Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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Regresos en Maximiliano Barrientos

Compartimos una reseña al último libro publicado por la Editorial El Cuervo: una novela del narrador cruceño que presentará este título en Cochabamba el próximo viernes 29 de marzo. 
Regresos en Maximiliano Barrientos



La nueva novela de Maximiliano Barrientos La desaparición del paisaje, que publica en Bolivia la editorial El Cuervo, contiene algunos rasgos que caracterizan la escritura de ficción del autor cruceño. Encontramos bares con borrachos y música; recuerdos de juventud, revisitados con cierta nostalgia y cierto cinismo; escenas crudas y violentas narradas con llaneza y simplicidad; cosas que ocurren en carreteras; amistades tan fraternales como la hermandad biológica misma; relaciones sentimentales que no parecen traer ninguna alegría y que se experimentan más como sufrimientos; una Santa Cruz retratada en sus habitus más secretos y persistentes.

En este sentido, no es difícil agregar esta novela al mundo que Barrientos ya tiene construido y quizás por eso es interesante tratar de encontrar los matices que esta novela agrega a las recurrencias que encontramos en su escritura.

Por ejemplo, puede ser interesante notar que el punto de partida de la novela es el regreso a Santa Cruz de un cruceño treintañero, cuyo padre murió recientemente. Esa simple premisa nos puede remitir a otros regresos de la literatura boliviana. El más eminente es, sin duda, el de Adolfo, el personaje principal de La Chaskañawi de Carlos Medinaceli.

El regreso en la novela de Barrientos es el de un personaje, que, además, es el narrador, quien representa una figura muy específica que está de moda, que es la del boliviano que se va a vivir a Estados Unidos (véase a Europa). Es en esa figura del paso del subdesarrollo al primer mundo que algo se rompe inevitablemente en el universo del migrante: o se asimila por completo a este nuevo contexto extranjero y termina rompiendo (u olvidando) con su origen real o es incapaz de adaptarse a este nuevo entorno y sufre las consecuencias de la hostilidad foránea.

En este caso el personaje principal inicia este regreso desde esa incomodidad del “estar de vuelta en casa” del migrante que lo hace a pesar suyo -su padre ha muerto hace ya varios años, así como hace mucho tiempo antes que ya no hablaba con él, o con ningún otro miembro de su familia-, pero aun así siente que tiene que volver para encarar todo lo que olvida en la década que deja Bolivia.

Santa Cruz ha cambiado, aunque en realidad sigue siendo la misma: los cuarentones todavía van al bar al que iban cuando tenían 19. El que ha cambiado es uno mismo, el narrador, que en invocaciones de recuerdos de distintos momentos de su vida nos va marcando esa distancia temporal y existencial que existe en volver a algo (a un lugar como también a una persona) a la que hemos dejado por mucho tiempo. En ese intento vano de recuperar el pasado se va construyendo la narración, en los paseos que él hace en el auto de su padre muerto, en el hecho de querer seguir una relación amorosa que se tenía de adolescente, así como de vengar una ofensa ocurrida en la misma época.

El retorno es, sin duda, un proceso traumático. Es una especie de limbo en el que recuperar lo que uno ha dejado es ya imposible. Imposible, sí, porque las cosas y las personas cambian, pero, fundamentalmente, porque mueren, primero físicamente (en la novela tenemos varios fallecidos) y, después, porque se olvidan y entonces desaparecen. La insistencia, por ejemplo, en todas las sensaciones infantiles que busca reencontrar el narrador en los recuerdos de su niñez, y que intenta describir en varios momentos, solo van haciendo más clara su lejanía.

El libro nos llevará hasta lo que podría ser la descripción que hace el narrador de su entrada en la muerte, cuando él mismo ya se describe como un jubilado de setenta años, que ahora vive nuevamente en Estados Unidos. Es entonces la narración de una vida entera que, aunque comienza cuando el personaje ya tiene más de treinta, habla mucho de su infancia y juventud como una especie de momento al que por excelencia quisiera volver. Y es en el sufrimiento de la imposibilidad de recuperar ese tiempo perdido que uno podría preguntarse ¿para qué, entonces, uno querría volver? ¿De dónde sale la motivación para querer regresar a algo donde ya se intuye el fracaso?

Este tipo de regresos que la novela nos invita a recordar es el que encontramos también en el cine nacional. Son regresos que involucran una similar problemática, la de las significaciones de la partida original y la de la imposibilidad de que las cosas vuelvan a ser las mismas. Las condiciones de la partida determinan, hasta cierto grado, las implicaciones del regreso. Pensemos en lo que el narrador deja de manera muy concreta, a su padre que ya se ha vuelto alcohólico, a su novia, a la que deja con promesas de migrar como pareja, a su hermana para cargar con el padre, etc. Esta partida voluntaria en gesto de escape de una realidad insatisfactoria va moldeando una tristeza, y también un asco, a la hora de mirar de nuevo lo que ha pasado antes.

Volviendo a una idea anterior, el migrante que ha dejado el subdesarrollo vuelve a Bolivia para encontrar una realidad grotesca, deformada. Santa Cruz oscila entre la violencia y el absurdo, un hombre que se orina en los pantalones mientras otro le apunta con una pistola hecha con sus manos, un sangriento accidente carretero; así como entre el cariño a la tierra.

No todo termina mal, el narrador consigue una pareja, tiempo después de que vuelve a la ciudad, que lo acompañará hasta su muerte (a pesar de que en algún momento considerará todavía volver a entablar una relación con la que fue su novia hace muchos años). Quizás sea ese el punto más importante que sostendrá su vida: el haber recuperado (o por lo menos hecho que valga la pena) el retorno, viviendo la experiencia del regreso en su dimensión hermosa y descorazonadora. En palabras del narrador: “Ninguno de aquellos hombres volvió al lugar de donde se fueron, dije. Envejecieron en otras partes. Todos dependían de un montón de historias que tenían que contarse una y otra vez, día a día. Dependían de la ilusión tonta de que esa vida que dejaron seguía intacta”.

Maximiliano Barrientos

Nació en Santa Cruz de la Sierra en 1979. Es uno de los escritores latinoamericanos más relevantes de su generación. Sus artículos sobre literatura, música y cine, así como algunas de sus crónicas, han aparecido en las principales revistas y suplementos culturales del país. En 2009, su libro de relatos Diario (2009) recibió el Premio Nacional de Literatura de Santa Cruz. Sus dos primeros libros, Los daños (2006) y Hoteles (2007), fueron revisados, corregidos y transformados para convertirse en los volúmenes Fotos tuyas cuando empiezas a envejecer, Hoteles y La desaparición del paisaje, publicados por Periférica. Este último publicado también publicado por la editorial El Cuervo, además de En el cuerpo una voz y Una casa en llamas.

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