El estudio de las emociones es algo que siempre ha sido del interés de muchos investigadores, tal es el caso del reconocido Charles Darwin, quien en 1873 publicó un libro denominado “La expresión de las emociones” donde sistematiza las emociones básicas, como son la alegría, tristeza, ira, sorpresa, el asco y miedo, las cuales tienen una función adaptativa y se caracterizan por ser innatas; es decir que, están determinadas genéticamente. 

Contamos hoy en día también con los aportes de Daniel Goleman, Paul Ekman, entre otros, quienes han desarrollado importantes investigaciones en el ámbito de las emociones.

Desde lo anteriormente expresado, el tema de las emociones no es algo que solo debiera interesar a los científicos, sino a cualquier persona, puesto que es gracias a estas podemos darle sentido y afrontar muchas situacio- nes de nuestra vida cotidiana, como también no hacerlo.

Así, en esta ocasión, pretendo escribir sobre una emoción de la cual se habla muy poco: La vergüenza. Si hablamos de clasificaciones y características, podríamos enunciar que esta es una emoción secundaria, es decir que, a diferencia de las primarias, su aparición tiene que ver con el carácter grupal y social de las personas, donde se evidencia una reacción ante un público que le presta atención a un sujeto, evaluándolo constantemente con todas las implicancias que se relacionan con la formación de su identidad.

En ocasiones se confunde la emoción de la vergüenza con la culpa y timidez, que también tienen un carácter social. De alguna manera, es más fácil lidiar con la culpa, ya que tiene que ver con algo que sentimos que está mal o con algo que hicimos mal, y luego podemos repararlo, podemos pedir disculpas, por ejemplo.

Al sentir culpa, la persona se da cuenta que existe un daño hecho a otra, es esto lo que causa malestar emocional. Por su parte, podríamos caracterizar a la timidez como una expresión o exteriorización de la vergüenza, donde se observan conductas muy claras de evitación, ya que la persona generalmente tiende a aislarse.

En este sentido, como menciona la psicóloga Patricia Faur (2014) la vergüenza es mucho más compleja, pues tiene que ver con lo que “soy”, no con lo que “hice”: con aquello que quiero ocultar, con el fracaso de las expectativas que tengo sobre mí o supongo que tienen otras personas, con la imagen falsa que a veces muestro a los demás para que no se den cuenta de lo que realmente soy, y tiene que ver con la no aceptación de mi ser o más bien con el desprecio que puedo sentir hacia mí mismo.

Así, son muchos los aspectos de nuestras vidas que nos hacen experimentar esta emoción, aspectos incluso en los que no tuvimos elección: el lugar donde nacimos, el origen humilde de nuestra familia, el no haber crecido en una familia, el haber tenido padres con problemas de alcoholismo, el tener alguna limitación o discapacidad, entre otros. Todo ello hace que se conformen esquemas mentales donde se validan determinadas creencias como ser: “No eres suficiente”, “harás el ridículo”, “Se van a reír de ti”, y así desarrollamos ciertas distorsiones cognitivas, que no nos permiten ver la realidad o más bien, lidiar con ella. Para lidiar con la realidad, muchas personas utilizan estrategias de compensación, es decir, tratan de compensar esas faltas o fracasos de lo que “No son” con logros o éxitos que se muestran a los demás, sin embargo por dentro puede haber un sufrimiento que no para.

Es importante, al igual que hablamos de nuestro enojo, tristeza o alegría, que hablemos de aquello que nos avergüenza, pues el aceptar nuestra vulnerabilidad o aceptar que a veces también se fracasa y que no somos perfectos, es el primer paso para un crecimiento emocional y personal, es madurar, esto nos permite ser auténticos, nos permite mostrarnos ante los demás sin caretas, y esto por supuesto nos libera.