Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 18 de abril de 2024
  • Actualizado 23:43

PAULINA PORIZKOVA/// EN UN ENSAYO PUBLICADO EN THE NEW YORK TIMES SUNDAY REVIEW, LA EXMODELO BRINDA REFLEXIONES INTERESANTES DESDE DOS POSICIONES SOCIALMENTE COMPLEJAS: COMO MUJER Y COMO INMIGRANTE.

“América me convirtió en feminista”

“América me convirtió en feminista”



Solía pensar que la palabra “feminista” apestaba a inseguridad. Una mujer que necesitaba declarar que era igual a un hombre era lo mismo que si se parara en la calle a gritar que era inteligente o valiente. Si lo eras, no necesitabas decirlo. Pensaba esto porque en ese entonces era una mujer sueca.

Yo tenía nueve años cuando entré por primera vez en una escuela sueca. Recién llegada de Checoslovaquia, fui intimidada por un muchacho por ser una inmigrante. Mi única amiga, una pequeña niña, le dio un puñetazo en la cara. Me quedé impresionada. En mi país anterior, una chica intimidada se quejaba o lloraba. Miré a mi alrededor para ver lo que mis nuevos compañeros pensaron de la hazaña de mi amiga, pero nadie parecía haberla notado. No tardé en comprender que en Suecia, mi poder era igual al de un muchacho.

En Checoslovaquia, las mujeres llegaban a casa luego de un largo día de trabajo a cocinar,limpiar y servir a sus maridos. A cambio, esas mujeres eran objeto de persuasión, ignoradas y abusadas ocasionalmente, como (...) vacas lecheras que podían enloquecer si no sabías exactamente cómo manejarlas. (...) No fue sino hasta los 18 años cuando llegué a Estados Unidos y me enamoré de un americano que realmente reacomodé mis nociones culturales. En América el sexo era algo secreto. Si mencionaba la palabra masturbación, los oídos se ponían rojos. ¿Orgasmos? Los hombres hacían comentarios de mal humor, mientras las mujeres se quedaban en silencio.

En América, el cuerpo de una mujer parecía pertenecerle a todo el mundo menos a ella. Su sexualidad le pertenecía a su esposo, su opinión de ella misma a sus círculos sociales y su útero al gobierno. (...) a la mujer americana se le dice que puede hacer cualquier cosa y luego la tumban en el momento en que lo prueba. En el proceso de adaptación a mi nuevo país, mi poder de mujer sueca comenzó a marchitarse. Me uní a las mujeres alrededor mío, que luchaban tratando de hacerlo todo y fallando miserablemente. Ahora no tengo otra opción que sacar la palabra ‘feminista’ del polvoriento baúl donde la tenía guardada y pulirla un poco.