Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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CULTURA QUE SOBREVIVE

Circo: sacrificio, arte y magia

Un mundo de las risas. En Bolivia, algunas familias todavía desarrollan la actividad circense, una pasión que llevan en la sangre, pero que está a punto de desaparecer por falta de público y de espacios para funcionar.<BR>
Circo: sacrificio, arte y magia



Durante los 105 minutos de proyección fílmica, el espectador se emociona con la película “El gran Showman”, que recrea la historia de Phineas Taylor Barnum, un visionario empresario que surgió de la nada en 1850 y creó el circo -en su conceptualización actual-, uno de los espectáculos más importantes de su época.

Al salir del cine, se siente el deseo de volver a aquellos años de infancia, para estar debajo de una carpa y simplemente disfrutar ese momento.

Un espectáculo donde los adultos se olvidan -por unos minutos- de sus responsabilidades, para dejarse llevar por la ilusión y la fantasía que se crean bajo esa infinita tela de colores.

Lamentablemente, el esplendor que se proyecta en la pantalla de cine contrasta con la realidad que se vive en los circos que trabajan en Bolivia.

En el país, el circo es un espectáculo artístico itinerante, cuya dinámica se centra en armar y desarmar la carpa, las pistas y las galerías, para ir de uno a otro departamento y comenzar todo de nuevo.

A pesar del esfuerzo que ponen los propietarios y artistas de los circos bolivianos, la disminución paulatina de espectadores y la falta de espacios públicos para la instalación de las carpas y todo el equipo, están haciendo mella en su futuro cercano, y corren el riesgo de desaparecer.

Algunos cirqueros siguen luchando tesoneramente para sacar adelante el arte que sigue palpitando en su sangre. Tania Frías Claure es una de ellas. Además, es la primera empresaria circense nacional.

Según ella, en Bolivia solo hay tres circos grandes, que rotan por los diferentes departamentos: Abuhadba, Las 3 hermanas Gasaui y el Sudamericano, este último de su propiedad, además de cuatro o cinco circos pequeños, que se mueven en las provincias y los barrios alejados.

“Nos faltan espectadores, pero sobre todo la ayuda de las autoridades”, explica Frías, a tiempo de contar cómo es la vida bajo esos largos pedazos de tela colorida que llaman hogar.

Época de oro

Qué lejos quedaron aquellos tiempos en los que la familia de Tania Frías podía llevar una vida cómoda en las casas rodantes. “El circo me dio la posibilidad de criar a mis cinco hijos, algunos de ellos se convirtieron en artistas circenses profesionales; se formaron en universidades de Brasil y Argentina, ahora trabajan allá”, cuenta mientras sus ojos visualizan el techo de la carpa, como queriendo revivir ese periodo de gloria frente a sus ojos.

En las décadas de los 70 y 80, el circo era una de las atracciones familiares preferidas y cada show era presenciado por un promedio de 50 personas.

“Traíamos grandes espectáculos, artistas de talla internacional y la gente respondía, llegamos a tener hasta cuatro funciones por día, con largas colas en la boletería”, recuerda.

En una época, Frías manejó varias empresas cirqueras bolivianas, como Estambul, Panamericano, Poderoso Copacabana y African Circus, entre otros. Cada una llevaba el nombre de la peculiaridad del número principal.

En esa época, Frías logró romper el record Guinnes de estadía de un circo en un solo lugar, que duró un año y tres meses en Santa Cruz de la Sierra.

“Nos fuimos porque los artistas ya estábamos aburridos de estar en el mismo lugar. No hay que olvidar que nuestra característica es estar en constante movimiento y a eso estábamos acostumbrados”, aclaró.

TiEMPOS DE CAMBIO

La mayor accesibilidad de otro tipo de entretenimientos y el incremento del uso de la tecnología son algunos de los factores que inciden en el ocaso del espectáculo circense.

“Antes de que se aprobara la ley que prohíbe la presencia de animales, en el African Circus teníamos leones, elefantes, chimpancés y otros. Estos eran una gran atracción, porque los niños querían conocerlos vivos y no por televisión”, enfatiza Hilio Balderrama, administrador del circo Sudamericano.

Esta restricción también elevó el costo de mantenimiento de los circos, ya que tener animales era “positivo”, porque no tenían sueldo y solo era necesario darles calidad de vida, contar con jaulas adecuadas, alimentación y un veterinario de cabecera. Con esta nueva normativa, los artistas comenzaron a cobrar mucho más.

Otro factor que incide en la actual situación de los circos es la falta de espacios públicos. “No hay terrenos para que los circos puedan desplegar sus carpas. Antes armábamos tres torres, en cambio ahora solo una y no hay apoyo de las autoridades”, afirma Balderrama, quien asegura que en otros países la actividad circense es patrimonio cultural y las autoridades tienen políticas especiales para ellos. Pero, aun así, todavía se puede distinguir esas carpas, que invitan al ciudadano a vivir una noche de show.

EL ARTE EN LAS VENAS

Hilio Balderrama, hijo de Frías, quien personifica al payaso Chicharra, menciona que en la actualidad el circo Sudamericano tiene 30 personas, de las cuales 14 son artistas.

“No se trata de colocar cualquier número, la gente de este circo está calificada porque tiene formación circense; por eso se equilibra los actos acrobáticos con los cómicos”, añade.

Este circo también ha servido como una escuela de artistas que ahora trabajan en otras carpas en el país o que salieron al exterior.

“En Bolivia no tenemos universidades, por eso los que nacimos en las carpas nos encargamos de instruir a los nuevos”, explica.

Su personaje es uno de los más populares del show y asegura que los aplausos son lo más importante que siente en la vida y que desearía que eso nunca termine.

“Aquí no soy muy conocido, pero en los países vecinos aprecian mi arte y tengo mi prestigio. Es que no cualquiera puede ser un payaso profesional”, añade orgulloso.

El chileno Francisco Gauthier, de 52 años, que actualmente trabaja como contorsionista, egresó de la Universidad de Chile, de la Facultad de Arte, y radica en Cochabamba hace 20 años, menciona que no cualquiera puede trabajar en un circo, puede improvisarse, pero solo por un tiempo, “hay que tener respeto al arte y principalmente a la pista”.

CIRCOS CHICOS

La realidad de los circos grandes es la misma por la que atraviesan los pequeños dice Marisol Balderrama Lafuente, propietaria y administradora del circo Mayra Luis, que funciona en la avenida Copacabana frente al mercado de la Base Aérea. Hace 25 años está casada con el payaso Manzana, cuyo nombre es José María Rodríguez C.

Hace una década decidieron independizarse y formar su pequeño circo, con el que llegan a varias regiones del país. Ella nació y creció en el circo, y es parte de la tercera generación de una familia circense. Su abuela materna es Tania Frías. Marisol asegura que su madre fue su maestra en el trapecio y le enseñó a ella, como ahora lo hace con sus tres hijos menores, los que forman la cuarta generación de artistas.

Este pequeño circo tiene seis artistas, que sacan adelante una función completa de ocho números, entre malabares y humor. Todos son parte de una misma familia.

Para ellos, este año es especial, después de varios años de ahorro compraron una nueva carpa de dos torres -de 29 por 30 metros- que llegará de Ecuador.

“Queremos que el circo no muera, pero necesitamos la ayuda de los espectadores”, asegura el payaso Manzana.

Qué le parece si todos apoyamos el sueño de estos artistas y acudimos en familia a presenciar una función.

¡Vamos todos al circo!