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  • Diario Digital | martes, 23 de abril de 2024
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Lecturas sutiles Hay humor en tu mirada

Lecturas sutiles Hay humor en tu mirada
Puede afirmarse que existe, en ciertos fumadores, una relación entre la mirada y el fumar. Esto puede verificarse en esas imágenes icónicas de la literatura, donde el escritor se fotografía acompañado de tabaco o se desdibuja tras el humo.

No menos cierto es que el fumar se integra a la imagen del que fuma como una vestimenta. Se habla de hábito de fumar. Aquí el hábito se transforma en atuendo. Porque es en la vestimenta donde se apoya la identificación, esa que hace unidad, que hace imagen cerrada del cuerpo.

El escritor André Gide participa de una tradición en la literatura francesa: Esta dicta escribir para ocupar un lugar en la historia literaria. Incluso vive teniendo como punto de vista que su vida será escrita y estudiada por sus biógrafos y lectores.

La descripción que Gide graba en su diario, al tiempo que construye su imagen de escritor,

nos conduce a distinguir entre el gusto por el tabaco y el placer de la mirada.

Es un 18 de febrero. Ha estado leyendo y fantasea. En esas circunstancias anhela la comunión mística con alguna deidad y el abandono del cuerpo. Escribe también acerca de su preferencia por los escenarios. Es un momento sensual, con el armado de una escena afín.

Ya es la noche y, mientras presenta la imagen

de su experimentado atuendo, describe el placer anticipado que lo inunda al encender su pipa. El proceso del fumar conoce un momento especial: Es cuando acerca lentamente la cerilla encendida al tabaco que descansa en su contorneada pipa. Luego, hundido en su sillón, observará las estrellitas doradas del tabaco que arde y las azuladas nubes de humo que escapan.

Importa aquí una aclaración. Si él fuma, según escribe, es para ver esas pequeñas nubes, ascendiendo ligeras y espiraladas, hasta perderse en la noche. El tabaco no le da placer. El gusto está en su mirada.

Mientras tanto reflexiona sobre la belleza y se

rodea de imágenes de ensueño. Su fantaseo

es habitado por cuerpos jóvenes, comparables

a estatuas, imágenes a las que denomina “formas que los griegos adoraban”.

Mientras escribe, hay en Gide un doble ejercicio. Durante la descripción de su hábito, se nos pro-pone como una bella imagen. Pero también se erige como pensador perdido en la sensualidad de sus reflexiones. El fumar participa de esta representación.

El psicoanalista Jacques Lacan se había referido al pegoteo fundamental del hombre con la imagen de su cuerpo. Gide nos enseña acerca de la adoración por esta imagen del cuerpo. Y no menos, por la imagen del hombre que piensa, donde el ensueño del pensamiento queda figurado en el humo que se disipa al fumar.

Lacan también había presentado una variación del dicho “el hábito no hace al monje”, diciendo “el hábito ama al monje”. Allí la mención al amor señala que entre monje y hábito hacen uno, como lo indica el mito del amor. Acaso hacen unidad para capturar la adoración.

Lo que se encuentra debajo del hábito es el cuerpo como resto, distinto de su imagen. Ese resto tiene una función: hace que la ima-

gen se sostenga. Pero

ese resto, el cuerpo,

queda desconocido.

Y poco importa ese

soporte del cuerpo

cuando el privilegio cae en su imagen, en el amor a la imagen que hace unidad.



NOTA: Para cualquier consulta o comentario, contactarse con Claudia Méndez del Carpio, responsable de la columna, al correo electrónico [email protected]

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