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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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Valentín Rocha F. Un testigo de las dictaduras

Historia// Con violencia y terror, los gobiernos dictatoriales callaron cientos de voces bolivianas. Algunas quedaron silenciadas, otras siguen clamando para que jamás olvidemos esa triste parte de nuestro pasado.<BR>
Valentín Rocha F. Un testigo de las dictaduras



Valentín Rocha Fuentes nació el 29 de octubre de 1947, en Itapaya (Capinota). Es el cuarto hijo de Eusebio Rocha y Nicolasa Fuentes, fue criado para ser un miembro útil en su comunidad.

Para Valentín, servir no sería suficiente, él aspiraría a transformar.



LA RESISTENCIA LLAMA

Si bien Rocha “escuchó” el llamado de la resistencia desde la adolescencia, su trayectoria de lucha abierta logró notoriedad recién cuando se formaba para ser maestro, en la Normal de Vacas. Según él, fue su adquirida “fama de revolucionario” la que determinó que, después de graduarse, fuera destinado a trabajar en Chimoré, en 1970.

Lejos de su hogar y amigos, pudo contrastar las realidades del Valle Andino y el Trópico cochabambino.

Aunque presentaban paisajes radicalmente distintos, los patrones de explotación y pobreza se repetían; el clima no era la causa de la desigualdad

en estas regiones, sino la ambición

y egoísmo de unos cuantos.

Fue ahí que Valentín conoció a otros maestros con las mismas dudas y preguntas, por lo que continuó su actividad de protesta. Identificado como “problemático”, fue presionado hasta que se trasladó a Incachaca.

Y entonces llegó el golpe de Estado de 1971. Con las fuerzas militares en el poder y Hugo Banzer Suárez en la presidencia, Rocha y sus compañeros observaban cómo los horrores de la dictadura se expandían por el territorio. “Vino la matanza indiscriminada y los abusos”, recuerda.

Ante este panorama, como parte de una organización de resistencia, rápidamente atrajo la indeseable atención de las autoridades castrenses.

“El 16 de marzo de 1972 me apresan en mi lugar de trabajo. Una tarde me sorprendí al ver que me esperaban, a la salida de la escuela, un grupo de paramilitares”, cuenta. ¿El motivo de su arresto? Creían que planificaba ataques al régimen.

“Me preguntaban dónde estaban las armas, el dinero, me interrogaban por personas que no conocía”, relata, añadiendo que fue golpeado y torturado por varios días, al punto de tener que ser llevado a una clínica de Cercado. “Era cerca a la plaza Sucre. Ahí me hicieron recuperar, las mismas enfermeras suplicaban que ya no me maltraten”. Con la columna lesionada y sin poder caminar fue dado de alta y pasó unos días en una de las llamadas “casas de seguridad” del movimiento ciudadano (donde escondían a los perseguidos) pero, finalmente fue recaptura- do. “El 22 de marzo nos sacan de la casa de seguridad, para llevarnos al Departamento de Orden Político (DOP), aquí por la plaza”.

“Psicológicamente estaba preparado, sabía que era posible que me apresen y torturen, pero en un momento sentí que perdía el valor”, confiesa Rocha y recuerda a sus abuelos, a quienes señala como su primera fuente de ideología cívica. “Ellos me contaban sobre Pablo Zárate Villca y sus ideas emancipadoras”.

Así, los recuerdos mantenían su for- taleza durante el cautiverio; los de su formación y los de rol de educador. “Como maestro rural veía todo el dolor de esa gente, tenía niños en Chimoré, estudiantes que venían a la escuela a dormir, débiles, desnutridos… esa realidad me llevó a empuñar las armas”, explica.

Esas armas fueron los principios del Ejército de Liberación Nacional (ELN), a cuya militancia se incorporó desde sus primeros años en el magisterio.

EN EL CONFINAMIENTO

Casi dos meses después, todavía apresado, Rocha y otros seis cautivos fueron trasladados a La Paz. Después de un breve tiempo en el DOP de esa ciudad, Valentín fue apartado del grupo para ser reubicado “con rumbo desconocido”. “Era de día, y me ubiqué, veía que íbamos por El Alto, logré distinguir la fábrica de cemento en Viacha, por el humo que salía de una de esas grandes chimeneas”.

El destino era la entonces precaria cárcel de Chonchocoro. “Esa vez

parecía una casa, una hacienda

de dos pisos, de adobes gruesos, con un patio grande. Luego llegó un grupo de Oruro, y así empezamos nuestro tiempo en Chonchocoro”, narra, sobre ese grupo de presos políticos que inau- guró las celdas del ahora famoso centro de reclusión.

Rocha indica que si bien las torturas disminuyeron, no cesaron, por lo que, tras su primer año, fue internado en el Hospital Militar y varios otros centros de salud. Así que llegó a las manos de un médico paisano suyo. “Me dijo que tenía riñones desprendidos por los golpes y me internaron en la Clínica Policial”.

Aunque se recuperó, Rocha aún siente molestias en la columna, dolencias en la cabeza y dificultad para caminar.

¿Qué pensaban sus seres queridos al verlo padecer así? “Naturalmente, la madre siempre sufre, pero ellos sabían que era mi forma de pensar, y me apoyaban, lo hacen aún”, cuenta.

EFÍMERA LIBERTAD Y EXILIO

Después de cumplir casi cinco años de reclusión, Valentín recibió un extraño golpe, esta vez no de los puños de uniformados, sino del azar.

“En una de las listas de amnistiados, por error, salió mi nombre”, cuenta. Pese a que una autoridad se dio cuenta de la equivocación, el proceso de su libertad no fue detenido, pero sí condicionado. “Ordenaron que me traslade a Cochabamba, y que vaya a firmar todos los días, así cojeando, ni siquiera tenía casa, para ese entonces había perdido todo”.

No todo, quedaba la valentía de un grupo de aguerridas amas de casa. A la cabeza de Domitila Barrios de Chungara y el sacerdote Luis Espinal, una huelga desencadenó la convulsión que terminó con el régimen dictatorial.

Doblado el brazo militar, la democracia inició su regreso. “Ahí pedí mi reincorporación al magisterio, el ’77”, apunta Rocha, quien volvió a trabajar, pero sospechando que sus colegas lo traicionaban. “Cuando estaba por el lado de Santiváñez llegaron unos uniformados para apresarme, gracias a las mujeres de la comunidad tuve tiempo para escaparme”, relata Valentín. Decepcionado, abandonó el magisterio.

Para el negro periodo del Gobierno de Luis García Meza, Rocha vivía en el anonimato, usando otra identidad, lo que lo ayudó a conseguir el exilio en Suecia, en 1981, donde permaneció hasta que Hernán Siles Zuazo llegó a la presidencia de Bolivia.

“Era un hombre de agallas”, recuerda del expresidente, con quien hizo amistad en La Paz. De regreso, trabajó para su Gobierno, pero no por mucho tiempo. Aunque lo apoyó, Siles tenía de sobra con el penoso contexto social, económico y político del país, por lo que Rocha prefirió alejarse de la gestión pública y concentrarse en un proyecto propio, al que actualmente dedica todo su tiempo: el Mo- vimiento de Emancipación Integra- cionista Tawantinsuyo (MEIT), que fundó en 1998.