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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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El cazador de los nazis: la increíble vida de Simon Wiesenthal

Vivió los horrores del régimen de Adolf Hitler y tras ser liberado de un campo de concentración decidió dedicar su vida a la búsqueda de justicia. <BR>
El cazador de los nazis: la increíble vida de Simon Wiesenthal



Hasta casi los 40 años fue arquitecto. En ese momento, después de atravesar la tragedia, se abocó a una nueva profesión. Nueva no solo para él, una actividad que no existía, que creó y a la que le dedicó el resto de su vida. Simon Wiesenthal fue cazador de nazis.

Wiesenthal nació el 31 de diciembre de 1908, hace 110 años, en Buczacz, Galicia, que en ese entonces era parte del Imperio Austro-Húngaro y en la actualidad integra el territorio ucraniano. Estudió, se casó con Cyla en 1936 y durante años desarrolló una vida profesional exitosa. La Primera Guerra Mundial había dejado severas secuelas en su familia. Su padre había muerto en el frente. Pero la Segunda Guerra Mundial arrasó con su grupo familiar y su pueblo. Entre él y su esposa perdieron 98 parientes en esos seis años.

SUPERVIVENCIA DIARIA

Simon y Cyla fueron enviados al campo de concentración de Janowska. él permanecería allí varios años; entre otros trabajos esclavos lo destinaron a la sección de trenes, para aprovechar sus conocimientos previos. Eso le permitió también pasar información a la resistencia polaca de las redes ferroviarias y de diversos cargamentos. De esa manera consiguió que su esposa pudiera ser ayudada para salir del lugar.

En 1943, el comandante del Campo de Janowska decidió festejar el cumpleaños de Hitler a lo grande. Como cumplía 54 años se le ocurrió que podía ser una gran idea fusilar a 54 intelectuales judíos en su honor.

Los nazis de Janowska habían sido tan eficaces en su tarea que debieron traer intelectuales de los campos de concentración de los alrededores para llegar a ese número. Uno de esos fue Wiesenthal.

A los 54 los obligaron a desnudarse y a pararse, uno al lado del otro, en el borde de una larga fosa recién cavada (muy probablemente por las mismas víctimas). De a una comenzaron las ejecuciones. Por la espalda, con un tiro en la nuca. El sonido torvo del disparo seguido del estruendo de la carne de los cuerpos chocándose entre sí en el fondo de la fosa. El azar o el arbitrio de algún oficial nazi había ubicado a Wiesenthal entre los últimos de la larga fila. Cuando faltaba poco para su turno, escuchó a alguien vociferar su nombre. Le sonó como un rugido salvador. Un superior gritaba "¡Simon Wiesenthal, Simon Wiesenthal!". Él se identificó. Con desgano le señalaron la pila de ropa para que volviera a vestirse. Eligió los zapatos mejor conservados (en los lagers el que no tenía buen calzado estaba sentenciado a muerte) y pantalones y camisas menos harapientos que las que había traído. Quien lo tenía a cargo en el otro campo de concentración había pedido por él. Pero la clemencia no era un buen argumento en esos tiempos. Con ingenio, había convencido a sus superiores que Wiesenthal era el más capacitado para pintar un gran óleo en honor al cumpleaños 54 del Führer. Una vez más, Simon había salvado su vida de manera providencial.

Wiesenthal pasó por otros cuatro campos de concentración hasta el fin de la guerra. También fue uno de los pocos que sobrevivió a una marcha de la muerte, como se les llamó a esas inhumanas y desesperadas fugas hacia la nada con la que los nazis intentaban ocultar sus crímenes ante la inevitable llegada de los Aliados.

EL FIN DEL CAUTIVERIO

En mayo de 1945, casi cuatro años después de su arribo a un campo de concentración, Wiesenthal, junto a sus compañeros de confinamiento, fue liberado por el ingreso de las tropas norteamericanas a Mauthasen.

Ese hombre, que pesaba sólo 44 kilos, al que le habían amputado parte de su pie derecho, que había perdido a toda su familia, se fijó dos objetivos y se dispuso a cumplirlos de inmediato. Por un lado, deseaba el reencuentro con su esposa Cyla, con la que tuvieron una hija al año siguiente y siguieron casados durante muchos años más; por el otro, dedicó todos sus esfuerzos a identificar y perseguir a los criminales nazis que habían provocado 11 millones de muertes (aunque en ese momento todavía no se conociera el número, ya en esos meses de 1945 el mundo afrontaba la magnitud de la tragedia).

Décadas después, cuando le preguntaban de dónde sacó fuerzas para comenzar de inmediato con su tarea, respondía: "En mi ciudad antes de comenzar la guerra había 150 mil judíos; en 1945 solo quedaban 150 con vida. Siempre pensé que todo en la vida tiene precio, entonces haber sobrevivido también lo tiene. Y el mío es el de ser el representante de los que han muerto, de los que fueron asesinados".

En los campos de concentración había hecho uso de cada escaso trozo de papel que podía encontrar. Una fibra ínfima de algo que había sido un lápiz era su mayor tesoro. Con eso escribía el nombre de cada uno de los verdugos que se cruzaba. El resto lo haría su memoria prodigiosa. Con esos retazos escondidos en su cuerpo y con los nombres memorizados empezó la tarea a la que dedicaría el resto de su vida. A las tres semanas de su liberación, todavía endeble, comenzó a colaborar con las autoridades norteamericanas en la recopilación de información de los criminales nazis. Llegó a asistir en la investigación de los juicios de Nüremberg.

MISIÓN TRAZADA

Junto a Cyla se radicaron en Linz, Austria. A pocas cuadras de su casa vivía la familia de Adolf Eichmann. El burócrata alemán que con su eficiencia en el manejo de la red de trenes nazis y en la provisión de prisioneros y cautivos a los distintos campos se convirtió en una obsesión para Wiesenthal. Vigiló a su familia durante años, interceptó correspondencia, concurrió al entierro del padre de Eichmann y le sacó fotos al hermano para que los investigadores tuvieron un modelo en su búsqueda. Aportó distintas pruebas y cuando Eichmann fue llevado a Israel por agentes israelíes para ser juzgado, Wiesenthal se arrogó los méritos de su captura; hasta publicó su primer libro, titulado Perseguí a Eichmann, un mes antes del comienzo del juicio en Jerusalén.

Los agentes israelíes desmintieron que Wiesenthal hubiera sido clave en el hallazgo del criminal nazi.

Este caso, en el que exageró su participación, le otorgó visibilidad en un momento difícil. Y gracias a eso consiguió el financiamiento para abrir su segundo centro de investigación. Sin embargo, más allá de las inexactitudes que él propagó, se debe reconocer que el primero en manifestar la importancia de Eichmann en el entramado nazi, en no permitir que su nombre se esfume de las listas de buscados y en rastrearlo en Argentina, fue Wiesenthal.

“JUSTICIA, NO VENGANZA”

Simon asumió que su tarea era la de no dejar apagar el fuego de la justicia, mantener las puertas de los tribunales abiertas. Persistió contra los inconvenientes y contra el clima de época.