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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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Las tripas del Brexit

Las tripas del Brexit
Acabo de regresar de Londres y observo los signos evidentes de hasta qué punto los inventores del capitalismo continúan pagando las consecuencias de un sistema que se les ha escapado de las manos.

La magnificencia de esa ciudad ya no puede esconder el hecho de que las infraestructuras son obsoletas, que los trenes se cancelan permanentemente, que cada día un recorrido de metro es una aventura impredecible, que el sistema de salud se desploma y que las bolsas de pobreza regresan como en los tiempos de Dickens.

El año pasado la capital británica padeció un grave estreñimiento. Los técnicos y operarios encargados de mantener el sistema cloacal descubrieron que en el sector este de los gigantescos intestinos de la urbe había una espantosa montaña, sólida como una roca, formada por

grasa, toallas descartables, pañales, condones, tampones y basuras varias. Para hacernos una idea del tamaño del monstruoso bolo fecal con el que se toparon allá abajo, el corresponsal del New York Times

explicó que pesaba más de 140 toneladas (lo que equivale a unos 11

de los famosos autobuses de dos pisos) y medía unos 300 metros

de largo. Para deshacerse de él fue necesaria una intervención que

duró al menos tres semanas ininterrumpidas.

La noticia no ocupó un lugar destacado en la diarrea continua de calamidades que a diario mana de los medios informativos. No obstante tiene su importancia, puesto que se trata de un síntoma muy elocuente, un verdadero condensador de lo real contemporáneo. Si acaso

alguien no estuviese aún convencido del significado inconsciente del

dinero, esto es, de su indisociable relación con la pulsión anal, esta historia podría ser un argumento más para demostrarlo.

El esplendor de la capital del capitalismo escondía en los fondos de su inframundo una descomunal masa de inmundicia formada por los desechos que el consumo cotidiano va dejando caer. Ese excedente que el sistema acumula se ha convertido en un problema ecológico, puesto que de no actuar con suma rapidez, los londinenses habrían visto al monstruo salir a la superficie y desparramarse por las calles. Si eso hubiese ocurrido, habríamos contemplado una de las más sugerentes imágenes del retorno de lo reprimido, nada menos que en el centro de la fabulosa maquinaria financiera global.

Pero la cosa no acaba aquí. Los ingleses han votado por el Brexit en el referéndum del 23 de junio de 2016. Más allá de la valoración política que de ello se haya hecho y seguirá haciéndose en los próximos años, me interesa destacar que entre los argumentos esgrimidos por los

defensores del Leave, uno de los principales fue el mismo que durante la historia de la humanidad ha servido para producir una cohesión

de masas: librémonos del Otro, que ensucia nuestras calles y arruina nuestra vida, para que la grandeza vuelva a nosotros.

Mientras todo este apasionado debate tiene lugar y se designa al Otro como culpable del mal, se puede seguir ignorando dónde se encuentra el malestar en la civilización. Una prueba más, contrariamente a lo

que piensa la psicología, de que el ser hablante no es ni bueno ni malo por naturaleza: simplemente débil mental por efecto del discurso

que lo funda y lo confunde. Y que por encima de todo, es incapaz

de aprender nada…



NOTA: Para cualquier consulta o comentario te puedes contactar

con Claudia Méndez del Carpio, responsable de la columna,

al correo electrónico [email protected] o al teléfono/

whatsApp 62620609.

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