El humor, aunque no lo parezca, en muchas ocasiones representa un mecanismo de defensa ante situaciones estresantes o difíciles que solemos atravesar. Da color a la oscuridad, pone una sonrisa a lo difícil y se contagia como un antídoto perfecto ante el dolor.

La especialista Alicia Garrido Martín dice, en la revista virtual lamenteesmaravillosa.com, que los mecanismos de defensa son estrategias que se utilizan para afrontar situaciones internas o externas que nos resultan desagradables.

De alguna manera es como si con su potencia se consiguiera hacer más pequeño a ese monstruo “malvado” que viene a instalarse en nuestro mundo. Ya sea la tristeza por la pérdida de alguien, la rabia por una ruptura reciente de pareja, el diagnóstico de una enfermedad o alguna otra situación difícil.

Es una forma de combatir el estrés tratando de hacer el problema más pequeño e inofensivo. A veces estos mecanismos de defensa consiguen que se olvide el sufrimiento o que se recoloque a las fuentes del mismo en nuestras vidas. El espacio de aire puro que nos confiere el humor en nuestro interior es tan inmenso que pareciera que estamos aparentemente bien, sin nada que nos perturbe.

El humor ayuda a escapar de las realidades incómodas. Seguramente ha conocido a alguien que cuando está contando algo serio e importante lo hace con una sonrisa que se torna en una risa nerviosa que brota en carcajadas. Pero algo no encaja porque mientras se la escucha hay algo que no cuadra porque lo que narra es más bien algo serio y preocupante.

La incomodidad busca ser escuchada y aceptada, no negada. Es aquí donde actúa el humor como mecanismo defensivo ante una realidad incómoda de asumir. El humor caldea, y en muchas ocasiones es un bálsamo que ayuda a que nos adaptemos en muchas situaciones sociales. El problema, como con todo, llega cuando es una manera de afrontar una situación. “Defendiéndonos de ella, revolviéndonos contra ella. No asumiéndola ni aceptándola tal como es”.

Hay realidades que dan auténtico vértigo y asumirlas supone un cambio a nivel interno bastante profundo. Y la manera de escapar de ellas es negándolas, distanciándolas de nuestra conciencia, minimizándola o haciéndolas más pequeñas hasta la inexistencia. No afrontar algo, por incómodo que sea supone distanciarse de lo que uno mismo es.

Tanto la comodidad como la incomodidad forman parte de la vida, y no podemos negar una u otra. La “cura” no viene a través de la negación de lo que no se quiere ver. La cura parte de la aceptación y en este sentido para aceptar hay que mirar hacia dentro y mostrar una suerte de respeto inicial por aquello que se encuentra. Cuando no se respeta una vivencia y se la caricaturiza, se genera que el otro no se la tome en serio. “Si no nos tomamos en serio enseñamos al otro a no tomarnos en serio”.

Se puede “educar” o no al otro para que nos respete en la medida en que asuma cómo se siente y no elija el humor como un primer mecanismo para distanciarse de su realidad.

Difícilmente se incentivará a que el otro respete sus vivencias más íntimas si no es auténtico en sus emociones. Le está enseñando que puede reírse y no tomarle en serio. Que lo que habla no es importante porque “no te afecta”. Cuando realmente sí lo hace, solo que es tan doloroso o tan incómodo que su primera reacción es distanciarse de ello.

Por lo tanto, es importante identificar estos signos de incongruencia entre lo que uno siente y lo que uno manifiesta, entre lo que dice y cómo lo dice. Esa incongruencia dará pistas para poder ayudar a esa persona a sentirse más cómoda con la situación por la que está atravesando.

Garrido dice que a veces lo más sencillo es escuchar lo que realmente nos quiere decir sin perdernos en ese juego de máscaras y de caricaturas. Probablemente esa persona esté deseando ser escuchada sin ser juzgada y tan solo necesite escuchar un “está bien que estés mal (consecuente con las circunstancias en las que te encuentras) y puedes manifestarlo aquí conmigo si así lo necesitas”.