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  • Diario Digital | miércoles, 24 de abril de 2024
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El verdadero regreso del Jedi en un majestuoso atardecer del Salar de Uyuni

Sobre Star Wars. Los últimos Jedi, filme actualmente en cartelera en las salas del país.
El verdadero regreso del Jedi en un majestuoso atardecer del Salar de Uyuni



Si alguien sospechaba que el Salar de Uyuni era un lugar que parecía de otro planeta, ahora puede estar seguro. Y no solo eso, sino que desde el pasado jueves sabemos que, además, está en una galaxia muy, muy lejana, gracias a una nueva entrega, el tan mítico como añorado, por todos sus fanáticos, octavo capítulo de La Guerra de las Galaxias, como la conocimos originalmente en esta parte del planeta a finales de la década de los 70.

El Episodio VIII de Star Wars, Los últimos Jedi, también le dio más vida y devolvió el protagonismo a la eternamente encantadora Princesa Leia (Carrie Fisher), el símbolo de lucha, rebeldía y estereotipo perfecto de belleza que esgrimió como su estandarte la multimillonaria saga de ciencia ficción más célebre del mundo y del cine desde hace cuatro décadas, justo cuando la actriz dejó este mundo un año antes del lanzamiento oficial de la película, en el momento más insospechado.

Una sobredosis de enfrentamientos bélicos épicos y clásicos en el mundo Star Wars que llevó a su propia devaluación como recurso, una historia muy larga para una trama tan estrecha, unos diálogos que volvieron a los personajes caricaturas de ellos mismos, la inmersión de la saga en el mundo de lo predecible, el estereotipado gobierno familiar de la humanidad dictado y escrito a puño y letra por Disney y el consecuente paso al lado oscuro de la historia, las recetas repetidas para inventar personajes-mascota animales y androides son solo algunas de las críticas que recibió este capítulo VIII, tan solo unas pocas horas después de su lanzamiento oficial, debido a la expectativa que generó gracias al alcance global de la película.

Es verdad que los personajes, tal como ocurrió en el Episodio VII El despertar de la fuerza (2015), en general continúan divagando entre la tibieza de los reparos morales, de igualdad, de género y de modelos que deben cumplirse en estos tiempos y que dictan conductas siempre correctas para una sociedad cada vez más considerada con los más jóvenes. La saga ha vuelto a arrojar sobre la pantalla individualidades muy estereotipadas, en su misión de tratar de hacer siempre lo correcto, aun si se trata de un villano. Está también el molde del personaje siempre suficiente, virtuoso y que jamás se preocupa por nada, al extremo de que puede hasta soltar una broma incluso cuando su vida está bajo serio peligro o el universo está a punto de explotar en pedazos. Estos rasgos alejados de aquellos radicales villanos realmente malvados, implacables y merecedores de la muerte más cruel para felicidad de los simples mortales; o la rudeza, las imperfecciones, los errores y hasta las mentiras en que incurrían personajes de la primera trilogía (La Guerra de las Galaxias - 1978, El Imperio contraataca - 1980 y El regreso del Jedi - 1983), que no eran tan buenos, pero que colaboraban en la lucha contra la tiranía, son solo algunos de los elementos que la saga jamás recuperó y que, al no haberlo podido hacer ahora, desembarcan en una evocación nostálgica de algunos de los héroes desaparecidos.

Este párrafo puede resultar un spoiler para algunos. El Episodio VIII muestra a un Luke Skywalker (encarnado por Mark Hamill) sobre el que pesan las cuatro décadas que han desfilado por esos cabellos dorados de melena de príncipe valiente que coronaban a ese esbelto joven de ojos turquesa que cautivó a millones de jóvenes alrededor de un mundo menos globalizado y en el que algunas lo idealizaron como a su príncipe azul y otros lo señalaron como el modelo de joven en el que querían convertirse. Pero el paso del tiempo es implacable y no perdona a nadie. Un Luke andrajoso, barbado y amargo, más parecido al Obi Wan Kenobi del Episodio de 1978, hace su aparición en la pantalla gigante, también como un anciano nómada y casi indigente. La trama podía pasar a un segundo plano si se trataba de volver a ver en acción, blandiendo esa mítica espada de luz, al que debió ser el último Jedi incluso en aquella primera historia. Sin embargo, la historia fue despiadada con el Jedi y lo mostró como si el tiempo solo hubiese pasado por fuera. Por dentro, seguía siendo el mismo inseguro, torpe y temeroso que fue 40 años atrás, cuando era joven.

No obstante, todo cambia y todas las piezas encajan en el último cuarto del filme. Quizás sea por el mágico Salar de Uyuni, cuya aparición en una serie tan mítica no puede golpear más hondo que en el corazón de un boliviano y que no puede producir un nudo más ajustado que el que se produce en la garganta de quien estuvo allí, pisando los mismos poliedros, perdiendo la vista en ese infinito horizonte y sintiendo esa brisa fría que te cala la espalda y parecería sacarte el alma por los poros. Quizás sea por la épica batalla tierra-aire y aire-aire en pleno territorio boliviano, en la que participan todas y cada una de las más icónicas naves que pudo imaginar George Lucas hace cuatro décadas, y piensas que esa galaxia tan, tan lejana en realidad no era tan distante -después de todo, cuántas personas pueden decir que estuvieron y que conocen un set natural de Star Wars-. O tal vez porque todos esos personajes que idealizaste desde tu infancia estaban en tu país.

Tal vez sea por todo al mismo tiempo, pero justo en ese marco es que se produce el verdadero regreso del Jedi. Finalmente Luke llega a convertirse en el maestro que ya debió ser todo este tiempo después, frente a frente, con todo el imperio contra su espada, en una épica batalla de la mítica saga y con los últimos rayos de sol de un mágico atardecer en el majestuoso salar, ese mismo cuya geografía utiliza la princesa Leia para rescatar una vez más, quizás por última, al ejército rebelde.

Al final, el último Jedi no será el último. Y Los últimos Jedi, como la han llamado los españoles, en realidad serán los primeros.

Periodista, corresponsal de OPINIÓN en EEUU -

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