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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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Julio Aquiles Munguía y la historia detrás del libro de aforismos Proposofos

A propósito del libro del escritor boliviano que frecuentó el Café Pombo, un recinto madrileño que fue lugar de encuentro de figuras literarias de primer orden, como Ramón Gómez de la Serna, que en uno de sus textos evocó al autor nacional.
Julio Aquiles Munguía y la historia detrás del libro de aforismos Proposofos



El prolífico escritor español Ramón Gómez de la Serna (1888-1963) publicó el libro intitulado Pombo: biografía del célebre café y de otros cafés famosos, en el cual el autor relata las circunstancias en que nació la Sagrada Cripta de Pombo. Un espacio recóndito dentro de una cafetería madrileña que logró convertirse en un lugar de encuentro de escritores consagrados y nacientes. Al momento de reconstruir la historia de Pombo, Gómez de la Serna hace un breve recuento de algunos personajes que participaron en las tertulias del legendario Café, en donde menciona al escritor boliviano Julio Aquiles Munguía Escalante (1907-1983). Este encuentro con Gómez de la Serna fue rememorado por Munguía –en la década de los años cuarenta– al momento de publicar el libro de aforismos Proposofos, que tiene una historia singular que va de la mano de sueños, rechazos y frustraciones de un joven escritor.

Según relata Munguía, por el año de 1928 se encontraba en la Ciudad de San Francisco, en donde surgió la idea de escribir un libro de aforismos. Después de peregrinar por un año en distintos países europeos llegó a Madrid, en donde decidió encerrarse meses en su cuarto estudiantil ubicado en la calle Goya, para reunir, transcribir y seleccionar todos sus adagios, “al extremo que parecía un benedictino dedicado a la meditación y suplicio (…). Con gran algarabía mía, las cuartillas tomaron la forma de un libro en embrión”, dice Munguía.

Al terminar de ordenar cada línea de Proposofos, “le puse su forro, le dibujé su carátula, y poniéndomelo bajo el brazo me fui a recorrer imprentas y editoriales, pensando en mis futuros éxitos”. Pero después de andar por varios días por las calles madrileñas sin obtener el resultado esperado “pensé que quizá una recomendación podría surtir efecto”, rememora Julio Aquiles. Se dirigió donde su amigo el escritor, periodista y Senador vitalicio José Francos Rodríguez (1862-1931). Una vez leído los originales, Rodríguez escribió una recomendación a Manuel Luis Ortega Pichardo (1888-1943), director de la Compañía Iberoamericana de Publicaciones (CIAP). Con nota en mano, Munguía se dirigió a la editora madrileña, fue recibido por el secretario que a la sazón era el Duque de Canalejas (1904-1936). Después de hacerle volver día tras día, en su última visita le dijo estas palabras: “Su libro es muy importante, podrá marcar una etapa en la historia de la literatura, pero siento manifestarle que tardaríamos muchísimo en publicarlo, por la considerable cantidad de compromisos adquiridos anteriormente”. Al recibir esa magra respuesta Julio Aquiles Munguía quedó decepcionado y desconcertado.

La bohemia vida de Munguía en Madrid estuvo en frecuentar al afamado Café Pombo, en donde intervenía de pontífice el escritor Ramón Gómez de la Serna. Una de esas noches el amigo de Julio Aquiles, el poeta Mariano San Ildefonso comentó a Gómez de la Serna que su amigo tenía un escrito inédito: “Me obligó a llevarlo al Café, donde Ramón Gómez de la Serna leyó un capítulo en una noctámbula reunión sabatina, ante la presencia de muchos escritores jóvenes de reconocido prestigio entre los que se encontraban Enrique Jardiel Poncela (1901-1952), Antonio Espina (1894-1972), Benjamín Jarnés (1888-1949), Valentín Andrés Álvarez (1891-1982), José López Rubio (1903-1996)”. Terminada la tertulia recibió felicitaciones de los asistentes y del propio Ramón Gómez de la Serna y se le ocurrió pedirle un prólogo, al cual le respondió: “Para que tenga más mérito, el libro debería salir solitario, sin apadrinamiento alguno”. Esta respuesta fue devastadora para Munguía.

Pero no perdió la esperanza de tener un prólogo que realce al futuro escritor y se acercó al célebre José Augusto Trinidad Martínez Ruiz, más conocido por su seudónimo Azorín (1873-1967), quien le respondió enfáticamente: “Varios escritores españoles jóvenes me han venido con la misma petición suya y yo les he negado, así es que si le aceptó a usted, quedaría mal con ellos”. Los continuos rechazos que sufrió Julio Aquiles Munguía no lograron devastar su espíritu literario. Siguiendo su cometido, se encaminó hacia la calle Gran Vía, lugar donde se situaba la redacción de la prestigiosa Revista de Occidente. Pasó en busca de su director, el filósofo y ensayista José Ortega y Gasset (1883-1955), quien le recibió sin muchas dilaciones: “Al hojear mi libro, el muy cachazudo y famoso pensador me dijo: esto es demasiado audaz, para que yo lo prologue, pero en fin, si encuentro un resquicio en mis muchos quehaceres se lo tendré listo para dentro de un mes”. Al cabo de un mes volvió al reencuentro con Ortega y Gasset y este le respondió: “Vuelva dentro de tres meses, y para entonces hasta me animaría a editarlo por cuenta de la revista”.

En vísperas de marcharse a Francia, Julio Aquiles Munguía pasó por la Editorial Espasa-Calpe. Al revisar el texto aceptaron publicar el libro Proposofos, pero la condicionante fue que llevara el prólogo de José Ortega y Gasset: “Dejé mis originales para que el gran filósofo hispano cumpliera su promesa. Me marché a París. Y hasta el día de hoy no he vuelto a saber más de ellos”, rememora Munguía. Investigando este caso con los instrumentos contemporáneos se evidencia que todos los datos proporcionados por Julio Aquiles Munguía son paradójicamente ciertos.

Por la década de los años cuarenta –residiendo en Bolivia– Munguía logró publicar el libro Proposofos: El nuevo ideal artístico, bajo los auspicios de la Editorial Renacimiento, el 12 de marzo de 1940: “Después de todos estos contratiempos, hoy tengo el gusto de que esta colección de mis mejores filosofías vea la luz en mi propia tierra, en una edición corregida y aumentada, en homenaje a tiempos pasados, a deseos no colmados y a mi labor primeriza, sintetizada en este libro que lo quiero tanto y que ha caminado junto conmigo”, escribe Munguía en la introducción del libro.

La recepción académica de Proposofos alcanzó un efímero reconocimiento en el campo de las letras. El escritor argentino Arturo Capdevilla (1889-1967) escribió: “Bajo el extraño título de Proposofos realiza usted una extraordinaria labor de siembra. Nunca he visto sembrador más rico que usted”; el matutino La Prensa de Buenos Aires indicó: “Proposofos reúne elementos de apreciable valor como producto de propia observación, adentrándose en el espíritu filosófico de la vida, sobre la base de lo que ésta ha presentado a la vista de un viajero que no viaja sólo por el placer de hacerlo, sino con el ánimo de reunir impresiones para entregarlas algún día a sus lectores”. En Bolivia, el ensayista Daniel Pérez Velasco manifestó: “Impresiones comprimidas de aquellos viajes, forman su gran libro denominado Proposofos. Este bello libro informa la concreción de una gran filosofía. Explotando el fragmentarismo y el comprimido de la idea, llega en él a tocar los redaños más íntimos del espíritu”.

El libro Proposofos –desde el punto de vista literario– posee un aporte significativo y curioso a las letras bolivianas, pero, tanto el autor, como la misma obra pasaron al sitial de la indiferencia. Destino insospechado por el propio Munguía, quien esperanzadoramente escribía: “Espero que sabrán hablar de sobra a vuestro espíritu estas mil y tantas filosofías, porque representan la síntesis de un alma de visionario y la esencia de una vida errabunda e inquieta”.

Literato - [email protected]