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  • Diario Digital | viernes, 29 de marzo de 2024
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ADAPTACIÓN. PARA CRECER COMO PERSONAS Y SER MÁS FELICES HEMOS DE ABRAZAR Y APROVECHAR LOS CAMBIOS DE RUMBO, A VECES BRUSCOS, QUE SURGEN EN NUESTRA VIDA.

Positivo: Aceptar y enfrentarse a los cambios y decisiones

Positivo: Aceptar y enfrentarse a los cambios y decisiones



El cambio forma parte de la vida y constantemente tenemos que adaptarnos a las diferentes circunstancias que van apareciendo. Cambios en el puesto de trabajo, cambio de jefe, cambio de residencia, ruptura de pareja o inicio de nuevas relaciones, cambios en el grupo de amigos, casarse, convertirse en padres, mudarse de ciudad o país… todos estos son ejemplos de situaciones que forman parte de la vida de todos nosotros y que nos ponen en el brete de tener que hacer modificaciones en nuestras rutinas y costumbres y nos obligan muchas veces a tomar decisiones.

Cuando el viento y las olas cambian de dirección o se agitan hay que ajustar las velas y dar un golpe de timón. Intentar que el barco permanezca igual o no hacer nada para adaptarse a la nueva situación, sólo aumenta la zozobra y el riesgo de naufragar.

Algo similar ocurre en la vida de las personas, cuando se avecinan o producen cambios importantes, según Miriam Rocha Díaz, psicóloga clínica y docente del Instituto Terapéutico de Madrid, ITEMA.

Los cambios, sobre todo cuando son bruscos o imprevistos, o cuando están relacionados con aspectos importantes de la vida, generan cierto miedo, pues nos obligan a romper con el modo de vida al que estábamos habituados y en el que nos encontrábamos relativamente cómodos. El cambio implica incertidumbre y lo desconocido, aquello que escapa a nuestro control y que nos resulta impredecible, genera temor e inseguridad.

Según esa psicóloga especializada en modificación de la conducta, “lo que conocemos nos tranquiliza (al saber cómo debemos actuar), pero lo que se desconoce, inicialmente, resulta amenazante porque puede ser potencialmente negativo, al menos hasta que se demuestre lo contrario”.

“Todo cambio nos genera cierto miedo o activación porque nos obliga a adaptarnos a las nuevas condiciones del entorno. Ese temor puede aumentar si, además, el cambio se vislumbra negativo, pues habrá que prepararse para seguir adelante en circunstancias peores a las precedentes, lo cual supone un coste adicional para la persona: emocional, físico, en calidad de vida, bienestar y seguridad…”, asegura Miriam Rocha.

“Pero incluso aquellos cambios que consideramos que serán algo beneficioso y deseamos emprender suelen generar ese desasosiego o activación interna pues, aunque sospechamos que el desenlace será positivo, siempre existe ese factor de “riesgo” ante la decisión de dejar algo conocido por algo nuevo, e incertidumbre ante el resultado”, añade la psicóloga de ITEMA.

Además –según Rocha- adaptarse a un cambio buscado o sobrevenido siempre cuesta un esfuerzo, que será mayor o menor, dependiendo de diversos factores, como las circunstancias externas a la persona, los recursos de afrontamiento que haya desarrollado y si dispone de apoyos que le ayuden en el proceso de adaptación.

AFRONTAR EN VEZ DE EVITAR

“La mejor actitud ante un cambio es enfrentarse a él de forma activa, en lugar de evitarlo”, explica la psicóloga.

“Evitar es dar la espalda a los problemas, en mirar hacia otro lado como si así fueran a desaparecer, pero en la mayoría de las ocasiones, los problemas no se resuelven solos y no siempre hay otros que puedan solucionarlos, por lo que es mejor esforzarse por abordarlos uno mismo”, aconseja.

En cambio, “afrontar de forma activa consiste en mirar al problema de frente y buscar soluciones. Esto se puede hacer de forma más o menos racional y planificada y con más o menos garantías de éxito, según cada persona y en función de si se utiliza métodos de toma de decisiones estructurados”, añade.

Aceptar y enfrentarse a los cambios, circunstancias y decisiones como una parte de la vida “nos ayuda a disfrutar de los logros y consecuencias positivas que se deriven de ellos, mientras que evitarlos nos convertirá en objetos a expensas de los factores externos”, según Miriam Rocha.

“A medida que nos exponemos a situaciones que requieren estrategias de afrontamiento para salir hacia adelante vamos aprendiendo, pero si eludimos esas circunstancias, nunca aprenderemos nada y siempre nos veremos abrumados por los problemas, las decisiones a tomar y las responsabilidades a asumir”, señala.

Esta psicóloga ha comprobado que “ante la incertidumbre que genera el cambio, solemos anticipar sus resultados, pero muchas de esas anticipaciones son erróneas y, cuando se fundamentan en nuestros miedos, nos pueden bloquear, dejándonos anclados en lo que ya conocemos o a expensas del vaivén de las circunstancias”.

“Hay que perder nuestros miedos, descubriendo nuestras capacidades y aprendiendo que en la mayoría de ocasiones aquello que temíamos no se cumple”, señala.

VISIÓN REALISTA Y POSITIVA

Según la psicóloga, “también será de gran ayuda adoptar una actitud realista y positiva, entendiendo el cambio como parte de la vida y no como un obstáculo insalvable, en lugar de repetirnos a nosotros mismos ideas negativas y anticipaciones catastrofistas que nos impedirán analizar adecuadamente la situación y reaccionar ante ella del modo más beneficioso”.

“Lo que está claro es dejar que nuestros miedos nos paralicen, puede cortarnos mucho las alas e impedirnos descubrir lo que otros modos de vida nos deparan”, remata Rocha.

Para el psicólogo Guillermo Leone, docente del Centro Gestáltico San Isidro, CGSI, en Buenos Aires, Argentina, perder el miedo al cambio es un modo de apostar en pro de la felicidad, algo que no es fácil, pero sí es posible.

Según Leone, el ser humano trata de vivir según la ley del menor esfuerzo y un cambio le obliga a reconfigurar el mundo conocido; cada persona “tiene mapas o interpretaciones del mundo que conoce y cambiar le obliga a hacer una nueva cartografía, lo cual requiere un gran gasto de energía”.

“Todo corte o cambio en la vida, como dejar un trabajo, un vínculo o cualquier actividad que nos saque de nuestro día cotidiano, representa un triple duelo: “por lo que tuve y ya no tengo, por mi cotidianeidad presente y por lo que soñé y ya no será”, explica.

Según Leone, el miedo al cambio tiene una raíz fisiológica que se implanta al nacer, ya que “en el vientre materno nuestras necesidades están satisfechas, no sentimos hambre ni presiones y todo es armonía y, de golpe, nos sentimos oprimidos y atravesamos una experiencia extrema: el parto”.

El profesor del CGSI señala que “el bebé sufre la compresión del nacimiento, que queda grabado en su memoria como un prototipo fisiológico del cambio”.

Más adelante, cuando ya somos jóvenes o adultos, sentimos angustia ante los cambios porque nuestro cuerpo recuerda aquella primera experiencia angustiante de la angostura del canal del parto, y experimentamos “otros concomitantes fisiológicos como la falta de aire, el nudo en la garganta, la opresión en el pecho y la aceleración del ritmo cardíaco”, según Leone.

TOMA DE DECISIONES

Los cambios en nuestra vida nos obligan la mayoría de las veces a tomar decisiones más o menos relevantes. A veces vamos aplazando estas decisiones por miedo a lo que nos deparen. Este miedo está bien reflejado en el dicho popular “mejor lo malo conocido, que lo bueno por conocer”. La comodidad de lo que ya conocemos nos lleva muchas veces a no dar pasos hacia adelante, incluso aunque lo que tengamos no termine de convencernos o satisfacemos, porque ¿y si lo que viene después es peor?

Estos miedos y anticipaciones son frecuentes cuando nos enfrentamos a una toma de decisiones, pero el hecho es el siguiente: si nunca damos el paso y nos exponemos a lo nuevo, nunca podremos mejorar el momento presente, y no podremos comprobar si realmente nuestros temores eran ciertos.

Toda toma de decisiones supone asumir un riesgo: porque nadie garantiza que la opción tomada sea la mejor a la hora de la práctica y porque siempre puede haber factores externos con los que no contábamos y que pueden escapar a nuestro control. Pero, en nuestras manos también está aprender a gestionarlos y poner en marcha estrategias para darles solución.

Realizar una renuncia: porque nos veremos privados de los aspectos positivos de otras opciones, pero también de las consecuencias negativas de esas mismas opciones.

Cómo tomar decisiones racionales 

Existen procedimientos para ayudarnos a tomar decisiones de la manera más racional y acertada posible, con el fin de elegir aquella alternativa que maximice las ganancias y minimice las consecuencias negativas, pero nadie nos librará del factor riesgo y de la renuncia. En la toma de decisiones nos ayudará realizar los siguientes pasos:

1. Definir la situación o problema sobre la que hay que decidir.

2. Exponer todas las alternativas posibles (incluso las más sorprendentes) a modo de “lluvia de ideas”. Las claves son la cantidad y la variedad.

3. Posponer inicialmente la valoración y el juicio sobre cada alternativa. Desechar los miedos y prejuicios sobre cada una de ellas con el objetivo de que no sesguen la decisión ni nos disuadan de tomarla.

4. Descartar aquellas opciones inviables.

5. Analizar pormenorizadamente los pros y los contras de cada una de las alternativas viables, teniendo en cuenta varios aspectos fundamentales: a) En qué medida resuelve la situación, b) En qué medida me siento bien con esta solución, c) Cuál es el balance de coste/tiempo, d) Cuál es el balance de coste/beneficio.

6. Optar por la decisión que maximice lo positivo y minimice lo negativo y empezar a llevarla a la práctica, anticipando previamente los obstáculos que nos podemos encontrar.