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  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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La encrucijada de los duelos no autorizados

“Todo intento de eliminar el duelo solo lo irrita aún más. Debes esperar hasta que es digerido y luego la diversión disipará sus restos” (Samuel Johnson).<BR>
La encrucijada de los duelos no autorizados



La muerte de un ser amado es una fuente importante de sufrimiento emocional. Nunca se está del todo preparado para perder a alguien que uno quiere, incluso en los casos en los que la muerte no llega de sorpresa. Sin embargo, hay casos en los que es más difícil tramitar el dolor. Se trata de los duelos no autorizados.

Estos son aquellos que no se pueden manifestar abiertamente, ya que están de algún modo prohibidos por el entorno particular o la sociedad en general. En esos casos, las personas deben sufrir a solas y, en muchos casos, hasta esconder sus manifestaciones de dolor.

Esta dificultad para expresar las emociones y legitimar el sufrimiento hace que los duelos no autorizados sean más complicados de sobrellevar y de resolver. La dificultad para recibir apoyo añade una dosis de complejidad a estos procesos. Enseguida hablaremos de los casos en los de alguna manera, socialmente, el duelo queda prohibido.

El no reconocimiento de la pérdida

Este es uno de los tipos de duelos no reconocidos que más daño le hace al doliente. Corresponde a los casos en los que no se le otorga valor social a la muerte de una persona. Cuando no resulta moralmente significativa para los demás.

Un ejemplo de ello es cuando quien muere es rechazado socialmente. Es el caso de un criminal peligroso, temido o muy mal connotado. Se supone que es alguien indeseable y que su muerte es benéfica para los demás. Otra cosa pueden pensar sus familiares o amigos, si los tiene. Sin embargo, esto no siempre lo entienden los demás y por eso es frecuente que los dolientes no mani- fiesten su sufrimiento.

Otro ejemplo de este tipo de duelos no autorizados es el que se da cuando muere una mascota. Para muchos resulta excesivo que alguien sufra profundamente por la muerte de un perro, o un gato, o un caballo. Pese a ello, hay un incontable número de personas que sufren (sufrimos) esa pérdida como la de un familiar cercano.

Las relaciones prohibidas

En este caso, los duelos no autorizados se deben a que este tipo de relaciones se consideran proscritas, inmorales o no tolerables.

El ejemplo típico es el duelo por la muerte del amante. Se parte de la idea de que el dolor legítimo es el de la esposa o el esposo, no el de esa tercera persona que estaba entre los dos. Aún así, ese tercero sufre y tiene derecho a su dolor.

Aunque la sociedad tiene una mente más abierta actualmente, todavía se dan los casos de las relaciones homosexuales no reconocidas.

Esos casos también originan duelos no autorizados, en tanto el vínculo se mantuvo en secreto. Lo mismo ocurre cuando hay amores imposibles. Cuando alguien ama profundamente a quien muere, pero nunca fue correspondido.

Las circunstancias del deceso

Si la muerte sobreviene por suicidio, por ejemplo, el duelo se da en unas condiciones especiales. Lo más probable es que, al menos en primera instancia, los seres queridos tengan dificultades para hablar de su dolor. Es una de esas situaciones en las que flota en el ambiente una búsqueda, la de un “¿Por qué todo terminó así? ¿Por qué no encontró otra salida?”, muchas veces sin encontrar respuesta o encontrando alguna que compatibiliza a las personas que se plantean estos interrogantes.

Algo similar ocurre cuando la muerte se da en condiciones violentas, especialmente si involucran a la fami-lia o son consecuencia de algún acto de irresponsabilidad. Si, por ejemplo, muere alguien que iba en un coche a extrema velocidad, muchos pensarán que “se lo merecía”. Por lo tanto, se configuran las condiciones para propiciar duelos no autorizados. Lo mismo aplica para muertes por sobredosis, enfermedades de transmisión sexual, etc.

No se reconoce al doliente

Este tipo de duelos no autorizados corresponde a los casos en los que no se reconoce la capacidad de sentir en el doliente. Ocurre con frecuencia en los niños. Se piensa que ellos no entienden qué es la muerte y, por lo tanto, que se consuelan con un “se fue a vivir al cielo”.

Son muchos los que piensan que los pequeños no sufren un proceso de duelo, cuando a veces este es mucho más difícil que el de los adultos, precisamente por su inmadurez.

Algo similar sucede con las personas que tienen algún tipo de discapacidad cognitiva. Se asume que su dolor no tiene la misma profundidad que el de otros. Igual sucede con los adultos mayores que padecen alguna limitación neurológica.

Cuando hay duelos no autorizados, también hay mayor probabilidad de que terminen transformándose en duelos patológicos. Si la expresión de sufrimiento está limitada, o anulada, superar el dolor va a ser mucho más difícil.