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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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Balzano y Colombi Viajeros del tiempo

Crónica de vida. Una historia de tango y bandoneón en Cochabamba.<BR>
Balzano y Colombi Viajeros del tiempo



El tango es viejo, y como viejo que es, tiene un un lugar bastante pequeño

en el mundo de hoy. Los inmediatismos de este tiempo creen que se trata de mú- sica y canciones viejas forjadas en el roído Buenos Aires de mediados y finales del siglo XVIII. Sin embargo, el tango más allá de la música y la canción, es “una posibilidad infinita” de estados de ánimo y visiones con las que se encara la vida.

Mucho más allá, el tango es más una filosofía con la que se encara el mundo, que una simple moda musical; el tango es una cosmovisión que proviene del profundo proceso histórico de las vicisitudes negras que en contacto con el mun- do occidental en pleno Río de la Plata han dado como resultado uno de los productos culturales más genuinos de la Argentina y la América Latina en pleno.

Se dice que el tango es una palabra que en varias lenguas africanas significa círculo o lugar cerrado, y que también se utilizaba por los negreros españoles para designar al lugar de los esclavos.

Aparentemente esta forma de lenguaje supo transformarse en un concepto que sirvió para designar al resultado musical y cultural que resultó de la conjugación entre el candombe de los negros desembarcados en Montevideo en su largo camino hacia la América colonial, la milonga de la Provincia de Buenos Aires y el famoso cuplé madrileño.

Este riquísimo conjunto de expresiones y disputas simbólicas que darían como resultado lo que hoy conocemos como tango, fue acunado en los piringundines de la zona de Suárez y Necochea, en el vientre mismo del barrio de La Boca, acaso hoy donde más fuertes laten las pasiones y costumbres bonaerenses.

Y aunque hoy el tango es uno de los productos más genuinos de la argentinidad, populoso y popular, nació con sangre humilde y lenguaje propios, por lo que en el tiempo se convirtió en el portavoz de una cultura acunada en la metafísica de la esperanza y la frustración; en la visión pragmática de la vida y en los sueños que están más allá de la misma muerte; en el ayer y hoy, que poco a poco lo comprende menos.

A nivel personal, el tango es el compañero de las alegrías, las tristezas; los amores y los desamores; sin duda, es el compañero mismo del espíritu mudo que alcanza voz a través de alguna de las gigantescas composiciones de Homero Manzi, Carlos Gardel, Enrique Santos Discépolo, Aníbal Troilo, Astor Piazzola, entre tantos otros maestros.

Originalmente el tango gambeteaba sus sones al compás de flautas, violines, guitarras o pianos, pero a finales del Siglo XIX entra en escena quien hoy por hoy es el dueño absoluto: el bandoneón.

Creado en alemania por Heinrich Band en 1835, el bandoneón fue originalmente pensado para sustituir el órgano clerical que era interpretado por los sacerdotes en las misas que se realizaban en lugares alejados de las ciudades capitales, pero con el tiempo se adaptó al sentimiento del tango y, poco a poco, se fue perfeccionando para tales menesteres.

En la actualidad todavía se utilizan viejos bandoneones rescatados de las cómodas y repisas hogareñas del Gran Buenos Aires, aunque también existen otros nuevos de manufactura argentina, y así como el fotógrafo de cámaras viejas busca hasta encontrar a su compañera de vida, que además de confidente será también su tesoro, el musiquero deberá encontrar a su cómplice de narrar sus historias y dejar parte de su vida en el ronco y arrabalero aire del fuelle de su bandoneón.



LOS TANGOS QUE VAN Y VIAJAN

Se conocieron por casualidad. Uno cantaba a dúo y el otro interpretaba en singular su melancólico bandoneón en la calle Junín de Medellín, en Colombia.

Por azares del destino mismo unieron su música a través del tango y la milonga y es, desde entonces, que acompasan los caminos de su arte y de su vida componiendo un sonido conjunto que emerge de la voz melancólica del arrabal bonaerense y la ronquera de un viejo bandoneón.

“Nos escuchamos, luego nos tomamos un vino y el resto es historia. Salió sin problemas. Esta es nuestra tercera temporada”. Viajeros del tiempo y del continente, Mariano Balzano e Isidro Colombi atraviesan las barreras de la otredad por medio de su música y, a través de ella, se constituyen en un puente entre las historias guardadas de los tangos y la vida misma de quienes se detienen a escucharlos por las calles. “No somos personas de un solo lugar”, sostienen militantemente, y no necesariamente porque no existan apegos a la materialidad, sino porque sienten en sí mismos que la naturaleza del ser humano es nómada y en su sentido más íntimo, el arte -al que aman con toda su alma- es el que mueve al mundo; por lo que, quizá conside-ren que este debe compartirse con la gente que los descubre en cada ciudad en la que se presentan.

Es la naturaleza misma del tango la que cargan en su ser, yendo y viajando, contagiando de melodías e historias sus pasos. Atraviesan el tiempo porque lo que los motiva no es más un ritmo de moda entre las actuales generaciones, y asumen la vida como una milonga que gambetea las necesidades y se alegra con la luz. Son tangueros de verdad porque no solo se expresan a través del arte del canto o la música del bandoneón, sino porque, más allá de todo, viven la experiencia del tango en toda su complejidad; son viajeros del continente, pues por sus melodías conscientes conocen la libertad del mundo que fluye entre sus letras y compases, permitiéndose hacer de la vida una forma de canción.

Para Mariano Balzano, de 26 años

de edad, nacido en Boulogne, Buenos Aires, el tango es la música que está más allá de los vaivenes de la vida, por lo que su viaje es la canción misma que le entrega sentido a todo lo que hace, al mismo tiempo que es también su heredad, que al haberse gestado desde niño

mientras su “viejo” escuchaba mucho tango en casa, hoy tiene para sí todos los sonidos y las letras asociados a sus recuerdos mismos de vida, acaso este motivo también para viajar por el mundo regalando historias entre tangos y milongas.

Por su lado, Isidro Colombi, de 29 años

de edad, nacido en Moreno, Provincia de Buenos Aires, fue discípulo de Omar Torres, que fue quien le hizo ver la música

y el bandoneón de otra manera. Estudia el instrumento desde los 24, pero ya mucho antes escuchaba discos de tango en vinilo que le fueran heredados de su abuela.

Varela, Troilo, Piazzola son solo algunos de los gigantes maestros que laten en el fondo de su corazón tanguero cada vez que interpreta su viejo bandoneón de 1937 que encontrara en Gálvez, cerca de su Rosario querida y que, hoy por hoy, como él mismo dice, se ha convertido en una parte más de su cuerpo y su existencia.