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  • Diario Digital | jueves, 18 de abril de 2024
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LECTURAS SUTILES

El demonio nuestro de cada día

El demonio nuestro de cada día
El director de cine Paul Urkijo ha transitado dos riesgos en “Errementari: el herrero y el diablo”. El primero fue realizar una película hablada en una lengua antigua, casi desaparecida. El otro, poner en escena un cuento

infantil, rescatado por un antropólogo, y traducirlo al género de terror gótico. De esta forma un relato de la infancia, olvidado y de lengua extraña, regresa en forma de terror. Esta fórmula recuerda, de alguna forma, a algo trabajado por Freud.

Del filme nos interesa en particular el personaje de Sartael, un demonio que aspira a la venganza, el éxito y la libertad. Sin embargo, una aparente torpeza trunca sus anhelos. Habiendo sido metido en una jaula por un fantástico herrero, logra escapar del encierro en dos oportunidades.

Pero en ambas tropieza con el mismo obstáculo.

Hay aquí algunos detalles a considerar. Sartael, engañando a una niña, obtiene la primera libertad de su jaula. El siguiente paso que realiza es atacar al herrero. Su venganza fracasa, no sin alguna humillación, y huye entre amenazas. En el camino es sorprendido por una trampa, para luego recaer en el encierro.

Ya enjaulado, Sartael exhibe su impotencia: amenaza pero es inofensivo. Demostrando su dominio, el herrero pone en escena una segunda cárcel, más eficaz que la de los barrotes. Habita en Sartael una compulsión a contar. El herrero vuelca al suelo un puñado de garbanzos y el demonio, en medio de quejas, inicia una apremiante contabilidad. Redoblando

el castigo, el herrero, dispersa los garbanzos durante el proceso contable y la cuenta, inevitable, se reinicia para el infeliz demonio.

Mas adelante en la película, el demonio logrará liberarse por segunda vez y en la nueva huída volverá a tropezar con la misma trampa. Solo podrá consolarse gritando “no, otra vez”.

En 1919 Sigmund Freud presentaba una novedad. Se trataba de la compulsión a la repetición. Años más tarde, Freud escribirá sobre personas que durante su vida repiten sin modificación las mismas acciones en su perjuicio o se consideran perseguidas por un destino implacable que los damnifica. Una precisión: esta compulsión se impone a cualquier bienestar. Su fuente, infantil y pulsional, resulta independiente a todo bien. Es imperativa. Cuando se exterioriza en la vida de alguien, este pareciera

vivenciar pasivamente algo sustraído a su poder, que lo lleva a transitar una y otra vez la repetición del mismo destino. Sin embargo, la investigación psicoanalítica enseña que en verdad son las mismas personas quienes se labran ese funesto destino sin saberlo.

Curiosamente, en distintos escritos, Freud vinculará a esta compulsión a la repetición con las potestades del demonio. Un tanto desalentador resulta la extensión de su imperio, siendo que afecta tanto a neuróticos sintomatizados, como a los no sintomatizados y a los que ni siquiera son neuróticos.

Es un hallazgo de “Errementari: el herrero y el diablo” haber encarnado la repetición en el demonio. En la vieja tradición del ojo por ojo, al demonio se le devuelve su inclemente justicia. Quizá en este detalle se apoye nuestro gusto por la película.

Fuera del cine es superfluo apelar a malos espíritus para explicar la fatal repetición. Podremos sorprendernos cada vez reviviendo lo antiguo y lo que daña. Pero esa sorpresa es una verificación de lo que se demora en aceptar: ese demonio vive en cada uno.

NOTA: Para cualquier consulta o comentario, contactarse con Claudia Méndez del Carpio (psicóloga), responsable de la columna, al correo electrónico [email protected] o al teléfono/whatsApp 62620609. Visítanos en Facebook como LECTURAS SUTILES.