Opinión Bolivia

  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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LITERATURA

El salto de papá y la memoria del hijo

Entrevista al periodista y escritor argentino Martín Sivak, que visitó hace algunas semanas Bolivia para presentar en la Feria del Libro de La Paz su más reciente publicación, El salto de papá. El también autor de Jefazo: Retrato íntimo de Evo Morales dialoga sobre su nuevo libro, un relato personal sobre la vida y muerte de su padre, originalmente editado por Seix Barral y publicado en Bolivia por Plural Editores, en cuyas librerías ya está a la venta.
El salto de papá y la memoria del hijo



Estaba en primer año de la universidad la primera vez que escuché/leí el nombre de Martín Sivak (Buenos Aires, 1975). Debía hacer un ejercicio de construcción de un lead (el primer párrafo de la noticia) sobre la presentación de su libro El dictador elegido: Biografía no autorizada de Hugo Banzer Suárez (2001), en La Paz. El hecho no podía pasar desapercibido, al tratarse de un trabajo que se presentaba como un relato pormenorizado de las tropelías dictatoriales de un militar que solo unos años antes había sido elegido presidente en democracia.

Algunos años después, entre 2008 y 2009, cuando ya empezaba a hacer/desencantarme (del) periodismo, llegué a escribirle y hablar por teléfono con Sivak para pedirle una entrevista a propósito de Jefazo: Retrato íntimo de Evo Morales (2008), el libro que consagra a dibujar un perfil complejo y fascinante del por entonces aún novato presidente boliviano. La entrevista no la hice, de seguro por mi incurable desidia.

Poco más supe/leí de Sivak en los siguientes años, salvo que su retrato escrito de Evo Morales había sido un éxito editorial traducido a varios idiomas, que sus siguientes publicaciones las había dedicado a Mariano Grondona y al periódico argentino Clarín y, más recientemente, que su libro El salto de papá (2017), que recuenta la vida de su padre, Jorge Sivak, a partir de su suicidio en 1990, le había otorgado una notoriedad inusitada, de tan bien que se vendía (ya lleva como nueve ediciones en Argentina) y reseñaba. De ahí que la noticia del lanzamiento de su edición boliviana –a cargo de Plural- en la pasada Feria del Libro (FIL) de La Paz me devolvió la curiosidad de buscarlo y finalmente entrevistarlo.

Lo abordé un día antes de la presentación y convinimos en que dialogaríamos unos minutos antes del acto del sábado 11. Fallé una vez más, llegué tarde, cuando en la testera ya hablaba uno de los comentaristas de turno. No entendía nada, hasta que le tocó hablar al autor, que estaba flanqueado por José Antonio Quiroga (director de Plural Editores), Walter Chávez (periodista de origen peruano y otrora asesor de Evo) y Alfredo Grieco y Bavio (escritor argentino).

Apenas tomó la palabra Sivak, el acto se cubrió de un halo lúgubre y melancólico. El sociólogo de profesión, que llegó a Bolivia en los noventa como mochilero y comenzó a trabajar de periodista, aclaró que haría el esfuerzo de hablar de El salto de papá, libro del que aún le cuesta hablar. No pocas veces se le hizo un nudo en la garganta. Evocó el nerviosismo de ver por primera vez su nombre impreso en un libro, el primero, El asesinato de Juan José Torres (1997). Se acordó con emoción de Andrés Soliz Rada, periodista y político, el ministro que nacionalizó los hidrocarburos en la era Evo. Le encaró a Chávez que la predicción que lanzara en los noventa, en sentido de que Sivak se haría famoso y se olvidaría de Bolivia, no se había cumplido, pues, precisó, no es famoso y sigue volviendo al país. Y hasta le habló a su pequeño hijo, Camilo, que estaba en el auditorio, como para intentar conjurar la tristeza. No lo consiguió, pues, una vez que le sucedió en la palabra Quiroga, este aludió al libro de Piedad Bonett Lo que no tiene nombre y a El salto de papá para hablar de su propio duelo familiar. Se rompió en llanto y Sivak se paró para abrazarlo. Solo una vez separado del argentino, el nieto de Marcelo Quiroga Santa Cruz pidió a los meseros que sirvieran el vino de honor, acaso para evitar que la ceremonia finalizara con un llanto general, si es que no lo había ya.

Si alguien atentó efectivamente contra la congoja campante fue Walter Chávez, quien le preguntó a Sivak, como para que escucharan todos, si escribiría la segunda parte de Jefazo, una pregunta que, sin embargo, no tuvo respuesta. Chávez no era el único experiodista en la sala Rubén Vargas (también experiodista) de la FIL paceña. Apenas comenzó la firma de libros, emergieron de sus asientos otros, a los que creí haber identificado como contemporáneos en el oficio del argentino y el peruano. Vi a uno que se parecía a Gustavo Guzmán (periodista del semanario Pulso y primer embajador de Evo en EEUU), a otro que supuse que era Víctor Orduna (español de origen, compañero de Guzmán en Pulso y, hasta donde sé, aún vinculado al Gobierno) y a Raúl Peñaranda. Solo faltaba Sergio Cáceres (el boliviano que editaba junto a Chávez el periódico El Juguete Rabioso) para completar una involuntaria reunión de la última generación dorada del periodismo político en Bolivia, esa de la que no pocos aprendimos parte del oficio.

Solo una vez que saludó y firmó ejemplares para todos los que se le acercaron, Sivak nos concedió, a un muchacho y a mí, unos minutos para responder a nuestras preguntas. Lo hizo sin perder nunca la cortesía, pero visiblemente apurado, porque debía coordinar la cena post-presentación de su libro y, sobre todo, no perder de vista a su hijo. El ahora editor de Paidós habló del origen de El salto de papá, de sus connotaciones familiares, de su “absurdo” proceso de investigación y del papel que jugó su memoria en su realización. Aseguró no estar en condiciones de explicar su éxito de ventas y de crítica. Se disculpó de hablar de la situación política en Bolivia, aduciendo que no caería en la muletilla de los “opinólogos”. Aclaró que en lugar de informarse sobre el affaire medalla presidencial, que había estallado solo unos días antes, en La Paz se había ocupado de cumplir la agenda de su niño, con el que recorrió el teleférico durante cuatro horas, visitó el zoológico y vio un partido de The Strongest. Eso sí, aludió su último encuentro con Evo Morales y respondió a la pregunta de Chávez sobre la eventual escritura de la secuela de Jefazo. El diálogo se acabó al cabo de unos minutos y Sivak volvió a la agenda de su hijo, Camilo, ese en cuyo nacimiento –lo admite sin empacho- estuvo muy presente su papá, Jorge.



-Decías en la presentación que este libro es una suerte de ajuste de cuentas familiares. ¿Cómo llegaste a esta conclusión?

Bueno, el libro creo que es muchas cosas. Es una historia de mi padre, es una historia universal de padre e hijo, es la imposibilidad de escribir sobre algo tan doloroso (el suicidio de su padre) y hay algo de ajuste de cuentas familiares… En toda familia hay conflictos familiares y yo pude haberlos eludido, pero elegí escribirlos, a pesar de que es incómodo hablar de ellos.

 

-¿En qué momento te decidiste a escribir El salto de papá?

Hace ocho años me decidí a escribir este libro. Tardé mucho porque tenía otros trabajos. No se vive de los libros. Uno escribe y hace otras cosas para vivir. Estaba terminando mi tesis doctoral y haciendo una serie de cosas, de modo que este libro forma parte de otros trabajos que tenía y, bueno, me costó bastante terminarlo.

 

-Además, cambiaste de registro con respecto a tus anteriores libros, que son de investigación periodística e histórica, para apelar a un relato en primera persona…

Totalmente. Siempre tenía una especie de prejuicio, no como una apreciación negativa, sobre escribir en primera persona. De hecho, como periodista me costaba y la primera vez que empecé a escribir un libro en primera persona, fue para el libro Jefazo, donde me resultaba muy difícil no usar la primera persona. En este nuevo libro voy mucho más lejos al hablar en primera persona, porque hablo de mí, de mi familia, de mi padre, de mi madre, etc.

 

-En un trabajo como este, ¿cómo encuentras los límites de lo que se puede contar y lo que no de tu historia familiar y personal?

Hay límites. Hay un equívoco en pensar en que si uno escribe un libro tan íntimo, está contándolo todo. Yo no lo conté todo. Elegí algunas cosas que contar y otras muchas no las quise contar. No es una especie de catarsis o vómito. Un libro es otra cosa.

 

-¿Cómo se reportea e investiga para un libro tan personal como este?

Y es un absurdo, porque me encontraba con amigos de mi padre y les hacía entrevistas. Fue medio raro, medio absurdo. Yo me sentí en ridículo muchas veces, pero, bueno, me entregué a ese ridículo, a ese absurdo, porque era la manera de poder escribir.

 

-¿Qué papel juega la memoria personal en la reconstrucción de esta historia?

Es un gran tema… La memoria es como cuando los nadadores se mueven para salir del agua. Cuando vos asumes para un libro la necesidad de recordar o de evocar, los recuerdos empiezan a aparecer. Muchos los borras, muchos los cambias… Lo que me sorprendió es tener tantos recuerdos. Yo no ficcionalizo nada. Muchos amigos me decían que eso que contaba era imposible que recuerde, pero yo tengo mucha memoria visual, así que me acuerdo mucho de situaciones que pasaron hace 30 años.

 

-Escribir de esos recuerdos te permitió resignificarlos, quizá verlos con otros ojos…

Escribirlos, más que verlos de otra manera.

 

-¿Cómo ha tomado tu familia este libro?

Mi hermano, que es el lector más importante, lo tomó muy bien. Escribió una carta muy hermosa  después de la lectura del último borrador. Y una parte de la familia se disgustó, pero, bueno, son las reglas del juego.

 

-¿A qué atribuyes el éxito de crítica y de ventas que ha alcanzado el libro?

Eso es muy difícil de decir. Al principio pensé que era la cuestión más emocional, pero después no estaba tan seguro. Mira, yo estoy al otro lado del mostrador. Si uno supiese cuándo un libro va a funcionar… El grupo en el que yo trabajo (Planeta, de cuyos sellos Paidós, Ariel y Crítica es editor) publica 500 libros por año. Si supiese cuáles van a funcionar, publicaría 50. De modo que no hay una fórmula. La verdad es que no lo sé.

 

-Pese a ello, ¿te has planteado seguir más adelante en esta línea de escritura más personal?

No, no tengo un libro futuro. La verdad es que no sé cuál va a ser mi próximo libro.

 

-El hecho de ser padre, ¿cómo incidió en la experiencia de escritura de El salto de papá?

Incidió, obviamente, porque uno empieza a pensar algunas cosas de su vida. Empecé a escribir cuando faltaba no tanto para el nacimiento de mi hijo.

  

-¿Cómo nace la posibilidad de editar en Bolivia El salto de papá?

Este libro tiene ediciones locales en Uruguay, en Colombia, en México y ahora sale en España. Realmente, lo que hace Planeta es exportar sus libros a Bolivia y para mí era muy importante que saliera con una edición boliviana. José Antonio Quiroga (director de Plural) es un extraordinario editor, el más importante editor que tiene Bolivia, a mi modesto modo de ver. Publiqué ya tres libros con José Antonio, de modo que me parecía una buena manera de hacer algo juntos, así que avanzamos en esto.

 

-Ahora que estás trabajando en el mundo editorial, ¿cómo ves la Feria del Libro de La Paz y, en general, el movimiento editorial en Bolivia?

No tengo elementos suficientes, salvo algunas editoriales que leo y sigo, para hacer un pantallazo. Estoy sí impresionado por la forma en que veo que la feria crece y crece, lo que me pone muy contento.

-En la presentación, Walter Chávez lanzó una pregunta que ya no respondiste: ¿has pensado hacer una segunda parte de Jefazo, tu libro sobre el presidente Evo Morales?

Jefazo se publicó en 2008, la primera edición, y yo hice una actualización para la nueva edición, que fue de 2014. Por el momento he ido haciendo actualizaciones. La verdad no tengo un proyecto específico de libro.

 

-¿Volviste a encontrarte en los últimos años con el presidente Morales?

En julio del año pasado vine a La Paz y escribí sobre mi último encuentro con él, la entrevista y todo. El texto está en la revista Crisis. Eso fue lo último que escribí sobre él.

Periodista – [email protected]