Opinión Bolivia

  • Diario Digital | martes, 23 de abril de 2024
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Wind River

Sobre la novela de 1999 de la escritora inglesa Zadie Smith.



Para todos los relojes, corta el teléfono,

impide que el perro ladre con un hueso jugoso.

Silencia los pianos, y con tambor amortiguado,

trae afuera el ataúd, deja que los afligidos vengan.

Deja que los aviones circulen gimiendo por encima,

garabateando en el cielo el mensaje “él esta muerto”.

W. H. Auden


¿Cómo afrontar la muerte de un hijo? ¿Es fácil? ¿O nos veremos sumidos en un infierno diario? La soledad de quienes nos dejan será una marca (la marca de Caín) que se queda en nuestra piel, en nuestra alma. Estos son algunos temas que se reflexionan en la película Wind River (del director Taylor Sheridan).

En los protagónicos están Jeremy Renner, Elizabeth Olsen (despojados de sus trajes de superhéroes, y confirman que dan para más). Uno es un cazador con un pasado oscuro: su hija murió y él, uno de los mejores cazadores, no pudo evitarlo y debe cargar con esa muerte, sobre sus espaldas.

La otra es una policía del FBI, que la mandaron desde las Vegas para que se ocupe de un caso (tal vez la parte más floja de la película, Elizabeth Olsen es una policía novata que no tiene tacto para hablar con las personas y peor, para andar en el ambiente: una reserva indígena llamada Wind River, que es como la entrada al infierno y al olvido).

Empieza de esta forma: una voz de mujer lee un poema, mientras una mujer descalza escapa en la nieve. Es de noche y la luna alumbra el camino. La mujer corre desesperada. La mujer siente el frío en sus pies. La mujer cae rendida antes de que empiece una tormenta de nieve. El poema termina.

De pasada, el director muestra la realidad de las reservas indígenas (sólo de pasada, como si se mirara de reojo ante esa realidad). Entonces la película se convierte en un western (el cazador es el vaquero que busca venganza y los indígenas se aferran a él para que cumpla ese cometido).

Pon grandes cintas alrededor de los blancos cuellos de los cisnes.

Deja que los policías de tráfico usen negros guantes de algodón.

Él era mi norte, mi sur, mi este, y oeste,

mi semana de trabajo y mi descanso de Domingo,

mi mediodía, mi medianoche, mi habla, mi canción.

Una escena resume esto: el cazador va en busca de su amigo indígena. No lo encuentra dentro de su casa. Esta sentado afuera, en su patio, la nieve lo cubre todo. El cazador le pregunta por qué se pintó su cara. El indígena le dice que es su cara de muerto, de un ritual. Le dice que estaba a punto de dejarse vencer, de perder, después de la muerte de su hija. Pero su hijo drogadicto lo llamó para que lo fuese a rescatar. Por eso no me maté, le dice.

Las estrellas no son deseadas ahora, apaga todas y cada una.

Envuelve la luna y desmantela el sol.

Vuelca el océano y barre la madera.

Porque ahora nada podría hacer ningún bien.

Periodista - [email protected]