Opinión Bolivia

  • Diario Digital | martes, 23 de abril de 2024
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ENSEÑANZA DE AMOR

Mi abuelo, el cómplice de mis sueños

Lazos de sangre. El vínculo entre estas dos generaciones surge de manera natural. Nieto y abuelo se convierten en compañeros y los padres de sus padres se tornan en defensores de su inocencia.<BR>
Mi abuelo, el cómplice de mis sueños



Cuántas veces se escucha entre los familiares o amigos que el “cariño hacia los nietos es diferente”. La complicidad con los abuelos es parte de la relación entre ambos.

Criar a un hijo es una tarea noble, un rol al que los padres dedican su vida para dar lo mejor a sus vástagos. Durante la gestación nace el compromiso y amor incondicional; ya, con el alumbramiento, comienza el recorrido juntos por la vida. Los progenitores ponen su esfuerzo para formar un par de alas duras y resistentes a los golpes de la vida y así sus hijos vuelen alto.

La paternidad de los hijos es una etapa que los abuelos disfrutan intensamente, ya que vuelcan sobre los nietos todo su querer. Para la mayoría es una nueva oportunidad de vivir la paternidad, por decirlo de otra manera, pero esta vez sin obligaciones.

En esta edición, la revista Así contactó a tres familias, como una manera de homenajear a los padres en su día, ya que muchos disfrutan intensamente su rol de abuelitos.



“El tÍo”, el más amado

Con paso seguro y vestido con la elegancia que lo caracteriza, Manuel Porro Castillo ingresa a la antesala del estudio Relieve para la sesión fotográfica. Este hombre de 86 años, poseedor de una mirada serena y facilidad para esbozar una sonrisa, es el patriarca de su familia compuesta por sus tres hijos, nueve nietos y cinco bisnietos.

Una familia bastante unida, donde prima el amor y el respeto, sin dejar de lado el buen sentido del humor. La tercera generación de los Porro Escobar aprendió desde pequeños que no tienen un abuelo sino un “tío” con quien compartir aventuras y travesuras.

“No podría precisar cuándo fue el momento en que comencé a autodenominarme tío”, asegura Manuel, quien se puso ese ápodo para jugar con sus nietos mayores: Mauricio, Manuel, Hugo, Carolina y Marcelo

“Yo recuerdo que mis primos mayores ya lo llamaban así y para nuestra familia es un juego. Cuando le decimos abuelo, él se hace al molesto y nos pregunta quién es hasta que le decimos tío”, comenta Juan Carlos, de 17 años, el octavo de sus nietos, quien junto a Tomás, Matías y Annelisse, son los últimos cuatro nietos.

Manuel es padre de tres hijos: Tomás, Marcelo y Juan Carlos Porro Escobar. Quienes los conocen saben que tienen una relación estrecha y que han realizado varios emprendimientos conjuntamente y con mucho éxito.

“Soy dentista, tenía que trabajar mucho para poder educar a mis hijos; desde siempre, les inculqué que se apoyen y quieran mucho”, asegura.

Para él, ese primer peldaño de paternidad fue de mucha presión, compro- miso y responsabilidad, motivo por el cual, ahora, ya como abuelo, prefiere divertirse, aunque eso no quiere decir que no los encamine y aconseje.

“Los padres son los que educan, ya fui padre, creo que cumplí con todas las exigencias y ahora me divierto con mis nietos”, comenta.

Dueño de una personalidad jovial y un temperamento afable el “Tío” supo llegar hasta el corazón de sus nietos y dejar su huella. “Es único, sigue siendo como un jovencito de 20 años. Es muy independiente y dispuesto a encarar nuevos desafíos”, dice con orgullo su nieto Juan Carlos Porro Quezada.

“Me encanta ser abuelito. Estoy muy contento a pesar de que muy raras veces puedo contar con la presencia de todos, ya que una buena parte de ellos se encuentra en el extranjero”, menciona Porro Castillo; pero cuando puede dedica su tiempo a conocerlos y a disfrutar de su compañía.

El segundo papá

El actual ritmo de vida obliga a la mayoría de los padres a trabajar fuera del hogar, lo que muchas veces dificulta la posibilidad de poder acompañar a los hijos en sus actividades extracurriculares, por lo que, la presencia de un abuelito que colabore con el traslado y el recojo de los pequeños es de gran ayuda.

Rafael Balderrama Jordán es uno de esos orgullosos abuelitos, quien a sus 74 años, sigue correteando detrás de las hijas de su hijo Danilo, -Victoria de 13 y Briana de 9 años, en las canchas de basquetbol- y, ocasionalmente acompañado de Facundo, de cinco años.

Don Rafo, como el dicen sus conocidos, tiene cuatro hijos junto a Lucy Argote, con la que lleva 50 años de casado, Danilo de 43, Verónica 40, Bernardo 38 y Valeria 30, entre los tres mayores le dieron seis nietos.

“Para mí, son mis hijos, así les digo, y mientras pueda seguiré de wawero, compartiendo todo el tiempo con ellos”, expresa y aunque don Rafo sabe que él no toma las decisiones de crianza de sus nietos, no significa que su opinión no importe, sino que tiene un rol complementario que consiste en colaborar con los padres sin suplantar su papel.

Al contrario de nuestro primer entrevistado, sus nietos lo llaman abuelito. “Mi abu está toda la tarde con nosotros y nos lleva a nuestros cursos, y si nos portamos bien, puede -mientras guiña un ojo a don Rafo, en señal de complicidad- que nos compre algo o nos invite a comer” asegura Victoria.

Aunque ninguno de los nietos lo dice, existe una energía muy fuerte entre los cuatro, que de rato en rato, gozan el uno del otro, con el simple hecho de recordar sus anécdotas.

Para Rafael Balderrama, la posibilidad de ejercer como abuelo es única, ya que él desde muy joven se vio en la necesidad de trabajar en el área del fotoperiodismo y, por ende, sus horarios y tiempos no compatibilizaban con el de sus hijos. Él quedó coartado de la posibilidad de acompañarlos en varios momentos de su proceso de formación.

“El tiempo que los abuelos pasamos con los nietos es a veces superior al que los padres pasan con sus hijos. Eso nos permite convertirnos en maestros, transmitiéndoles conocimientos de la vida que ellos, por su corta edad, no han vivido”, concluye Rafo.

Linaje empresarial

Puntuales y bien vestidos -se podría decir que casi uniformados con camisa blanca y pantalón oscuro- llegan a la cita Jaime Eduardo Yapur y su nieto mayor, Eduardo de ocho años de edad. A primera vista el cariño entre ambos es bastante notorio.

Don Jaime, un hombre con mucha experiencia en el manejo de medios, debido a su cargo de gerente regional de Embol Coca Cola, no puede evitar emocionarse al hablar de sus nietos y de lo que significó para él y su esposa Fresia Leigue la llegada de sus tres amados nietos.

Eduardo es el primero, seguido por Luciana Yapur Ríos, ambos hijos de su primogénito (Javier de 35 años). El más pequeño es Mateo Yapur Fronti, de apenas un año y medio de edad, retoño de Jaime Andrés quien falleció hace dos meses a su 28 años; pero, la lista aún no está cerrada, ya que aún queda esperar a los herederos de Julio Esteban, su hijo de 27 años.

“No es lo mismo ser padres que abuelos, ahora tenemos un rol menos protagónico, son ellos (sus padres) quienes deben orientarlos y formarlos. Nosotros somos los encargados de disfrutar de sus juegos y travesuras, y de ser sus cómplices”, afirma Jaime Yapur.

Eduardo, aunque un poco tímido, comienza a resaltar el significado de su abuelo en su vida, con quien también comparte su amor por el fútbol cuando van al estadio para alentar al equipo de sus amores, el Wilstermann.

“También entrenamos en el patio de su casa, me está enseñando a parar la pelota”, cuenta Eduardo, mientras el emocionado abuelo hunde los dedos en su cabellera, para atraerlo a su pecho y regalarle un beso en la frente.

El empresario dice que a ratos es difícil no intervenir en algunas decisiones de sus hijos, pero que lo primordial es no desautorizar a los padres y así compartir una educación sana de los nietos.

En esta ocasión Yapur asegura, mientras una pena profunda embarga su corazón, que su nieto Mateo aprenderá muchas cosas de su padre a través de sus historias, pero que en ningún momento pretende tomar ese lugar.

“Siempre seré el abuelo, más nunca su padre; porque, ese sitial es sagrado y nadie en el mundo podrá llenar ese vacío”, finaliza. Así en medio de nostalgia y complicidad, va llenándose del cariño de su pequeño amor.

Con estas tres historias de vida se quiere reconocer el amor incondicional que brindan los abuelos a los nietos, quienes alegran sus días y los hace recordar que la vida continúa y que siempre hay mucho amor para dar cada día.

Frase

“Disfruto, quizá, lo que no logré hacer con mis hijos. Mis seis nietos son mi mayor locura y me gusta estar en su vida”, comenta Rafael

Balderrama.