Opinión Bolivia

  • Diario Digital | viernes, 29 de marzo de 2024
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TRAYECTORIA. LA DANZA ES PARTE DE SU VIDA DESDE TIERNA EDAD. COMPARTIÓ ESCENARIO CON SOBRESALIENTES ARTISTAS; SUPO PERSISTIR EN AQUELLO QUE LE APASIONA Y ACTUALMENTE CONTINÚA TRANSMITIENDO ESE ARTE QUE, PARA ELLA, NO TIENE LÍMITES

Martha Estívariz Apasionada del flamenco

Martha Estívariz Apasionada del flamenco



AMOR POR EL BAILE

La música flamenca tiene algunas particularidades, el movimiento de las manos, el sonido de los tacones que acompaña el bamboleo de la guitarra y que siguen a aquella voz que estremece y canta: “Y ese toro enamorado de la luna, que abandona por la noche la manada ...”, esa conocida rumba flamenca es solo una de las muchas que la reconocida bailarina Martha Estívariz Torrico danzó con tanta energía en varios escenarios.

Etapas de su formación artística

De padre orureño y madre cochabambina –Arturo Estívariz y Leonor Torrico– . Martha era la hija menor de cuatro hermanos: Edmundo, Elsa y Olga.

Aunque nació en Oruro, el 14 de mayo de 1945, creció en Cochabamba desde su primer año de vida.

Desde el inicio, el arte formó parte del seno familiar, puesto que la inclinación por la música contagió a todos, empezando por su padre y pasando por todos sus hijos. “Mi papá era auditor, pero le fascinaba la música. Él tocaba en la Estudiantina Municipal y tenía un oído increíble, también mi hermano cantaba junto a una de mis hermanas, una belleza”, rememora la artista.

Una mañana, cuando Martha tenía ocho años comenzó a desarrollar su apego por la danza.

Con la fantasía propia de su edad, ella transformaba la sala de su hogar en un improvisado escenario, tomando las cortinas de su living y convirtiéndolos en elegantes telones, y ordenando las sillas a la manera de las butacas de un afamado teatro. Estívariz recreaba así el escenario frente al cual toda la familia debía sentarse a observar la presentación.

Igualmente, convencía a sus hermanas para que se convirtieran en sus cómplices. “Nos poníamos faldas, tacos y los pañuelos; así salíamos a la calle, como si fuéramos gitanitas y los vecinos del barrio nos acompañaba en la travesura”, recuerda.

Poco después, comenzó a tomar clases con el profesor Luis Montes, que se extendieron durante cinco años. Sin embargo, su formación se detuvo debido al repentino viaje del maestro.

Pero aunque ya no era una estudiante oficialmente, tenía la experiencia suficiente para guiar a otros. Fue así que la reconocida bailarina paceña Carmen Bravo le solicitó su ayuda para organizar un curso de danza, que Estívariz supo llevar con bastante éxito.

Esta vivencia le permitió avizorar un futuro como maestra, al punto que apenas cumplidos los 21 años, decidió comenzar una nueva etapa y se animó a abrir la “Academia de España”, en los años 70’s, con Lola D’avis y Hortensia Salamanca como sus socias.

Con el tiempo, por diferentes motivos, la asociación se cortó y Estívariz se quedó a cargo de la escuela.

Aunque no puede afirmarlo con seguridad, Estívariz considera que la forma en la que las canciones del género flamenco reflejaban su personalidad vibrante, fuera la causa de que ella se haya encariñado tanto con este estilo de música.

“Cuando escucho el ritmo español, sin preferencia alguna, me hace vibrar el alma”, dice. “En esa época, para mí, Lola Flores era lo máximo”, finaliza la maestra y bailarina.

Bailar flamenco le ha brindado muchas alegrías, asegura Martha, quien tuvo la posibilidad de interpretar “Carmen” de George Bizet, junto al bailarín argentino Claudio Vergara, obra con la cual pudieron recorrer exitosamente toda Bolivia. Tiempo después montaron la obra “Antología de la Zarzuela”.

De igual manera, atesora los casi 20 años que bailó acompañada de una orquesta. “Interpretábamos los bailes folclóricos de España y la orquesta estaba dirigida por Lucho Araníbar, que vivía en la Paz y era increíble para interpretar ese ritmo”, afirma.

La picardía de la rumba

“Soy rumbera, me gusta bailar el flamenco, me hace entrar en trance”, afirma la bailarina, con una sonrisa, al parecer invadida por recuerdos.

Aún recuerda que la primera canción que bailó en escenario junto a Claudio, su pareja de baile, fue la “Luna y el toro”, acompañados de las voces de los hermanos Gamarra y Vicente Valenzuela.

Como un abanico de colores, así describe Martha las memorias de sus diversas presentaciones, mientras observa las fotografías que guarda desde el primer debut, que reflejan ese enérgico amor por la danza, la postura y bravura de los movimientos que son propios del flamenco, mismos que supo transmitir bien.

Posiblemente esas fueron las características que vieron algunos autores, y que los llevaron a incluir su nombre en algunos libros que reconocen su trabajo; como el “Diccionario Biográfico de Personajes Bolivianos del sigo XX”, “201 años, 201 palabras” y “Crónica histórica del Teatro Achá”, entre otros.

Como un paso doble

Para la bailarina, el recorrido que tuvo durante su vida se asemeja a un “paso doble”, que se caracteriza por el porte erguido, el paso firme y preciso. Con la cabeza en alto, pero sin exagerar, y con la libertad en la sincronización de su movimiento, supo equilibrar su vida.

La formación de Martha no se limitó a la danza. En la medida que ella continuaba aprendiendo más de la danza española también llegó a estudiar Secretariado en la Escuela de Canadienses, una institución dirigida por monjas. Pero además, le fascinaban los números, por ello llegó a trabajar como administradora en un colegio “que pertenecía a un familiar, ya por la tarde me iba a enseñar danza”, recuerda.

El apoyo de su familia fue crucial, relata, ya que sus papás siempre guiaron y apoyaron las decisiones que tomó.

Ya una vez casada, con Carlos Zambrana, llegó a ser madre de tres hijos, Carlos, Carla y Anacarola. “Me casé con un hombre maravilloso, que me supo entender, no me puso un límite y siempre estuvo apoyándome”, afirma sobre esta etapa.

Sin embargo, ella menciona que fue todo un reto equilibrar su trabajo, pero el esfuerzo valió la pena, ya que actualmente ella ama pasar tiempo con sus nietos.