestra existencia, ya no era asunto de nadie.

Es, como dije, un texto fantástico, pero uno moderno, en que Vonnegut muestra la realidad del mundo actual. Lo que, al parecer, son los actos intrascendentes y aislados de un grupo de turistas en un crucero por el pacífico, se conjugan en un mismo punto para convertirse en el origen (¿o el acto final?) de la humanidad porque, como dijo Heráclito en el fragmento 75, incluso “los que duermen son operarios y colaboradores de lo que ocurre en el cosmos”1 En su visión del mundo, la banalidad de nuestra preocupación por el dinero, el estatus social y nuestra siempre presente afinidad con la guerra y la destrucción del mundo, despreciando cualquier consideración histórica de nuestro presente, nos arrojará ineludiblemente a una segura extinción y al olvido.

Escritor – [email protected]

1 Heráclito de Éfeso, Sobre la naturaleza. Trad. Juan Araos Úzqueda. Cochabamba, 2008.