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Adolfo Cáceres: imaginación y memoria; ficción y realidad

Adolfo Cáceres: imaginación y memoria; ficción y realidad



Carlos Fuentes, escritor mexicano-panameño, vislumbra en La Gran Novela Latinoamericana (2014) la relación entre el acto de escribir y recordar. “Imaginamos el pasado, deseamos el futuro”. El escritor busca revivir el pasado humano, en un bagaje de recuerdos ya difuminados y mutados por la ficción y la percepción del tiempo que llamamos memoria. Porque no existe relato netamente ficticio, imaginación pura. Todas las narraciones, incluida las de fantasía y surrealismo, escogen retazos de la realidad para disponerlos de acuerdo a su propósito.

El escritor boliviano Adolfo Cáceres Romero se inscribe en esta línea, en la idea de perpetuar la memoria a través de la imaginación. Gran conocedor de América y su historia, no reniega de sus orígenes, pero tampoco rechaza nuestro mestizaje. Es capaz de conjugar la memoria con la imaginación, la ficción con la realidad, escribiendo con la pluma del recuerdo y la tinta de la investigación.

Con 60 años de producción literaria (La saga del esclavo [2007], División errante [2017]), investigativa (Nueva historia de la literatura boliviana [1986, 1990, 1995]) y pedagógica (Diccionario de la literatura boliviana [1997], Manual práctico de redacción [1998]), Cáceres es, ante todo, un investigador. Crítico con la historiografía “oficial”, ahondó y reconoció, en su primer tomo de la Nueva historia de la literatura boliviana. Literaturas aborígenes, el origen de la literatura boliviana en la oralidad, gesto, corporeidad y manualidad de las culturas aymara, quechua, kallawaya y tupi guaraní. Para el escritor orureño, la historia no está hecha de héroes, sino de villanos y traidores; y la política, de deslealtades y engaño, tan visibles en las guerras.

Todas estas características del autor son reunidas en Ingavi, por siempre (título poco sugestivo), que recoge cuentos históricos de Bolivia, desde los tiempos prehispánicos hasta la modernidad. La recopilación, editada por Kipus este año, está dividida en cinco partes: tiempo mítico, Tiahuanaco, la colonia, la independencia, la república y tiempos modernos. Esta lógica de distribución sirve para entender que la obra narrativa de Cáceres es circunstancial a su proceso investigativo. El libro sirve como un interesante aproximación al escritor, no solo para entender su manera de hacer literatura, sino para entender cómo la encara.

En tiempo mítico nos encontramos con relatos sencillos, donde Cáceres trata de adaptar su literatura al ancestralismo, es decir, dándole mayor peso a los sucesos que a los personajes. Este es un acto voluntario porque los mitos están destinados a alcanzar un público general para que puedan ser transmitidos de generación en generación. De esta manera, el autor, a través de la cosmovisión, nos explica el origen de los monolitos, el encuentro de los hijos de la Killa (luna) con la Puerta del Sol, o el significado de las inscripciones en esta como un símbolo de profetas.

La sección colonia está compuesta por el solitario cuento “El último khipukamayu”, haciendo referencia a los indios hábiles en la constitución de los kipus, herramientas de almacenamiento de información, consistentes en cuerdas de lana o algodón de diversos colores. Como en toda su producción literaria, Cáceres aprovecha cada oportunidad para desplegar sus conocimientos históricos sobre fechas, personajes, lugares y bando. En este caso, se puede evidenciar su conocimiento sobre los nudos, trazos y colores de esta forma de comunicación. El relato sigue al último conocedor de esta técnica que es perseguido por los españoles. Es notable la construcción de tensión y suspenso, pero la trama se resuelve fácilmente.

A partir de “independencia”, la ambientación histórica va ganando un papel fundamental. El argumento se cuenta por sí solo, pero se logra un mayor goce e incluso un compresión más cabal si se reconoce algunos aspectos históricos. En “Belgrano, reo de muerte” (independencia), “Ingavi, por siempre” y “El yatiri blanco” (república) los protagonistas son personajes principales de la historia, como Manuel Belgrano, José Ballivián o Zárate Willca. “Golpe tres” y “Ayo Ayo, 1899” son la excepción; en el primero la estructura adquiere mayor complejidad, pues Cáceres alterna dos tiempos y dos espacios diferentes para relatarnos cómo dos soldados comunes (uno de la Guerra del Pacífico otro de la del Chaco) se ven afectados por los entresijos políticos del conflicto.“Ayo Ayo, 1899”, ambientando en la masacre del municipio que dejó la Revolución Federal (1898-1899), es uno de los cuentos más reveladores de todo el libro. En él, Cáceres deja de lado cualquier atisbo de patriotismo y bandos para relatar la muerte, el miedo, la sangre y el rostro de personajes desconocidos.

Tiempos modernos es la sección que contiene más cuentos, abarcando desde la Guerra del Chaco (1932-1935) hasta la actualidad. Siguen la línea de los dos últimos cuentos de la república, es decir, se abandona el encadenamiento de sucesos para ahondar más en el perfil de los personajes, se trata la “historia de abajo”, la de los soldados de a pie. En lo que respecta a lo técnico, Cáceres opta por un lenguaje delicado y sobrio en algunos cuentos, y otro más soez cuando así lo demandan.

Mención aparte merece “La cruz”, donde el autor cambia al narrador en tercera persona por un monólogo para retratar los últimos días de un soldado de la Guerra del Chaco, en un fortín abandonado. Las miserias de la guerra son retratadas sin acudir a la sensibilización, sino a la evocación de imágenes, como las de ingerir el propio orín, cagarse encima, la putrefacción con moscas de las heridas infectadas, el apilamiento de cadáveres o el hedor de la muerte. Nunca se menciona el nombre de quien nos habla, manteniendo su perfil en el olvido.

También es incluido “La emboscada”, Premio Nacional del Cuento (1967) de la UTO, y recopilado en otros libros como Antología del cuento boliviano (2017), editado por la Biblioteca del Bicentenario. En este relato ambientado en la guerrilla de la década de los 60, Cáceres llega al paroxismo de su creación literaria. El manejo de diversos tiempos, el pluralismo de las percepciones y la ambientación de un río que logra la inmersión del lector son dignos de elogio.

“La guerra del agua”, “El francotirador” y “El esbirro” suceden en las manifestaciones de abril del 2000 en Cochabamba, la Guerra del Gas del 2003 y el 11 de enero de 2007, respectivamente. Los relatos toman un corte urbano. Las disputas entre civiles, policías y militares son los ejes temáticos. Finalmente, “La sombra de panduro” es notable en la construcción del universo de los mineros cooperativistas en pocas páginas, retratando su ideología y forma de vida.

Ingavi, por siempre es un fiel reflejo de la filosofía de escritura de Adolfo Cáceres. Una conjunción entre memoria, recuerdo, imaginación, cosmovisión, ficción y realidad.

Periodista - [email protected]