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  • Diario Digital | viernes, 29 de marzo de 2024
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Lecturas sutiles: Un género literario especial, la utopía

Lecturas sutiles: Un género literario especial, la utopía

Tal vez, entre todos los géneros literarios, el más influyente en el andar de las cosas del mundo es el de la utopía. No es casual que, de hecho,  sea el lugar del encuentro entre el afán moral,  el social y la ficción.  

Paradójicamente, la utopía, es decir, el no lugar

–o también, el espacio del ensueño, o bien, la geografía de la fantasía, vale decir del sueño, del ideal, como también de la ilusión o la quimera- es el

territorio donde se reconcilian, para siempre,

razón y moral.

A modo de ejemplo de lo dicho, en su autobiografía, Owen relataba que aconsejaba intensamente,

a una joven de 17 años, no golpear bajo ningún pretexto a los niños, ni amenazarlos con la menor palabra ni con el menor gesto, y tampoco emplear un lenguaje injurioso. Al contrario, le recomendaba que debe usar siempre un tono agradable. Noso-tros asentaremos que, 200 años después, estas son ideas dominantes en la pedagogía contemporánea. Las actitudes contrarias, con mucha razón y moral, están mal vistas.

Observación: se puede objetar fácilmente que

el medio educativo es fuertemente permeable

por la literatura utópica, puesto que en su medio habita el personaje irreal e improbable del “hombre nuevo”, personaje que ya es tradicional en

los discursos del poder desde hace dos mil años.

Aparte de lo dicho, todo el mundo lo sabe, en las tareas educativas, la confusión entre el ser y el

deber ser, o bien, entre la realidad y la mera expresión de deseo, es de una actualidad constante.

No obstante, de todas formas, las utopías existen, así sea en el plano performativo o bien, en la dimensión de las profecías autocumplidoras, tal como usualmente se da, en realidad, en la mayoría de los casos. Además, dicho sea de paso, probablemente su verdadero papel sea el de actuar siempre con insistencia contra el fin del futuro.

Sin embargo, las utopías en la práctica, sobre

todo las más autoritarias, tienen su propio autocorrectivo: la decepción. Así, el desengaño tiene una función propiamente terapéutica en la sociedad. Precisamente, afirma Magris, las utopías sin sus necesarias decepciones no avanzarían ni un paso en la realidad mundana, ya que las primeras tienden a ser simples, y las segundas en cambio, en cierta medida, auspician lo complejo.

De este modo voluntario, las utopías, con su inercia nos llevan por la vía de la fantasía placentera

al futuro imaginado. Al contrario, el desengaño, aunque displacentero, es siempre una exigencia

a la propia creatividad. Cabe señalar que las uto- pías, como todo el mundo lo sabe, son imaginarias; por antípoda, los desencantos son sensaciones corporales. Además, en las utopías, lo colectivo se masifica, y lo múltiple se unifica.

Por el contrario, el desencanto a veces se diversifica y, por tanto, en más de una ocasión, da pie

a la diversión.

La utopía, cuando se embriaga, se siente impulsada a tomar el poder por asalto, en ese preciso momento, a veces asume un inocultable rostro cínico, que es el del “realismo político”.

Así pues, en esa coyuntura histórica, solo el hombre político decepcionado es su remedio. Sin embargo,

recién cuando

el desencantado se cura del desengaño es que su dolor del alma empieza a desaparecer; en efecto, pasa de ser un simple personaje desalentado a convertirse paulatinamente en un ser escéptico y, por tanto, revisa

y examina sus ideas e imágenes, una y otra vez.

Pero, por oposición, la desesperanza como cura a las utopías, a veces produce males del alma

cronificadas en su duración. Por ejemplo, el caso del desengañado crónico, probablemente, es más el de un doliente autorreprochado que otra cosa, ya que solo propone obtener placer en el malestar de la comodidad de su coartada.

De este modo, amañado y ceniciento, el doliente eternizado es fanático de su decepción y por este camino vuelve a negar la complejidad de la vida.

NOTA: Para cualquier consulta o comentario

sobre la columna, contactarse con Claudia

Méndez del Carpio, al correo electrónico [email protected]

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