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Mirtha Cadima Una bióloga enamorada de la vida

Mirtha Cadima Una bióloga enamorada de la vida


“He sido bendecida, porque nací en el hogar de dos personas magníficas”, afirma Mirtha Cadima Fuentes, sobre su llegada a las vidas de Maritza y Abraham, sus padres. Un 24 de abril de 1955. En un ambiente alegre, Mirtha creció apegada a sus progenitores y tres hermanos –Consuelo, Álvaro y Ximena–, enamorada de la música folclórica nacional y de la naturaleza a su alrededor.

La escuela Cobija fue su “primer según- do hogar”, y después el liceo Adela Zamudio, cuyo plantel docente –sobre todo de la generación 1970-1972– dejó una marca indeleble en el carácter de Cadima. “Mis maestras fueron todas mujeres dignas, luchadoras, sencillas, muy seguras de sí mismas; de manera que toda mi promoción, todas somos profesionales”, cuenta.

NO SE GANA SI NO SE ARRIESGA

Con la secundaria concluida exitosamente, Cadima sabía que el siguiente reto sería la universidad. Lo que tenía claro era el campo en el que se formaría. “Yo quería Agronomía”, cuenta sobre esa primera opción, que no resultó del agrado total de su padre.

“Mi papá decía: No [Agronomía] es dura para las mujeres”, relata Cadima, pronta para añadir que fue justamente su padre quien le mostró el mejor camino. “Recuerdo claramente el día en que abrió un periódico y me dijo: “Esto es para ti, tú me has dicho que no quieres Medicina porque quieres ser libre. Esta carrera es para ti”, rememora con nostalgia.

La profesión en cuestión era en realidad un programa llamado Biología, que apenas daba sus primeros pasos en la Universidad Mayor de San Simón. “¿Te arriesgas?”, le preguntó su progenitor, y no podía elegir mejor verbo, ya que no existía certeza de que en un futuro ese programa se convertiría, de hecho, en una carrera oficial.

Ante la incertidumbre, Mirtha miró hacia sus orígenes, hacia los recuerdos de su padre Abraham, entregado a su jardín, enseñándole a ella y a sus hermanos la belleza de cada flor y cada hoja, agradeciendo a Dios por las maravillas de la naturaleza.

“¡Cómo no ser romántica, cómo no amar la Biología!”, exclama con emoción. Confiada en su decisión, Mirtha se inscribió y comenzó la experiencia universitaria, pero de una manera muy peculiar en comparación al resto.

“Sabía que tenía dos compañeros más, un varón y una mujer, pero no sabía quiénes eran”, relata Cadima, sonriendo ante lo gracioso de esa situación. En ese entonces Biología aún no contaba con docentes exclusivos o aulas propias, de modo que sus tres estudiantes –sí, tres– debían pasar clases en otras facultades.

Rodeada de futuros médicos y agrónomos, Cadima buscó a sus compañeros, hasta que pudo identificarlos.

“Fue maravilloso el día que nos encontramos”, recuerda, sobre la reunión con Hortencia Rojas y Erasmo Ovando, los otros dos biólogos en formación. “Y éramos los tres, los tres mosqueteros”, relata, con su picardía juvenil.

Aplicada y responsable (herencia de su época de colegiala), cada día Mirtha reafirmaba su vocación de bióloga, a pesar de los desafíos de la currícula. “Tratamos de adecuarnos, como biólogos nos hemos ido forjando haciendo prácticas”, explica Cadima, agregando que fue la pasión de docentes como Ana María Kruger, Mario Rodríguez y Ricardo Salaues, que los motivó a seguir adelante.



PASANDO LA BATUTA

“Me gusta enterarme, y me gusta compartir lo que sé, creo que eso ha sido desde niña. En colegio siempre exponía, y luego, en la universidad, se reforzó mi pasión por la enseñanza”, así explica Cadima su amor por la docencia, que floreció durante el crítico año 1980.

“Nació mi hijito y... mi esposo en ese entonces, con el golpe de García Mesa, fue retirado”, cuenta, respecto al cierre de las universidades a raíz de la dictadura. El joven matrimonio, con una criatura de meses, estaba urgido de al menos una fuente de empleo (Mirtha había dejado su trabajo en una curtiembre por el riesgo tóxico, extensible a su bebé a través de la lactancia). Delgada y demacrada, caminaba por la calle cuando la suerte le tocó el hombro.

“Me encontré con un compañero de Agronomía y me dijo ‘Mirtha, hermana, ¿por qué estás así?’”. Enterado de la situación, le ofreció una oportunidad, dar clases en la Escuela Forestal. “Fue una bendición, ahí sí sentí una gratitud profunda por los verdaderos compañeros”, rememora.

Una vez reestablecida la normalidad en la UMSS, Cadima fue invitada a ser catedrática en su facultad, dando inicio a su carrera como docente

–la titularización se dio poco después–, labor que le ha dado grandes orgullos y satisfacciones, pero que también le exigió esfuerzos y sacrificios, sobre todo de tiempo con su familia; análisis que hizo tras recibir una grave noticia.

El año 2003, mientras desarrollaba su tercera gestión de directora de la carrera de Biología, Mirtha fue diagnosticada con cáncer de mama. Tras pasar por una mastectomía radical, radio y quimioterapia, salió victoriosa, gracias a una inquebrantable confianza en Dios, a quien prometió que, de superar la prueba, cambiaría la organización de su vida”.

“Y eso es lo que he hecho, estoy viva, me he jubilado faltándome edad, y me he ocupado de estar con mis hijos, de hacer lo que no había hecho cuando eran niños”, reflexiona Cadima, tan feliz de esta decisión como de todas las que ha hecho a lo largo de su vida... ¡Cómo no! La vida es lo que la ha apasionado siempre.