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  • Diario Digital | sábado, 20 de abril de 2024
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Ética y (falta de) moral

Ética y (falta de) moral
Hemos estado acostumbrándonos, desde hace tiempo, a que problemas como la corrupción, el racismo y otros conflictos sean el pan de cada día en nuestro grupo social. Pareciera que la sociedad ha perdido la sensibilidad y no le da importancia a los hechos y autores que hacen daño grave al bien común.

El filósofo francés Émile Durkheim, entre otros, advierte sobre la “animalización social”, haciendo referencia a la degradación de la moral como consecuencia del progreso.

Considero necesario analizar este punto. A priori, no existe maldad

(ni bondad) en la conducta de un animal. Los animales son seres amorales, las normas y los valores no tienen sentido, debido a que no son capaces de asimilar esos conceptos abstractos. Actúan por instinto: el matar o cuidar a un semejante, es impulsado por la necesidad de sobrevivir, día a día.

El bien y el mal, como ideas abstractas, solo pueden ser interpretados por el ser humano. El lenguaje le permite a este razonar y evaluar desde la subjetividad, la concepción acerca de lo que es bueno y lo que es malo. Lo bueno para cada quien es lo que él hace y lo fundamenta desde su perspectiva.

Lo considerado bueno se convierte en un valor y las normas morales desarrollan y protegen esos valores. Es así que nace el pensamiento ético, el discernimiento sobre lo “socialmente correcto”.

Teóricamente, las normas morales deberían imponer una conducta ética en todos los individuos que componen la sociedad, para vivir en armonía, prosperidad y sin dañarse el uno al otro. La ética, sin embargo, no parece existir para ciertos campos del accionar humano. Los actores de esos campos de acción (por ejemplo, los actores de la política) prescinden de todo compromiso moral. Creen poder hacer

lo que quieren y les conviene a su respectivo interés; sin que se les ocurra, ni les preocupe, el daño que ocasionan a sus pares, a corto

o largo plazo.

Este deterioro moral progresivo se ha convertido en una característica más de lo contemporáneo. Somos influenciados por muchos y constantes estímulos que afectan nuestro plano cognitivo, y terminamos acostumbrándonos a ver el sufrimiento o la tragedia ajena sin inquietar nuestra afectividad y conciencia.

La ética se ha debilitado tanto que ya no la vemos, ni la echamos de menos. Las normas del deber resultan rígidas, la virtud es cosa del pasado, lo que importa es el placer personal vivido en un individualismo excluyente, tan exclusivo que no se interesa ni asume responsabilidad ni compromiso. La pérdida de poder de los valores primordiales es efecto de este fenómeno.

La posmodernidad depuso a la diosa razón e instaló al sentimiento y al placer en su trono. Los riesgos de una sociedad sin ética son, por tanto, críticos.

“¿Suciedad Moderna? ¿Zoo-ciedad Moderna?”. Hace décadas,

el humorista gráfico Quino proponía esta genial reflexión en una

de sus famosas tiras cómicas. Depende de un compromiso perso-

nal el cambiar la conducta colectiva para lograr el bien común,

y desarraigar el antifaz que fuimos perfeccionando con nuestro

accionar y nuestro discurso: El cinismo.



NOTA: Para cualquier consulta o comentario, te puedes contactar

con Claudia Méndez Del Carpio (psicóloga), responsable de la colum-na, al correo electrónico [email protected] o al teléfono/

whatsApp 62620609.

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