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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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Lecturas sutiles Lo que un accidente puede decir

Lecturas sutiles Lo que un accidente puede decir
La manera en que explicamos la ocurrencia de un accidente está muy arraigada en nuestra cultura y forma de entender la realidad: se lo concibe como un hecho fortuito, resultado de confluencias casuales y coincidentes. Sobre todo en caso de que este hubiera sido causado por otra persona, se considera a ese otro como único culpable-responsable; si fuera provocado por factores naturales -por ejemplo un derrumbe- será, de igual modo, algo que viene de afuera y quien lo sufre, la víctima de circunstancias externas.

Esa es parte de la visión dual de la realidad que tenemos, donde todo está dividido y separado: bueno-malo, adentro-afuera, yo-los otros.

Hay, sin embargo, posibilidades diferentes de comprensión de un accidente, podríamos decir, más integradoras, y a las que valdría la pena prestar atención pero que, eso sí, cuestionan profundamente esa percepción dual mencionada arriba.

Entendiendo que todo lo que ocurre en la vida de cada quien tiene un sentido y es una lección, se puede llegar a comprender que no hay nada casual, ni cuestión de buena o mala suerte. Llega lo que tiene que llegar, en el momento preciso y con un mensaje que espera ser escuchado.

Desde esta mirada, el accidente no es más que la expresión manifiesta de la vida misma, que busca mostrarse para ser valorada en toda su extensión.

Ya Freud en “Psicopatología de la vida cotidiana”, menciona a los accidentes como resultado de algún propósito inconsciente de autocastigo. Otras investigaciones demuestran estadísticamente que hay individuos cuya propensión particular para accidentarse, responde a una personalidad que resuelve sus conflictos mediante el accidente.

En “La enfermedad como camino”, Dethlefsen y Dahlke ven que el accidente, al igual que la enfermedad, tiene un sentido más profundo del que a simple vista podemos atribuirle y, ambos, se dan cuando hay necesidad de escuchar, ver y aprender una lección. Esto porque “la ley de la resonancia determina que nosotros nunca podamos entrar en contacto con algo con lo que no tengamos nada que ver”. Es decir que absolutamente todo, incluido un accidente provocado por otro, es algo en lo que tenemos una responsabilidad propia.

Un accidente automovilístico se puede entender como un aprendizaje forzoso cuyo lenguaje, de acuerdo al relato de lo ocurrido, revelará lo que está detrás: ir demasiado de prisa, no haber visto a los otros, querer adelantar para no quedar rezagado, estar distraído, dormirse, ser sacado del camino, invadir, ser invadido, enceguecerse, atropellar, ser atropellado; expresiones todas ellas que muestran en realidad una experiencia de vida personal. En accidentes que ocurren en la casa o en el trabajo, una quemadura que daña la piel (la frontera con el mundo de afuera), expresa la necesidad de poner límites; una fractura que inmoviliza temporalmente se traduce en la pausa necesaria para emprender un nuevo rumbo, o la necesidad de romper con algo, posiblemente por una extrema rigidez.

Y aunque no es fácil, un accidente es una experiencia que pese a ser dolorosa, finalmente puede ser agradecida. Porque cuando se sabe que solo se entra en contacto con aquello con lo que se tiene algo que ver, el accidente, al igual que la enfermedad, trasciende lo circunstancial, enseña, ayuda a crecer y a avanzar por este camino llamado vida.

NOTA: Para cualquier consulta o comentario sobre la columna, contactarse con Claudia Méndez Del Carpio al correo [email protected] Visítanos en Facebook: LECTURAS SUTILES