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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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[AJÍ DE LENGUAJE]

Papá Alberto y el escabeche de patas

Papá Alberto y el escabeche de patas
Mi abuelo paterno, papá Alberto, murió hace algo más de un año. Hombre de vida intensa y de una seriedad que combinaba de forma paradójica con un don para el festejo, fue el patriarca de mi estirpe imaginaria. Nuestra relación tuvo siempre una especie de alternancia. Quizás, mejor decirlo así, fuimos como partes de un sistema planetario, cada uno concentrado en su órbita; con momentos de encuentro, sin dejar de ser parte del mismo sistema. Esto no quiere decir que hayamos tenido una mala relación ni mucho menos. Pero sí una que respetaba mucho los rumbos, secretos y soledades de sus partes

Papá Alberto murió a los 83 Años, comenzando el año 2016. Sus hijos, que estuvieron con él en los momentos finales, cuentan que sus últimas palabras fueron dedicadas a su esposa, la primera, la que a pesar de un matrimonio fallido ya en la viudez, seguía siendo la única. Mamá Nancy, mi abuela, murió hace poco menos de 30 años. En sus últimas palabras, papá Alberto afirmaba ir a su encuentro

Desde entonces tenía la intención de escribir un homenaje. En principio lo pospuse porque quería que sea más que un estado en Facebook diciendo que me sentía triste y que él había sido el mejor abuelo del mundo. En honor a la verdad, yo podía hacer algo mejor que eso y él se merecía un mayor esfuerzo. Es su apellido el que llevo, y quizás, sin saberlo, muchas otras cosas que corresponden a una genética que va más allá del cuerpo, cosas que ahora que soy un hombre adulto voy descubriendo poco a poco

El siguiente obstáculo que encontré fue arrostrar a la sinceridad que estas cosas requieren. Porque la honestidad en los homenajes es lo que más vale. Lo cierto es que papá Alberto fue un hombre de disciplina y leal a los códigos que regían su vida; y en esto residía también una ambigüedad típicamente humana, y que suele escapar a los criterios de “lo bueno” o “lo malo”. Su ética particular, con sus claroscuros, era inquebrantable.
Lo recuerdo en viajes que solíamos realizar cuando mis primos y yo éramos pequeños: él armaba una carpa en la parte posterior de su camioneta, donde nosotros jugábamos hasta llegar al destino. En el campo, vestía un viejo pantalón de faena, con sus antiguas botas militares, alguna polera de maga larga, un chaleco que escondía la sobaquera en la que llevaba su revólver cuando los viajes eran de cacería, y una cachucha en la cabeza. En el rostro un infaltable bigote. Era como ver a Shean Connery interpretando a Jim Malone en Los intocables.
De niño esa imagen de hombre mauro me impresionó. Por lo mismo, papá Alberto no era un abuelo juguetón o que demostrara afecto de maneras directas a sus nietos varones. Sí lo era con mis primas. Sí lo fue con el último de mis primos, que aún es un niño y que alcanzó a jugar con el abuelo

Cuando yo era niño y llegaba de visita a Cochabamba, él se esforzaba por interactuar conmigo y mi hermano. Nos llevaba a tomar helados, al circo, o a algún parque. Pero él no se sentía en su plenitud. Entonces mi hermano y yo lo acompañábamos a repartir cerveza de la agencia que administraba en su camioneta, pues después de jubilarse de la policía, encontró distracción y negocio en ello. Entonces sí estaba feliz, y se notaba su orgullo cuando nos presentaba a sus clientes y cuando nos veía arrastrando las cajas llenas de botellas vacías hacia su camioneta. Y yo encontraba satisfacción en esa mirada de orgullo de papá Alberto.
Después nos llevaba a comer.
Por aquellos años, el 94 o 95, solía hacer su distribución los días lunes, entonces comíamos escabeche de patas (porque este es el plato vespertino tradicional de la dieta cochala en lunes), siempre acompañado por una jarra de chicha. No recuerdo mis impresiones del primer bocado de ese plato compuesto de patas de cerdo y verduras encurtidas. Pero si recuerdo que desde entonces sentí una fascinación por los sabores avinagrados, al punto que después pasé la infancia tomando sorbidas clandestinas de las botellas de vinagre en la cocina de mamá

Recuerdo también que los vasos que tomé de chicha, impulsado por el calor del valle y el trabajo, me embriagaron por primera vez

Papá Alberto solía pedir un locoto cocido, al que le echaba parte del jugo vinagroso e impregnado del sabor a cerdo del plato, luego lo aplastaba, formando un líquido tan picante que parecía radioactivo. Después de quedar satisfecho con la comida, papá Alberto se tomaba de un solo trago el brebaje picante, e inmediatamente secaba un vaso de chicha. Eso me parecía asombroso

Conforme fui creciendo, las vistas a papá Alberto seguían incluyendo escabeche de patas y vasos de chicha, y entonces conversábamos, y podía conocerlo como no lo había conocido de niño. Fue así que me di cuenta de que la relación que yo tenía con mi abuelo no podía haberse dado en mi infancia. Se necesito que sea el nieto con el que podía comer un escabeche de patas picante y bridar con unos cascos de chicha para que podamos definir nuestra relación. Se necesitó que yo pueda entender los detalles de su rutina para que él me haga parte de ella, en mis visitas. Y como el mayor de sus nietos, sin duda ese es un mérito del que me enorgullezco

Papá Alberto y yo no hablábamos nunca de cosas muy íntimas -y siento que esa es otra de las cosas que heredé de él-, pero nuestra relación, nuestro vínculo familiar, se construyó alrededor de un plato de comida y algo para brindar. Podía ser cualquier cosa, y de hecho el último recuerdo que tengo de él antes de que enfermara y no pudiera volver a levantarse del lecho, es que me invitó a comer y tomar una cerveza durante una visita algo fugaz que realicé a Cochabamba a finales del 2015

Papá Alberto y yo no hablábamos nunca de cosas muy íntimas sin embargo, cada que como un escabeche de patas y siento ese sabor avinagrado que deja una reminiscencia ligera del gusto del cerdo, y cada que siento la textura especial de las patas del chancho, un tanto cartilaginosa, ni dura ni suave, recuerdo que papá Alberto solía decir que le agradaba verme comer con tanto gusto

Y cada que llega a mis manos una tutuma de chicha, me es inevitable pensar en mi antepasado y brindar en su nombre, aunque sea solo en mis adentros.
Escritor – Twitter: @luisca_sl