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  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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Freddie Mercury, la voz que reinó en el rock

Este jueves pasado se estrenó, a nivel mundial, la película  “Bohemian Rhapsody”,  la cinta que repasa la vida y carrera del líder de Queen.<BR>
Freddie Mercury, la voz que reinó en el rock



Había dejado de comer alimentos sólidos. Solo bebía zumos e ingería fruta. Se despertó a las seis de la mañana sobresaltado. Quería orinar, así que Jim lo levantó en volandas y lo llevó al baño. Al volver a colocar a su pareja sobre la cama, el chasquido de un hueso roto lo hizo gritar de dolor. Una inyección de morfina apaciguó durante unas horas un malestar del que ya no se recuperaría nunca. Entrada la tarde, pidió ir al baño de nuevo. Había mojado la cama. Jim le puso una camiseta limpia y unos calzoncillos. Él se esforzaba por levantar la pierna izquierda para facilitarle la tarea. Fue lo último que hizo. Aquel domingo, 24 de noviembre de 1991, comenzaba a forjarse la leyenda de Freddie Mercury, para muchos uno de los mejores vocalistas de la historia del rock y del pop.

No cabe duda de que su trágica muerte -consumido por el SIDA, perdió gran parte de un pie y se quedó casi ciego-, de la que se cumplen ya casi 27 años, ayudó a ensalzar esa figura, pero también es justo decir que Mercury llevaba toda su vida haciendo méritos para ello, con una carrera musical llena de éxitos. Tenía lógica que, tarde o temprano, llegara a las salas de cine una cinta “Bohemian Rhapsody”, que repasa la vida y obra del líder de Queen. La película se estrenó recientemente.

Hijo de una pareja de parsis, Farrokh Bulsara nació en la isla de Zanzíbar (Tanzania) el 5 de septiembre de 1946. Con siete años es enviado a estudiar al Saint Peter´s School, un internado de estilo británico en Pachgani, cerca de Bombay. Es allí donde toma las primeras clases de piano y donde empieza a ser conocido como Freddie.

En 1964 la inestabilidad política de Zanzíbar obliga a la familia a desplazarse a Londres. Comienza sus estudios en la Escuela de Arte Ealing y conoce a Tim Stafell, un compañero que le presenta a su banda, Smile.

Entusiasmado, Freddie acude a todos los conciertos, se aprende de memoria sus canciones y aconseja a diario a sus integrantes, Roger Taylory Brian May, a la postre baterista y guitarrista de la futura banda. Cansado de no alcanzar el éxito, Stafell abandona la formación en 1970 y Freddie, que para entonces ya se hacía llamar Mercury, entra a formar parte de la misma. Solo tiene una petición: cambiar Smile por Queen. Un año más tarde, John Deacon ocupa la plaza de bajista. A pesar de que los cuatro tenían personalidades muy distintas, la formación jamás se alteraría.

La banda publica su primer álbum en 1973, bajo nombre homónimo. La influencia del rock progresivo y el heavy metal en la onda de Led Zeppelin es evidente, pero la voz de Mercury destaca en la mezcla: puede acercarse al rock más agresivo y a la más de-licada balada sin despeinarse. Un estudio publicado por la Logopedics Phoniatric Vocology en 2015 desvelaba parte de sus secretos como que, a pesar de ser barítono, cantaba con el registro de un tenor, y que poseía un excepcional control sobre su técnica vocal. Así, era capaz de emplear subarmónicos, una forma de canto en el que no solo vibran las cuerdas vocales, sino también unas estructuras de tejido llamadas pliegues ventriculares. Su vibrato era, además, inusualmente rápido.

Un año y dos discos más tarde, “Killer QueenW”, una canción eminentemente pop editada dentro del álbum “Sheer Heart Attack” (1974), se convertía en el primer éxito de la banda.

A Queen, sin embargo, aún le quedaba un largo camino por recorrer. Y en él se encontraba “Bohemian Rhapsody”, la canción que da nombre al biopic. Pocos ejecutivos de la discográfica apostaron por ella para promocionar “A Night At The Opera”. No era para menos, su duración de seis minutos podía acobardar a cualquier locutor de radio, pero el sencillo se aferró a la cima de las listas británicas durante nueve semanas.

Mercury había metido en ella una introducción coral, una balada, un solo de guitarra, un segmento operístico y un final que retomaba la introducción. Precisamente, esa capacidad de cambiar de registros, de imitar estilos, fue una de sus grandes bazas como compositor. Mercury se atrevió con el gospel (“Somebody to Love”), el rockabilly (“Crazzy Little Thing Call Love”), la ópera -imposible olvidar el álbum “Barcelona” (1988) que unió su destino al de Montserrat Caballé y fraguó una amistad que solo la muerte pudo romper-, el punk (“Sheer Heart Attack”) y hasta el music hall (“Bring Back That Leroy Brown”). “Odio hacer lo mismo todo el tiempo”, llegó a decir al respecto. Tampoco sus compañeros de banda se quedaban atrás. Todos fueron artífices de varios de los éxitos de Queen.

Más allá de su faceta como compositor, hay otro elemento que marcó el devenir de Freddie, su innata capacidad para conectar con el público.

Tímido y reservado fuera del escenario -a pesar de que las fiestas y bacanales que montaba, llenas de excesos, drogas y alcohol, han pasado a la posteridad- bajo los focos, Mercury se convertía en un animal, un monstruo de prominentes dientes y tupido mostacho que manejaba a la audiencia a su antojo. Un ejemplo de ello es la actuación de Live Aid en 1985, un concierto que reunía a varias bandas con el fin de recaudar fondos en beneficio de los países de África Oriental.

A Queen le tocó salir al escenario a las 18:41 horas, aún a plena luz del día. Dio igual. Con un popurrí de algunos de sus grandes éxitos recortados

-solo podían tocar 25 minutos- se metieron al público en el bolsillo, zanjaron los rumores de separación e hicieron historia.

Aquello fortaleció a la banda, que se lanzó a publicar “A Kind of Magic” (1986) y a girar por medio mundo. Sin embargo, cuando “The Miracle” (1989) llegó a las tiendas, Mercury anunció su decisión de no presentar el disco en directo. Sabía que tenía SIDA desde hacía dos años, aunque la excusa fue que estaba “cansado de las luces cegadoras y del vestuario”.

Aún publicó un decimotercer álbum de estudio, “Innuendo” (1991), nueve meses antes de que el cantante muriera. Es, sin duda, el más especial de esta última etapa, un disco arriesgado, lleno de momentos extraños y maravillosos, con una voz desgarradora y con la soberbia “The Show Must Go On” como conclusión. Que la banda haya vendido ya entre 150 y 200 millones de discos en todo el mundo, lanzara un disco póstumo (“Made in Heaven”, 1995), todo tipo de recopilatorios, siete discos en directo y varias reediciones no hace más que darle la razón: el show

debía continuar. l