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  • Diario Digital | viernes, 29 de marzo de 2024
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SERVICIO CRISTIANO. “EL SEMINARIO DEBERÍA SER LA NIÑA DE LOS OJOS DE LA DIÓCESIS”, LE DIJERON ALGUNA VEZ A MONSEÑOR TITO SOLARI, UNA DE LAS AUTORIDADES ECLESIÁSTICAS QUE MÁS ESFUERZOS DEDICÓ PA

La orden que forma sacerdotes desde hace tres siglos. San Luis: 300 años de juventud

La orden que forma sacerdotes desde hace tres siglos. San Luis: 300 años de juventud

Mientras nos guía por los pasillos del Seminario San Luis, el sacerdote diocesano Fernando Carrillo me recuerda a cada primo “buena onda” que conocí en la vida. Como él, los corredores y salas de esta institución transmiten la serenidad que los jóvenes seminaristas deben necesitar antes de la crucial decisión que están cerca de tomar: dedicar su vida al sacerdocio.

Desde el 2008 (con algunos intervalos) Carrillo apoyó la labor de formación en esta institución. Como el propio San Luis Gonzaga, él y la mayoría de los sacerdotes sintieron el llamado de la iglesia a una edad en la que se les imponían varias expectativas –estudiar una profesión, enamorar con alguien (para formar una familia en el futuro) e involucrarse activamente en la mecánica de la sociedad moderna. Como el propio San Luis, él y muchos otros no vieron la felicidad en los rostros de sus padres cuando comunicaron su decisión de renunciar a todo ese paquete de “vida común urbana” por ingresar al seminario y entregarse al servicio religioso.

Afortunadamente, a diferencia de San Luis, la mayoría de ellos no murió a los 23 años azotados por la peste, sino que continuaron en la senda del sacerdocio.

Colegio San Luis Gonzaga

De acuerdo a la reseña histórica elaborada por el padre Enrique Jiménez, tras el descubrimiento de América, la Iglesia católica envió sacerdotes misioneros de España ya formados y licenciados, así que no fue hasta la instauración del Seminario Conciliar en La Plata que se comenzó a preparar nuevos sacerdotes en el “nuevo mundo”.

Por su parte, en el informe “Colegio San Luis de Cochabamba” (2016), el sacerdote jesuita Antonio Menacho, señala otro hito más cercano: la llegada de los jesuitas al valle cochabambino, en 1586. Fue la presencia de los misioneros de esta orden la que llevó a autoridades y pobladores de Villa de Oropeza a solicitar, mediante varias cartas a la Real Audiencia de Charcas, la fundación de un colegio (Chuquisaca, La Paz y Potosí ya tenían los suyos). Si bien el Arzobispado de La Plata sí autorizó la instalación de una residencia para el descanso de los misioneros, el colegio tuvo que esperar más de cien años.

El momento decisivo llegó a inicios del siglo XVIII, cuando Juan Morcillo Rubio de Aunón, sobrino del Arzobispo de La Plata, envió un memorial al rey explicando la necesidad del colegio y su potencial como seminario. Finalmente, la petición fue derivada al Consejo de Indias, el cual dejó al rey la decisión final. Fue así que el 14 de diciembre de 1716, tras casi 142 años desde la llegada del primer jesuita, se firmó la Real Cédula que autorizaba la fundación del Colegio San Luis Gonzaga, de Cochabamba.

50 AÑOS, PAUSE, RE-INICIO

Ya instituido, el colegio comenzó sus funciones educativas en los predios del actual Arzobispado de Cochabamba, pero tras apenas 50 años, fue abruptamente cerrado. “El 30 de agosto de 1767 a las 4 de la madrugada el colegio fue tomado por el Gobernador y su séquito, y a continuación el escribano Lucas Santa Cruz leyó delante de toda la comunidad reunida el Real Decreto de la expulsión de la Compañía de Jesús del Reino y sus dominios” (Ídem).

El triste relato de Menacho concluye, para este periodo, en el subsecuente uso del colegio como cuartel, la profanación del templo (actual Compañía de Jesús) y la desaparición de retablos, cuadros e imágenes durante el tiempo de su clausura, hasta 1828 –pocos años después del restablecimiento de la orden de los Jesuitas (1814) a nivel mundial– año en el que el colegio fue reabierto y “constituido en sede de la parroquia que llevó el nombre de La Compañía de Jesús”. De esta manera, se retomaron las funciones de “seminario menor”, asumiendo la educación de jóvenes con interés en el clero. Como explica el padre Carrillo, “el propósito del colegio era acompañar a los jóvenes (…) en su formación del bachillerato, a la par de formar a los futuros sacerdotes”.

Las siguientes décadas se caracterizaron por los vaivenes administrativos relacionados con la Arquidiócesis de Cochabamba (fundada en 1847). San Luis permaneció en la sede de la avenida Heroínas hasta 1996, cuando se le asignó un espacio propio, mismo que ocupa hasta hoy, en la calle Eufronio Viscarra (esquina Teodomiro Beltrán).

En la biografía de monseñor Tito Solari, escrita por Ariel Beramendi –“Tito Solari. La fuerza de la humildad: Historia de un Pastor”–, el sacerdote salesiano recuerda que para finales de los 90, cuando iniciaba su episcopado, el seminario San Luis (el “Seminario Arquidiocesano de Cochabamba”) tenía al padre Víctor Benavente como rector (labor que cumplió desde 1998 hasta 2004).

La memoria de Solari continúa, resaltando el aporte de otros sacerdotes a esta institución –Alan Gueijman, Jorge Cerda Molina y René Fernández – deteniéndose en el periodo 2005-2007, cuando “el seminario fue una institución de puertas cerradas, y el número de seminaristas bajó drásticamente”.

Preocupado, Solari pidió al padre José Ferrari, rector del Seminario Nacional San José que le recomendara seminaristas para fortalecer a San Luis. Ferrari señaló a Fernando Carrillo y a Fernando Bustos (especializados en Bogotá, en la formación de futuros sacerdotes). Así, ambos se integraron al equipo de San Luis, de 2008 a 2012, con Milton Claure como rector.

Luego vino la gestión del padre Crispín Borda, acompañado por Eugenio Coter (quien poco después tuvo que ser reemplazado por Sergio Gamberoni) e Israel Rodríguez.

Tras la repentina muerte de Borda, en octubre de 2015, el equipo fue reconfigurado. Hoy, está conformado por Sergio Gamberoni como rector, Fernando Bustos como director espiritual y Fernando Carrillo como formador.

LOS SEMINARISTAS DE AYER Y HOY

“¿Por qué eligió el seminario padre?” Para explicarlo, Carrillo debe hablar de su año de servicio militar y otro más de voluntariado en alejadas regiones de los Sud Yungas (La Paz). “El servicio ahí es muy fuerte. Ves que la vida no es solo lo que veías en tu pueblo o tu ciudad, ves otras realidades y entras en contacto con la gente que las vive. Hay muchas carencias, de tipo educativo, de infraestructura y otros. Entonces se apodera de ti una vocación muy fuerte de servicio, de que tu vida no puede ser para ti nomás”, interpreta Carrillo, sobre esas impresiones de sus 18 años.

Pese a que estuvo ligado a su parroquia desde niño, la familia de Fernando no esperaba que él quisiera ingresar al seminario. “Lo tomaban como un capricho”, opina, añadiendo que al final aceptaron su camino.

¿Tuvo momentos de crisis? “Sí”, contesta. Fueron tres, de hecho, en los que estuvo “decidido a dejar” el seminario. “Pero no porque no veía en el sacerdocio algo que tenía sentido para mí, sino que cuestionaba si yo podría ser útil desde otra opción, con una profesión o una familia”, explica.

Actualmente, el Seminario San Luis prepara a 18 seminaristas, una cifra mucho menor al promedio de años anteriores (Solari habla de 50 al final de la pasada década). ¿A qué obedece la reducción de la vocación sacerdotal en nuestro medio? Son varios factores, pero a decir de Carrillo los rasgos propios de la generación millenial juegan un rol importante. “Hoy en día, nadie quiere sufrir”, resume agudamente, sobre este fenómeno social postmoderno que también afecta a los seminaristas, cada vez más reticentes al sacrificio, antes tan aspiracional. “Pero a la vez”, añade rápidamente, “tienen el don de sensibilizarse frente a situaciones concretas, son capaces de movilizarse, gracias a las nuevas tecnologías, para lograr el cambio, es solo que carecen de compromisos duraderos”, apunta.

Igualmente, observa una mayor preocupación por temas ambientales y de derechos de los animales, no siempre equiparable a la inquietud por la gente. “Pienso que en el fondo está un miedo de implicarse afectivamente con otras personas. Las experiencias que viven, de frustración, o desamor –de que ‘yo hice algo por otro’ y ese otro hizo cosas malas– hace que se vivan más proyecciones”, continúa, en esta lectura tan acertada de la juventud de hoy, decepcionada por los héroes del pasado.

“Las generaciones de hoy necesitan ver razones, más que información, quieren motivación”, interpreta el sacerdote. Tiene razón, “hazlo porque es bueno” ya no puede ser suficiente para los nuevos seminaristas, deben entender por qué es bueno y cómo ello se traducirá en verdadera transformación hacia algo mejor, y cómo los hará mejores a ellos también.

Insiste en que esto no significa que una generación sea mejor que otra, sino que presenta retos diferentes. Hoy no se ven los tímidos y obedientes seminaristas de antes, sino jóvenes críticos y directos, que buscan diálogos horizontales. ¿Cómo aborda Carrillo este desafiante contexto? Siguiendo la tradición reflexiva del sacerdocio, él se vuelca a la oración, un ejercicio que también deben hacer los seminaristas.