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  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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El río de Richter

Sobre el filme del director beniano (1982), que se estrenará el próximo 2 de agosto en las salas de las principales ciudades del país.
El río de Richter



Juan Pablo Richter se anima, toma el riesgo de llevar a la pantalla una pieza dramática compleja. Escribe un guión crudo sin muchas esperanzas y con mucha consistencia, deja pocas cosas sueltas y presenta ciertos temas desde su particular manera de poner en escena sus propias preocupaciones.

Richter no es uno más del conjunto de los cineastas bolivianos. Desarrolla un estilo que lleva su firma, el cual se lo puede reconocer en la forma que tiene de filmar cada plano. En El río (2018) profundiza algunas de sus búsquedas, las cuales ya habían sido presentadas en su cortometraje “¿De qué color es el cielo?” (2009). El director vuelve a un escenario tropical, esta vez mucho más presente, no solo como una cuestión escenográfica, sino más bien con toda la complejidad social a la que puede remitir el oriente boliviano. Richter recurre una vez más al desenfoque para elegir qué ver o a qué prestar atención mientras se desarrolla la historia. Algunas veces los personajes tienen mayor presencia por esta su particular forma de hacer “su cine”, y en otras oportunidades la naturaleza exige contemplación, haciéndose por sí misma protagonista.

El río es la historia de Sebastián, un adolescente que deja La Paz para irse a vivir con su padre en Beni. Al llegar deberá enfrentarse a un mundo que quizás intuye, aunque lo desconoce en su profundidad. El padre de Sebastián vive con una mujer mucho menor que él, quien juega un papel -al principio- (casi) decorativo. Recurriendo al estereotipo, Richter presenta un personaje femenino que resulta recurrente en el imaginario masculinizado de la mujer en el oriente. En contrapunto, Sebastián conoce a una compañera de curso que parece estar más cerca a lo que él conoce de un posible mundo femenino, el cual le otorga un sitio en la búsqueda y construcción de igualdad de género.

El padre de Sebastián se dedica a la ganadería y también al negocio de la madera. Es aquí donde Richter aprovecha para poder dejar en claro su postura frente al respeto a la naturaleza. Lo hace haciendo evidente la atrocidad de la deforestación y, aunque existe cierta naturalidad sobre el hecho mismo de la tala de árboles, hay pinceladas que refuerzan el carácter de denuncia que existe sobre un tema que resulta de interés social. El cineasta tiene la habilidad de hacer presentes sus reflexiones, sin necesidad de alejarse del tema central, aquel que tiene que ver con la relación de poder entre el padre y la familia.

La película recurre a los exteriores paradisíacos para poder mostrar la libertad que existe lejos de la casa de hacienda, los espacios cerrados más bien acentúan el drama, le otorgan a la historia un lugar para esconder lo que pasa. Se deja de este modo en claro que no porque los hechos sucedan en los espacios íntimos dejan de existir. Allí está una de las mayores apuestas de Richter, hacer visible la realidad de una sociedad que ya no puede seguir escondiendo los casos de violencia doméstica que son los que la corrompen más profundamente.

No hay dudas de que el cineasta conoce aquella realidad que inspira la película. Por eso mismo consigue escribir este guión, y dejar para la reflexión una pieza que se hace incómoda en el escenario actual, para discutir temas de profundo interés. Sin embargo, es tan intensa la propuesta, que los actores no consiguen responder al reto que se les propone. El punto débil en El río son las interpretaciones. Un largometraje con esta carga dramática exige un mayor trabajo con los actores para poder desarrollar sus personajes.

Las interpretaciones no alcanzan para hacer de El río la película que pudo ser. A Richter se le puede exigir más porque siempre da más, tiene el talento y la capacidad para dejar escrito su nombre en la filmografía boliviana como el de uno de los más importantes cineastas. Sin embargo, el cine es algo más que una excelente historia y una hermosa forma de ponerla en escena. Aquí las actuaciones son las que quiebran una de las más interesantes propuestas contemporáneas de nuestro cine.

El río propone ver el oriente boliviano más allá de Santa Cruz de la Sierra. Se juega por provocar desde sus propias tradiciones y mitos, a una cinematografía que está cooptada por el andinocentrismo. La película de Richter tiene una temática universal, y el cineasta la ve desde su rincón en el mundo, aportando de esta forma para comprender que lo que aquí sucede puede ocurrir en cualquier lugar, siendo de esta forma igual de complejo y comprometedor, independientemente de donde tenga lugar el hecho.

Crítico e investigador de cine - [email protected]

Una historia provocativa



Aplaudida de pie en su estreno mundial, en el Miami Film Festival, El río es una historia provocativa, dura, impactante e inesperada sobre la realidad cotidiana del abuso de poder, el machismo y la violencia que hacen de la mujer su objeto. El río nos presenta este drama a través de una narración cargada de tensión y una gran realización técnicamente.

Cuenta en su elenco con Fernando Arze, uno de los mejores actores bolivianos; Julia Hernández, actriz española de trayectoria internacional, y Santiago Rozzo y Valentina Villalpando, noveles talentos que son toda una revelación.

Es la ópera prima de Juan Pablo Richter, dueño de una narrativa y estética sutil y diferente. Forma parte de la nueva generación de realizadores bolivianos.

Ficha técnica

Género: Drama, coming-of-age

Formato: HD 4K

Duración: 90 minutos

Producción: Pucara Films y Caleidoscopio Cine

País: coproducción Bolivia - Ecuador

Idioma: Español

Guión y dirección: Juan Pablo Richter

Productora: Paola Gosalvez

Lugares de rodaje: Trinidad y Rurrenabaque (Beni)

Sinopsis

Sebastián, un adolescente de 16 años, va a vivir al oriente boliviano con su padre, Rafael; un padre al que Sebastián nunca conoció. De repente, Sebastián se encontrará en un mundo totalmente nuevo para él, donde el machismo hace de la mujer un objeto y también encasilla al joven en una cómoda estructura obsoleta de juegos de poder, mentira y violencia. Allí conocerá a Julieta, de quien se enamorará y obsesionará profundamente; Julieta es la novia de su padre.