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The other side o las otras naciones clandestinas

El Festival de Cine Radical en su edición 2017 se desarrolló en las ciudades de La Paz y Santa Cruz durante poco más de una semana. En su apartado Foco Radical, la temática de los filmes estuvieron centrado en la “posg
The other side o las otras naciones clandestinas



En agosto de 2017 Donald J. Trump declaró estado de emergencia sanitaria en su país por la cantidad de adictos a los opiáceos, adelantó una mayor participación armada en Afganistán, a pesar de haber prometido durante su campaña que no lo haría. Luego, tras un atentado contra una manifestación antirracista declaró ambigüamente que todos los bandos eran responsables de la tragedia. Hace unos cuantos días, también rompiendo un compromiso público anterior, decidió cancelar el programa para dreamers, inmigrantes jóvenes que trabajan y estudian, dejando en vilo a millones de familias.

Poco más de un mes que resume el estado de las cosas en un país que desde sus orígenes mismos ha estado signado por un exacerbado belicismo y su consecuente segregacionismo, una nación fracturada en sus entrañas, sostenida apenas por imaginarios e ideales groseramente insuflados de vacío. Como recordando al maestro Parra: “USA donde la libertad es una estatua”.

Roberto Minervin (Italia, 1970), en The other side (2015) nos acerca, precisamente, hasta las fauces mismas de ese territorio inhóspito que es Norteamérica, haciendo un violento zoom in sobre aquellos que son triturados en el mandibuleo voraz de esa máquina de sueños y desesperanza, ese país de grandes paradojas y miserias que, desde acá, desde nuestra bolivianidad y nuestra remota ascendencia anticolonial y antiimperialista, apenas alcanzamos a ver, cegados quizás por la bruma de nuestras limitaciones y prejuicios. Acaso también reconfigurados por “el gran cine”, ese otro cine también hiperinsuflado a plan de espejismo.

Ese mismo que guarda una gran tradición de esfuerzos dedicados a retratar y abordar las tensiones raciales de su propio país, en un ejercicio tan solipsista y onanista, que en los últimos años se ha dado a la tarea de maquillar una realidad lacerante concediendo las dádivas de la fama y el reconocimiento a negros y latinos, siempre desde esa distancia de rescate impuesta por el establishment gringo.

No es el caso del filme de Minervini. En The Other Side, también titulada Louisiana en algunos mercados, no se ven conflictos raciales explícitamente, no se caricaturizan las distancias, no se aplica el make up de la corrección política y la igualdad por sobre todas las cosas en la interacción entre los personajes. Rondando peligrosamente el porno miseria que tanto repelemos hacia el sur -bien escribía el crítico argentino roger Koza: “Minervini es capaz de hacer algo dificilísimo: filmar la sordidez sin sucumbir a la misma”- , el empeño del director se centra en revelar una de las facies más ocultas y bullentes de la América del Norte profunda, esa que desde la guerra de la secesión (siempre la guerra, siempre la ruptura) pareciera existir ajena a Washington, clandestinamente: acaso una nación clandestina.

Lousiana, junto a Alabama, Georgia, Mississippi y Tennessee, son considerados los estados más racistas de Estados Unidos. Un país que parece aún no superar, como tantos otros, su impronta colonial, segregacionista y belicista.

Este es el territorio, con el sino de la guerra en sus entrañas, que es retratado por Minervini, en un documental que saliéndose del corsé etnográfico, opta por involucrarse con sus protagonistas hasta las entrañas, casi rompiendo esa frontera ilusoria entre la cámara y los sucesos que a veces suele imponer el género documental. El italiano nos sitúa frente a un filme libre de paternalismos y moralina política, que ofrece la voz del otro, de aquellos que desde afuera parecen ser los podridos y desde adentro, desde su propia intimidad, se revelan, en toda su fragilidad, como otras víctimas de un espíritu nacional soterrado por la grandilocuencia discursiva, pero impregnado de odio, frustraciones y olvido. Sobre todo olvido.

Hombres blancos, racistas, drogadictos, paranoicos, ignorantes, miserables, white trash, cuando los miramos desde el otro lado. Minervini propone una inmersión en la sensibilidad de aquellos a los que juzgamos sin saber que su país los ha condenado a pasar de la guerra al desahucio con un vértigo estremecedor. Despreciados y humillados ignominiosamente por la misma estructura a la que defienden entre alcohol y heroína en su cotidiano y por la que ofrendaron sus vidas, mártires de su propia desgracia. Esos que veían en Barack Obama un enemigo, un negro de mierda que debía caer, esos otros que creían que Hillary Clinton pensaría en sus necesidades, esos que votaron por Donald Trump, o aquellos que luego de combatir en el frente deciden armarse contra el estado, en una confusa célula guerrillera urbana, en defensa de la familia y los valores de la gran USA. Esos, los otros. Esos, los clandestinos, que tienen tanto de nosotros mismos aunque los miremos de reojo y estupefactos, como si tuviéramos en frente un reflejo que nos negamos a aceptar...

Oscuro Animal

Crudeza, es el material con el que se construye Oscuro Animal (2016), ópera prima de Felipe Guerrero (Colombia, 1975). Hiperrealista, de una construcción sonora tan minuciosa como imponente, la cinta narra sin contemplaciones la historia de tres mujeres colombianas forzadas al desplazamiento debido a la guerra civil que azota al país desde los 80s.

En montaje paralelo, las tres historias avanzan a medida que las mujeres se trasladan por la selva en su intento por huir del infierno que cada una vive. Es la selva, zona de peligro, el marco inhóspito y seductor por donde las protagonistas entrecruzan sus destinos.

El oscuro animal puede ser ese hombre degradado, predador. O también, es la ferocidad de las protagonistas, tres mujeres que no se doblegan ni se entregarán. Anónimas, y sin caer en estereotipos, luchan por sobrevivir, incluso con gestos de ternura en ese su ya constante deambular por la tragedia.

Felipe Guerrero narra de forma impecable la dureza de la vida en guerra y después de ella. Plasma la tragedia de su país y lo que vendrá en consecuencia.

Homeland (Iraq year zero)

¿Cuál es el punto en el que se quiebra todo? ¿Dónde comienza y acaba toda esa mezcolanza que acaba por definir ese abstracto que entendemos por patria? Homeland (Iraq Year Zero), 2015, busca responder esta pregunta desde el seno mismo de aquella que tradicionalmente denominan como “la base de la sociedad”, antes y después de un momento crítico para cualquier país: una invasión extranjera. El director iraquí Abbas Fahdel filma a su numerosa familia, su barrio, ciudad y país, antes de la intervención estadounidense en 2003, el cotidiano de una vidas afables, por momentos hasta bucólicas, entregadas al poder de un líder belicoso y represivo. Es una mirada minuciosa, delicada e interpeladora. Luego la caída, el caos, la destrucción y los fragmentos que deja tras suyo la hecatombe, trágicamente reflejados en un montaje dotado de un ritmo fascinante y estremecedor. Y también la familia de Fahdel, nuevamente siendo la protagonista de otro pedazo de historia. Siempre atravesados por la violencia y la opresión, local o extranjera.

Periodista - [email protected]